jueves, 26 de diciembre de 2019

"Suene, suene tu voz..." (7ma y última parte)


Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo
Codogno 2018




Capítulo 3:
"Suene, suene tu voz…":
En la escuela del Sagrado Corazón de Jesús




La voz de Jesús se escucha por lo tanto, no sólo en la profundidad del propio corazón donde Él “habita como en un trono”, sino también en los criterios de su Evangelio, en las bienaventuranzas, en los sufrimientos de la humanidad, en la miseria moral y material de la gente. Una escucha sólo intimista no sería aquella de la que habla Madre Cabrini. Una característica de su espiritualidad es la concreción del amor, un amor siempre abierto a las necesidades de los demás, siempre dispuesto a “hacer algo”, un amor siempre dispuesto a dar la vida.

“Recordadlo siempre, hijas, que vosotras sois los ángeles custodios de la tierra, y estad prontas a volar donde la obediencia os lleve sobre los vastos campos de la caridad. Sea vuestra vida un perenne sacrificio de vosotras mismas en beneficio de la familia humana, y vuestras delicias sean trabajar mucho, orar mucho y renovar siempre vuestro ofrecimiento como víctimas de expiación y de reconciliación entre el cielo y la tierra.”[1]

La escucha de la voz del Esposo que habla, que sugiere, que sostiene, está estrechamente unida al discernimiento, a la búsqueda constante de la voluntad de Dios. Esta voluntad requiere el amor, y un corazón totalmente libre de otros intereses fuera de los de Dios:

“... pero mirad que para sentir y entender la voz de Jesús no debe estar en el ánimo el estruendo de las pasiones, de otra manera realmente lo confundiréis con un hortelano o un deshollinador.”[2]

La voluntad de Dios, si se busca con las debidas disposiciones y con la pureza de intención que propone Madre Cabrini, deja siempre una gran paz en el corazón.

“Tu voz es potente, Jesús mío, y el seguirla produce tal paz, tal suavidad, tal gozo que el alma queda toda inundada. Sagrado océano de santo Amor…, yo me sumerjo toda en ti. Mar de inmensa alegría, guía como quieras, cual piloto soberano mi barquilla y transpórtame adonde quieras, para que pueda servirte de alguna manera y consolar tu Divino Corazón; de lo demás no me preocuparé, ni temeré nada siendo Tú el que me mueve.”[3]

La voz de Dios es siempre portadora de amor, aun cuando sea muy diferente de nuestras expectativas. De sus Pensamientos y Propósitos recabamos una atención especial a la santa indiferencia, o sea, a la disposición del corazón de “querer sólo lo que Dios quiere”:

“Una vez conocida la voluntad de Dios en el grado de virtud y santidad, no seré reacia, sino un alma ágil para llevarla a cabo, desconfiando de mí misma y confiando en Aquel que se dignó inspirármela.”[4]

“Debo y quiero someterme en todo y en todas partes a la santísima voluntad de Dios, reconociéndola en todos los acontecimientos prósperos o adversos, de cualquier parte o persona que me vengan.”[5]

“Sin una atención especial sobre la santa indiferencia no podré llegar a esa perfección que Dios quiere de mí. La santa indiferencia debo tenerla en todo y especialmente cuando se trata de elegir entre una cosa y otra, para no dejarme llevar nunca de mi inclinación, sino sólo de la voluntad de Dios y de su gloria, que estoy obligada a procurarle en todo tiempo y de todos modos.”[6]

Madre Cabrini propone aprender en el Corazón de Jesús esta paz y serenidad que deriva del estar abandonadas a su amor misericordioso, y de este modo sugiere el secreto de la confianza de la que se hablará a continuación. Obediencia, escucha, disponibilidad para seguir los designios de Dios con nosotras, son pasos que conducen a la realización del proyecto de Dios.
En una felicitación de Navidad en 1913, Madre Cabrini deseando la paz dice así:

“Pero ¿cómo vosotras, hijas, tendréis esta paz envidiable? La tendréis llegando a recibir todas las cosas que suceden, tanto grandes como pequeñas, como regalos de Dios y poniendo toda vuestra satisfacción en el hacer el deseo de Dios. Esta total conformidad al querer de Dios, este abandonarse totalmente en el seno de su bondad, hacen al alma partícipe, en cierto sentido, de dos atributos propios solamente de Dios, a saber: el de la impecabilidad y el de la infalibilidad.
De hecho, como cuando se licuan dos ceras, se mezclan la una con la otra de tal manera que parece una sola; así el alma, a través de la perfecta conformidad al querer de su Dios, se convierte en una cosa sola con Él. Al hacer su Divina Voluntad se sigue la guía de la Divina Sabiduría que no puede equivocarse y obra según la regla de la infinita santidad.”[7]

Y sobre todo, para cumplir la misión hay que escuchar y ejecutar:

“Toda palabra del amadísimo Jesús es de una incalculable importancia; toda indicación del Esposo es una ley para el alma amante, la cual parece tener alas en los pies para volar a donde el Esposo quiere.”[8]

En la escuela del Corazón de Jesús se aprende a elegir siempre lo que le es más grato a Dios y, cuando la voluntad del Maestro es tan explícita, se debe seguir sin dudar: “ardientemente, velozmente”.



[1] Cfr. “Entre una y otra ola”, pág. 414
[2] Cfr. “Epistolario”, Vol. 1°, Lett. n. 156
[3] Cfr. “Pensamientos y Propósitos”, pág. 139
[4] Cfr. “Pensamientos y Propósitos”, pág. 115
[5] Cfr. “Pensamientos y Propósitos”, pág. 100
[6] Cfr. “Pