lunes, 29 de noviembre de 2021

Hna. Matilde - Episodio 7: "Matiguás" (Décima parte)

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Un punto de inflexión en la comunidad religiosa nicaragüense fue la visita papal. Juan Pablo II llegó a Nicaragua abriendo la esperanza en el corazón del pueblo, sobre todo, del pueblo que había luchado en la revolución. El resultado no fue el esperado. El Santo Padre se fue sin querer escuchar al entonces presidente Daniel Ortega. Las hermanas, que habían viajado a Managua para saludarlo en la despedida, quedaron azoradas ante esta actitud y al día siguiente, se reunieron con la regional. Tenían miedo de que debido a esto, el gobierno revolucionario sandinista reaccionara en contra de las congregaciones religiosas y los atacaran o los expulsaran del país. La Hermana Francisca Alcácer, una de las más comprometidas con el movimiento tercermundista, salió de Managua. Se escondió por el temor de que todo explotara en algo terrible. Todas las hermanas de la región estaban ahí, reunidas, y la Hermana María Barbagallo, que era la regional, les pidió que individualmente expresaran lo que habían sentido y cómo habían vivido ese acontecimiento. Cada una habló y después de escucharlas, estaban todas en la comunidad de Ducualí, les dijo que lo único que se le ocurría, como eso había sido visto en todas partes, también en Roma, es que la Madre General podía mandarlas a llamar a todas. Podía pasar cualquiera de las dos cosas, ya fuera que viniese de parte de los sandinistas o de la Congregación. Les propuso entonces escribir a la Madre General, cada una en particular, lo que sintiese. Tanto si querían salir del país, como si querían quedarse. Todas escribieron. Todo fue puesto en un sobre cerrado que se mandó por valija diplomática a la Madre General. Algunas hermanas, se supo después, habían expresado su voluntad de salir de Nicaragua porque ya no podían soportar la situación. No sabían qué hacer. No podían más ni intelectual ni espiritualmente.


El temor radicaba en el hecho de que, a Roma, llegaban informaciones no del todo veraces y que además, eran reforzadas por las versiones que llegaban de Estados Unidos, manifiestamente partidario de "la contra". La Superiora General quiso comprobar con sus propios ojos la realidad pero, una visita rápida, las versiones oídas y la entrevista con un cardenal en Managua que acusó a las hermanas de sandinistas y le hizo escuchar una grabación de una de las hermanas que así lo delataba, fue el golpe final. Espiaban y seguían a las hermanas comprometidas con el pueblo. (Confr. Missionaria..., Hna. María Barbagallo, pág. 92ss).

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jueves, 25 de noviembre de 2021

Hna. Matilde - Episodio 7: "Matiguás" (Novena parte)

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En medio de situaciones así, era lógico que en la escuela se vivieran las consecuencias. Cuando los combates se hicieron más cercanos a Matiguás, algunos de los alumnos murieron y otros resultaron heridos. Las hermanas de la comunidad, no solamente se vieron afectadas por esa desgracia, sino que acompañaban a las familias en su dolor y desesperación por la pérdida de sus hijos a una edad tan temprana.


"A medida que se daban esos tremendos combates empezaron a traer a la capilla a hijos de familias conocidas, para que reciban la bendición final. Había entre los muertos un muchacho vecino que quería ser sacerdote; otro vecino que solamente tenía quince años. Un alumno mío llamado Moncho fue baleado mientras iba en un jeep a llevar dinero para comprar comida a los soldados. Lo sorprendió una emboscada. Este muchacho que era mi alumno fue herido gravemente en una pierna y a pesar de eso corrió por el campo y cuando no pudo más, se tiró en medio del campo y se hizo el muerto. Uno que se tiró al lado de él, también herido, fue rematado por los de la contra. El cerró los ojos y mantuvo la respiración. Tenía la cara contra un hormiguero, se hizo el muerto. Aguantó todo lo que pudo y escuchó que decían: este está muerto, dejá, no gastes una bala, ya está muerto. El papá estaba desesperado, venía a casa y nos decía que iba a comprar el cajón porque su hijo ya estaba muerto. Lo buscó por todos los pueblos vecinos y no lo encontró. Y compró el cajón esperando que se lo trajeran muerto. En realidad, lo había rescatado un helicóptero que lo llevó al hospital de Matagalpa, pero la herida era tan grave que lo derivaron a Managua. Le salvaron la pierna. Ahora vive en Macadán, su hermana trabaja de maestra y uno de sus hermanos se recibió de médico y es parte de Médicos sin Frontera. Me visitó en Buenos Aires y fue un encuentro muy emotivo".

Sin embargo, la guerra en pleno fragor no era impedimento para que los muchachos siguieran estudiando. Querían ir al Instituto. La Hermana Ana Gilma acompañaba a cavar trincheras de protección a los chicos de quinto grado. Ellos hablaron con Matilde y le dijeron que no querían perder el año. La realidad era que como los combates eran tan intensos y se desarrollaban tan cerca, tenían que ir armados para defenderse en caso de un ataque imprevisto. Las clases terminaban a las diez de la noche. Ellos venían con sus trajes camuflados. Matilde consintió que llevaran armas, pero debían dejarlas en secretaría.

Para que el Instituto funcionara con todos los adelantos posibles, Matilde consultaba, organizaba, llevaba a los alumnos a fincas modelo para que vieran los métodos de vacunación, de registro, de ordeñe mecánico y hasta el proceso de inseminación artificial. La Madre Regina Casey, General en ese momento, le dio mil dólares; con ese dinero fue a México y compró material de lectura apropiado, varios ejemplares de cada texto, y armó la biblioteca. Los mismos soldados, por la noche, cuando estaban en Matiguás, iban a leer.

Matilde se quedó en el pueblo hasta terminada la primera promoción del Ciclo básico. El Colegio quedó organizado, con los libros en orden y al día, y todo funcionando.

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lunes, 22 de noviembre de 2021

Hna. Matilde - Episodio 7: "Matiguás" (Octava parte)

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"Cuando había una emergencia que no podían solucionar en el pueblo, Nieves salía para Matagalpa con el jeep. Y las amenazas seguían: ¡Cuidado, Nieves y Matilde, que cruzan las montañas llevando heridos! ¡Que tengan cuidado! Casi siempre una de nosotras acompañaba a Nieves. Un jueves Santo me dijo: Yo no voy a la celebración, hay un chiquito de dos años al que una bala perdida le atravesó los intestinos y acá no tenemos los medios, lo tengo que llevar a Matagalpa. Y era así: primero lo primero. Había que estar al servicio. A cualquier hora. A las cuatro de la mañana golpeaban la puerta diciendo que había un herido y salíamos. No se pensaba si era de la contra o de los sandinistas o una mujer que estaba por dar a luz. Era una persona y se salía a socorrerla. Matiguás era punto neurálgico. No la ciudad, sino la montaña. Era un sitio geográfico estratégico porque está justo en el centro y además, un lugar muy cercano al que Sandino había empezado la revolución. Después de la visita del Papa, quisieron ponernos a resguardo. Volvíamos, además, destruidas moral y espiritualmente por todo lo que había pasado en Managua; volvíamos en el jeep, no por Matagalpa sino por Boaco porque era más corto. Hacía mucho calor, había mucha tierra y al entrar al pueblo notamos que estaba todo demasiado silencioso. Ni bien nos bajamos vino uno de los sandinistas a avisarnos que la situación era peligrosa, que estaba todo rodeado por los contras. Como todos los campesinos habían ido a Managua a ver al Papa, no había guardias que estuvieran atentos para avisar que se acercaban. Los contras bajaron y bajaron y si atacaban a la noche, no había refuerzos para contrarrestar esa embestida. Y nos dijo: si atacan, lo primero que van a hacer es tomar al Instituto y a ustedes. Así fue que nos pidió que armásemos un bolso con poca ropa, nos pusiésemos zapatillas porque nos iban a llevar a un refugio para protegernos, a nosotras y a una chica de quinto año, Magdalena, que estaba embarazada. Para llegar, van a tener que caminar bastante, por eso vayan con calzado liviano, nos dijo. En media hora vendría a buscarnos. Nieves dijo que ella no se iba al refugio, porque si iba a haber combate, también iba a haber heridos. Dijo que se iba ya mismo para el dispensario. Ana Gilma inmediatamente dijo que la acompañaba. Yo decidí quedarme en casa para preparar todo por si había heridos. Cuando vinieron a buscarnos, le dijimos que no nos íbamos. Fui a la secretaría, y pensando en que no nos pasara lo que les había pasado a los franciscanos que en ese bombardeo perdieron todo, saqué los libros y los documentos del Instituto, los puse en una bolsa y los colgué en un gallinero que seguramente, no iban a revisar ni iban a tirar bombas en ese lugar. Vinieron algunas vecinas, sacamos todos los muebles de la sala; también hicimos lugar en la capilla. Nos trajeron unos rollos de gasa y empezamos a preparar apósitos. Estuvimos toda la noche así. Los sandinistas empezaron a recorrer el pueblo con un altavoz, pidiéndole a la gente que estuviera atenta, que había que salvar al pueblo. Pasaban por casa a preguntarnos si estábamos bien. Le preparamos café para los que estaban patrullando. A eso de las cuatro de la mañana, vinieron a tranquilizarnos, a decirnos que nos fuéramos a dormir, que ya habían llegado refuerzos y que no iban a atacar. Pero a partir de eso, del otro lado del río empezaron los combates. Empezaron a faltar los chicos al colegio y por unos meses, se escucharon tiroteos. En un momento, los sandinistas, como había sequía, tiraron combustible y prendieron fuego la montaña. ¡Los mismos chicos sandinistas se dolían de los que habían muerto quemados! Habían caído en una emboscada. Un día fui a Río Blanco, 45 km más allá de Matiguás, para el lado de las montañas. Fui para promocionar el Instituto y atraer alumnos para la escuela de agronomía.

Al otro día muy temprano quiero salir; tenía pensado volver con el lechero. Pregunto si había llegado y me dijeron que no, que era imposible salir. Me dijeron que no me moviera del pueblo porque algo estaba pasando. Algo más tarde me encontré con unas enfermeras que querían volver porque a la noche tenían una fiesta en Matagalpa. Se volvían caminando y me decidí volver con ellas. Las personas que vivían a la salida del pueblo y nos veían pasar, nos decían que no nos fuéramos, que era una imprudencia. En una parte del camino tuvimos que cruzar por un lugar donde había un arroyo y un montecito. Temblábamos de miedo, porque esos eran lugares propicios para que se escondieran los combatientes. Por suerte, no estaban ahí y llegamos a Matagalpa como a las nueve de la noche. Ahí supe que había habido combate fuertísimo cerca de Matagalpa y Río Blanco entre los que bajaban de la montaña y los que estaban en la base. Uno se tenía que mover así, con el peligro de encontrarse en medio de la balacera en cualquier momento. Otra vez, también en Río Blanco, me quedé a dormir en casa de unas religiosas. A las cuatro de la mañana ya estaba en pie para salir y encontrar con quien volver, un camión, algo. Mientras esperaba, me había comprado unas naranjas para comer, veo pasar unos camiones llenos de muertos y otro, con heridos. Me estremecí profundamente con eso y la gente comentaba que había habido un combate muy fuerte entre Río Blanco y Matiguás. Después de un buen rato, paró un jeep en el que viajaban dos religiosas y un sacerdote y ellos tenían un salvoconducto para pasar entre los sandinistas. Llegué a Matiguás a media tarde y Nieves me dijo que había cometido una gran imprudencia; que el combate había sido terrible y que el hospital estaba lleno de heridos y los más, eran los contras, porque habían perdido esa batalla".

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jueves, 18 de noviembre de 2021

Hna. Matilde - Episodio 7: "Matiguás" (Séptima parte)

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La Hermana Nieves era la jefa de enfermería del hospital. La Congregación había comprado un jeep, cosa que facilitó mucho llegar a los lugares más alejados y usarlo también para trasladar a quien lo necesitara, pues en el hospital no había ambulancia. Si alguna mujer iba a dar a luz y la situación era peligrosa, Nieves la cargaba en el jeep y la llevaba al hospital de Matagalpa.

Hospital de Matagalpa

Nunca, jamás se tenía en cuenta si era sandinista o contra, tampoco en el caso de los heridos, nunca se miraba de que bando era. A la hora que fuere, de día o de noche, cuando la venían a buscar, ella salía. Algunas veces, una de las hermanas la acompañaba. Muchos no entendían esa actitud nuestra de no mirar la ideología, sino la persona y la necesidad. Obviamente, por la personalidad fuerte y decidida como la de Matilde, siempre había corrillos y sospechas que terminaban en acusaciones y amenazas. Ella cuenta que esas amenazas, cuando no salían de la misma Nicaragua, llegaban desde afuera.

"Desde una radio de Honduras, una vez, escuchamos que decían: que se cuiden Matilde y Nieves, que cruzan la montaña llevando soldados heridos. Una vez me quisieron llevar presa. Hicieron una reunión en la parroquia. Llamaron al representante de educación, que vendría a ser como un supervisor mío. Me mandaron a llamar. Yo estaba cenando. Vinieron a buscarme diciendo que había gente del pueblo reunida con el sacerdote y que me estaban esperando porque querían hablar conmigo. Me subieron a una camioneta; les pregunté si eran de la policía somocista, nosotros somos demócratas, me dijeron. Cuando llego a la parroquia donde estaban reunidos me dijeron que habían estado los padres de familia y que habían manifestado que estaban en desacuerdo con lo que yo estaba haciendo en el colegio y que exigían mi renuncia. Mientras los que estaban presentes me decían esto, yo miraba a mi alrededor. Se dieron cuenta que estaba contando cuántas personas había; eran veinte personas y el total de los alumnos era de ciento cincuenta. Me dijeron que antes de que yo llegara eran muchos más. A eso, yo respondí que me hubiesen llamado desde el principio, así podía escuchar todas las opiniones y que yo no veía que allí hubiese alguien con alguna autoridad. Me advirtieron que tuviera mucho cuidado. Lo mismo que me decían desde la radio de Honduras".

Una vez más frente a la adversidad, y en este caso, una “adversidad armada", no solamente como estructura, sino también con actitudes amedrentadoras, fusiles, y encarnizada por el fanatismo. Ante ese terrible flagelo que es el fanatismo que corroe el ánimo, la mente y el sentido común de las personas, Matilde no se amedrentó. Los enfrentó con esa mirada imbatible que demuestra inteligencia, una mirada clara y mansa, pero que desarma, porque la inteligencia y el bien desactivan, finalmente, cualquier amenaza e injusticia.

Ella y las hermanas de la comunidad siguieron trabajando en lo suyo, firmes. Al lado del pueblo y en las situaciones más extremas.

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lunes, 15 de noviembre de 2021

Hna. Matilde - Episodio 7: "Matiguás" (Sexta parte)

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Los pueblos tienen sus costumbres y hay que comprenderlas; también tratar de corregir lo que es perjudicial, siempre con mucho tino, pero con firmeza. Ahí también aparecía no solamente la figura de la directora del colegio y del instituto, sino también la mujer de la mano maternal que rescata y encamina.

La cuestión del consumo de alcohol era fuerte. Matilde ya lo había comprobado en Diriamba. Un muchacho, alumno de la escuelita se enfermó y ella lo fue a ver. No la dejaron entrar; le dijeron que estaba muy mal. Era un chico que no paraba de beber y así, tan joven, ya tenía una cirrosis de la que no había vuelta atrás.

"En Matiguás, de pronto, empezaron a faltar al colegio dos muchachos. Yo me preguntaba por qué faltaban. Al final, le pregunté a otros y me dijeron: están bebiendo, hermana. ¿¡Cómo!?, dije yo, ¡con 17 años! Estaban en una venta de bebidas y ahí me fui. Ahí estaban. Cada uno tenía en frente una cantidad de botellas de cerveza ya vacías. Desde el día anterior estaban apostando a ver quién tomaba más. Los reté y los saqué inmediatamente de ahí. Yo, con autoridad de directora, los saqué. Después de dos días volvieron a la escuela. Es que se ponen a beber y nadie hace nada. Es una tradición ancestral y no se toca. Los mayores hacen lo mismo y los jóvenes los imitan. Una vez, fui a la casa de una familia que tenía una hija, una chica muy inteligente y que era alumna nuestra. La mamá era una señora muy de la parroquia y muy cercana a nosotras, a la Comunidad. Llego y le digo que vengo a hablar con el papá de esta chica; ellos tenían una finca grande. La señora me dice: está bebiendo. Bueno, le dije, lo espero. La mujer me dice de nuevo: no está en la casa, está bebiendo. Pregunto dónde, y me indica que en un almacén que quedaba cerca de nuestra Comunidad. Allá me voy y al llegar anuncio que quiero hablar con este señor, y la respuesta seguía siendo la misma: está bebiendo. Lo espero, le digo. Hermana, me dice el dueño del almacén, hace tres días que está bebiendo acá, y lo mismo al día siguiente... y al siguiente. Es una costumbre. Después, la señora me contó que en la casa no podía tener ni perfume, ni alcohol medicinal porque se lo tomaba. Otro gran problema era lo que pasaba con las chicas. Los sábados y los domingos bajaban los varones de la montaña al pueblo para beber alcohol. Un domingo volvíamos de misa y pasamos frente a la casa de una familia conocida. Una familia muy buena y en una buena posición económica. Pasábamos, y nos dicen que se llevaron a María. María era la nieta de la señora que llevaba adelante la casa. Los que bajaron de la montaña vieron a la niña y se la llevaron. Se la llevaron y listo, y no la podés reclamar, no la podés pedir más. ¡¡Se respeta eso!! Es como una ley. Yo no lo podía entender. Después me explicaron que es costumbre y ya no hay nada que hacer. Un vecino nuestro tenía una chiquita de quince años. Cuando faltaba algún profesor, ella ayudaba, hacía de maestra de matemáticas, ponía los ejercicios en el pizarrón, llevaba adelante matemáticas de primer año. Había alumnos chicos, pero también algunos mayores en el curso. Ella estaba terminando el quinto año del bachillerato nocturno. El encargado de los lecheros de Matagalpa, de la fábrica de leche en polvo, tenía mujer e hijos. De pronto, noto que esta niña no está viniendo, pregunto y me dicen: ¡pero si se la llevó fulano! No podía creer, este hombre de la lechería, educado, respetuoso, que buscaba superarse y hace una cosa así. ¡Se lleva a esta chiquita! No lo podía creer y menos de este hombre, tan recto que parecía, tan servicial con nosotras. A veces, cuando nos faltaba agua, nos traía en los tachos de leche y nos llenaba la cisterna de agua potable que sacaba de una gran bomba que había en la fábrica. Fui a ver a los padres de la chiquita y les decía que la fueran a buscar, pero no: se la llevó y se la llevó".

Era difícil aceptar, y más aún, mediar en estas cuestiones tan arraigadas pero, indudablemente, lo más complicado era mantener el equilibrio en medio de la situación política.

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jueves, 11 de noviembre de 2021

Hna. Matilde - Episodio 7: "Matiguás" (Quinta parte)

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El Ciclo Básico de Producción estaba pensado para formar gente que administrara mejor los recursos agrícola-ganaderos de la región, pero en época de guerra los objetivos varían y se da prioridad a las necesidades. El alimento era la opción principal.

Matilde recuerda que:

"Había un sacerdote jesuita nicaragüense que había escogido como misión dedicarse al campesinado de Centroamérica. Me acuerdo que un día vino de Rio Blanco, eran las dos de la tarde. Llegó a casa y me dijo: Matilde, tengo hambre. No es que en casa hubiera demasiado. Lo que tenga, me dijo, lo que tenga. Le preparé unas papas hervidas con un poco de aceite y un huevo frito. Una vez, él mismo, viajando para Managua me dijo: siembre maíz, siembre frijoles; se viene una hambruna, hay que tratar de cubrir por todos los medios la gran necesidad que va a haber. Le hice caso, pedí terreno y sembramos todo lo que él me aconsejó. Era un sabio en ese tema; conocía muy bien lo que pasaba, y siempre que nos encontrábamos me repetía que si no sembraba, no íbamos a tener qué comer. Hay que recoger el café, insistía: hay que sembrar; ¡cuidado, que no se deje de lado la siembra de las cosas básicas de la alimentación! Nosotros lo hicimos ahí, pero la primera cosecha se nos arruinó por falta de experiencia del técnico que mandaron de Matagalpa. Eso fue muy triste. Había que fumigar el maíz, de lo contrario se iba a arruinar y él fumigó en exceso y se quemó todo, se arruinó toda la cosecha. La gente se nos burlaba, decían: ¡Mirá la monja con sus chicos, mirá cómo cosechan! Todo estaba perdido. Me sentí tan mal, con tanta rabia, que preparé el bolso y a dedo me fui a Managua en la parte de atrás de una camioneta, recibiendo todo el aire para que se me fuera la rabia y todo el encono que tenía. Era el proyecto burlado. María Barbagallo sintió lo mismo que yo. Uno cree que va a ayudar a los nicaragüenses, y ellos se burlan".

Hna. María Barbagallo msc

Había una pregunta que horadaba el corazón de las hermanas y que María Barbagallo en su autobiografía, expresa con precisión:

"En mi corazón surgía con frecuencia una pregunta: ¿pero por qué es que esta gente no nos ama? (...) Habían pasado casi diez años que estábamos en esa misión; no habíamos ahorrado sacrificios, oraciones, ideas, dinero, iniciativas ni personas. Habíamos enfrentado todo tipo de dificultades. Habíamos defendido a la pobre gente, primero de los mortales ataques de la dictadura y después, de las presiones de los sandinistas, más aún, de la pastoral opresiva de los padres-patrones; habíamos tratado de encontrar un estilo nuevo basado en la convocatoria, la persuasión, la participación activa. Le habíamos dado a ese pueblo una escuela auténtica, gratis, limpia, eficaz, con programas y contenidos verdaderos. Habíamos puesto a disposición de todos nuestras energías, nuestra casa, nuestros recursos. Nunca hicimos distinción entre ricos y pobres aun cuando nuestra inclinación era hacia los más pobres; habíamos tratado de mediar en las diferencias, de sanar las grietas, de participar en la vida del pueblo sin pretender nada. No habíamos ganado nada, más bien habíamos entregado y casi perdido a las más valiosas hermanas pagando el alto precio de esa experiencia. Creímos haber amado a ese pueblo obstinado, testarudo y difícil. Pero ¿por qué no fuimos correspondidas?" Misionera, Aventuras, fe y pasiones de una religiosa de nuestro tiempo, Hna. María Barbagallo, Liberal libri, 1998.

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lunes, 8 de noviembre de 2021

Hna. Matilde - Episodio 7: "Matiguás" (Cuarta parte)

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El muchacho italiano (Marco Consolo) que llegó con la mochila y el anticlericalismo al hombro da testimonio una vez más:

"Matilde era la directora del colegio y el motor de la pequeña comunidad religiosa. Las tres hermanas eran corajudas y me han enseñado muchísimo. Me enseñaron qué es el respeto mutuo, el coraje, la dedicación, la perseverancia y la comunión en los valores. Trabajaban sin descanso, codo a codo con el pueblo. Tierra, salud, instrucción, alimentación sana para todos. Su fe no estaba reñida con los objetivos sandinistas. Entre cristianismo y revolución no hay contradicción. Lo he palpado con mis propias manos por casi más de un año. He comprendido que en ese momento había una mística, laica para mí, religiosa para ellas, que nos unía en comunión. Matilde coordinaba, animaba, buscaba apoyo, no ahorraba esfuerzo alguno para que el proyecto fuera hacia adelante. Por primera vez en mi vida pasé muchos meses en silencio. Preguntaba y escuchaba buscando interpretar los nuevos códigos, señales y líneas de lectura mientras me empapaba de todo eso. Le debo mucho a Matilde, las muchas noches en que hablábamos por horas en la escuela, andando por las calles o en el patio de la casa, bajo los árboles de mango. Ella me hablaba del rol que la Congregación estaba teniendo en relación con el desarrollo social, a pesar de las críticas del sector más conservador que, obviamente, no miraba con buenos ojos la opción por los pobres encarnada en el trabajo misionero como testimonio de fe cristiana."

Pero nada era al azar ni por capricho ni buscando reconocimiento para sí misma. Marco da este testimonio desde su mirada política partidaria, pero la Hermana Ana Gilma que estaba en la comunidad y que veía las cosas desde otra óptica, dice:

"Mi impresión sobre Matilde por entonces, y que se fue acrecentando con el tiempo, es que ella es una mujer libre, en el pleno sentido de la palabra libre. Una mujer de espíritu libre, de ideas muy claras y objetivos bien definidos y por esos objetivos, ella da la vida. No son unos objetivos cualesquiera, son muy rezados. Ella es cabriniana y media, es religiosa y media; es una persona que no está atada a las estructuras, a las normas; siempre va más allá con su compromiso".

Y otra vez Marco demuestra cómo Matilde siempre buscaba reconfirmar aquello que, en oración, había decidido.

"La recuerdo como una mujer pragmática, profundamente humana, con una energía fuera de lo común: jamás se detenía, nada la detenía y era un estímulo para todos. Ella, nacida en Argentina, sentía en carne propia los dolores y las alegrías del pueblo de Matiguás. Un día, vino a visitarnos Peter Marchetti, un jesuita muy comprometido, especialista en economía, teólogo muy respetado, norteamericano de nacimiento, pero centroamericano por adopción. Colaboraba con el gobierno sandinista en la reforma agraria y en el desarrollo rural. Era un día especial. Matilde estaba muy emocionada; preparó jugos de fruta y aparecieron galletitas, casi imposibles de encontrar en épocas de guerra, escasez y bloqueo. Nos quedamos horas hablando con Marchetti. 

Peter Marchetti

Matilde escuchaba y pedía opinión, ávida como siempre. Buscaba, sobre todo, confirmación de que su fe religiosa no estaba para nada reñida con su elección a favor de la opción por los más pobres. Aquel día, al final de la jornada, me dije a mí mismo: hoy también hemos asistido a la universidad. Aún sigo sintiendo un agradecimiento profundo para con Matilde y con las demás hermanas cabrinianas por haberme enseñado tanto sin pedirme nada a cambio. Un agradecimiento sincero por haberme ayudado en la difícil tarea de construir conciencia y no perder la memoria".

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jueves, 4 de noviembre de 2021

Hna. Matilde - Episodio 7: "Matiguás" (Tercera parte)

Matiguás

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Llegaban a Matiguás voluntarios de todos los países y de las más variadas creencias e ideologías. La casa de la Comunidad era de puertas abiertas. Un muchacho italiano llegó también en ese momento. Marco Consolo cuenta cómo el contacto con aquella realidad y con las hermanas, le "cambió la vida para siempre".

Este es su testimonio:

"A través de amigos de la cooperación italiana conocí el proyecto de Matiguás. (...) Era una zona de frontera, difícil, (...) y yo era un joven internacionalista que quería vivir desde adentro la realidad rural. Fue así que hice una elección de la que jamás me arrepentí. Después de algunos días en Managua, ciudad que no me ha gustado nunca, me encontré subido a un viejo ómnibus repleto de gente, cerdos y gallinas, rumbo directo al norte, rumbo a ese pueblo que sería mi primer "escuela revolucionaria". (...) Habiendo ya bajado del bus pedí indicaciones para llegar a la casa de “las monjas” del lugar. La casa de las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús estaba justo delante del Instituto Técnico con orientación agropecuaria. Toqué la puerta y me abrió Matilde, la mayor de las hermanas de la pequeña comunidad cabriniana. Yo no tenía cartas de presentación, credenciales ni recomendaciones de ninguna jerarquía eclesiástica. Aún recuerdo la cara de incredulidad de Matilde al ver a ese muchacho que era yo, con una mochila al hombro y que un poco temeroso trataba de explicar, en un español muy elemental, que me había llegado hasta allí para dar una mano. Al principio me miró, seria y un poco estupefacta por mi aparición. Le expliqué mis intenciones y después de unos minutos, el entusiasmo le brotaba por los poros. Aún no sé si para ella eso fue una señal de la divina providencia, lo cierto es que inmediatamente me abrió la puerta de la casa, cosa que me dejó con la boca abierta. Fue así que de joven “mangia preti” (anticlerical), empecé a vivir con tres religiosas que me habían abierto su casa, su corazón, y me habían ofrecido un techo".

Marco no se equivocaba: la casa estaba abierta, como también estaba abierta la mente y la amplitud de espíritu. Matilde dice:

"Lógicamente, yo estaba en un momento de fe donde lo que más quería, era VER. Venían esos extranjeros, los italianos que eran del partido comunista, que llegaban y trabajaban; ayudaban con todas sus energías a salir de esas vidas. Vino una señora que era evangelista, pastora en Bélgica; ella también paró en casa. Llegó también un suizo... todos querían ayudar al pueblo a progresar y dejaban todo lo suyo para eso. La fe o la no fe no era impedimento, ahí todos éramos iguales. Ahí estábamos porque queríamos al hombre y, al fin y al cabo, queríamos a Dios. Comprendí bien a fondo que quien trabaja por la dignidad del hombre, trabaja para Dios. Lo dije más de una vez: yo nunca tomé un arma, no me afilié a los sandinistas. En nuestra casa nunca hubo armas a pesar de que corríamos peligro y había que defenderse si venían a atacarnos. No, nosotros estábamos ahí y estábamos en la línea de los sandinistas porque el sandinista estaba trabajando para el pueblo. Yo lo hablé con el Nuncio apostólico y él me lo dijo muy claramente: “Trabaje para el pueblo y no tenga miedo".

¿Qué diría la Santa Madre frente a estas reflexiones controvertidas y, seguramente, "revolucionarias" para muchos? En sus escritos hay infinitas respuestas que encajan perfectamente y que hacen que el carisma legado sea tan maleable como lo son las necesidades de los tiempos y las realidades históricas que las hermanas deben enfrentar en cada misión, con sus particularidades. Ella, mucho antes que Medellín, ya consideraba que la opción por los pobres de todo tipo, no solamente en lo que respecta a lo económico, era más que una cuestión política o social, sino una cuestión altamente teológica.

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lunes, 1 de noviembre de 2021

Hna. Matilde - Episodio 7: "Matiguás" (Segunda parte)

Matiguás

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La gente del pueblo vivía en un estado de paz aparente, superficial podría decirse. Los más acaudalados tenían fincas arriba y en las afueras: eran somocistas. Los más pobres eran mano de obra muy barata; unos pocos llegaban a tener alguna vaca y una pequeña porción de tierra: eran sandinistas. La aparente armonía en la que se vivía dejaba de serlo cuando se desataban las luchas en la montaña. En épocas de combate los correos iban y venían todo el tiempo. Matiguás era un punto neurálgico y de referencia histórica, pues ahí cerca, Augusto César Sandino había comenzado la revolución muchos años antes.

El pueblo que buscaba la liberación estaba liderado por los sandinistas, pero la Hna. Ana Gilma cuenta que el 80% de los habitantes, respondía al somocismo. La vecindad de la casa de las hermanas estaba formada en su mayoría por los contrarios a la revolución, los comúnmente conocidos como "contras". No así los más jóvenes, sobre todo los de menores recursos, que decididamente eran soldados dispuestos a todo, incluso a entregar la propia vida por una Nicaragua libre e igualitaria.

"Es muy difícil ver al pueblo que quiere ser libre y que en su seno está dividido. Es difícil equilibrar el destino de los más jóvenes que saben que su único futuro es la pobreza y encuentran el camino alternativo en la lucha armada. Se arriesgaba mucho, es verdad, pero estaban consiguiendo la posibilidad de educarse de tener acceso a algunos servicios de salud fundamentales, como las vacunas. Empezaban a ver los beneficios. No era una cosa armada así nomás. Hacía años que la revolución venía preparándose, que estaban concientizándose. En el momento más caliente de la revolución yo me acerqué a la comitiva y me ofrecí. Les dije que tenía un método para alfabetizar, el famoso método Bleger que había usado con las alumnas de Caballito, pero ellos tenían ya buenos libros traídos de Cuba. Un material muy bien editado. Todo estaba preparado, nada era improvisado y lo primero que hicieron fue encarar la alfabetización. Estuvieron veinte años preparándose mientras el dictador Somoza seguía matando a cuanto joven podía. Obviamente no íbamos a estar con la guerra, pero con las cosas que eran para el bien del pueblo, sí, ¡claro que sí! Estábamos con el pueblo, pero jamás tocamos un arma".

Nuevamente, Matilde poniéndose en la piel de los que luchan por conseguir una vida digna. No está reñida la vida religiosa con ese compromiso, y al lado de ella, Ana Gilma y Nieves se solidarizaban con el pueblo, y cuando uno se solidariza con la búsqueda de la justicia hace que la solidaridad se transforme en la ternura de los pueblos.

Para la Misionera del Sagrado Corazón encarnarse en la realidad de la historia buscando la perspectiva ultraterrena a través de la oración, es comprender el proyecto divino, dejarse abrazar por Dios en la realidad que la circunda.

La consigna de aquel momento era: entre cristianismo y revolución no hay contradicción; y otra: sin la participación de la mujer, no hay revolución.

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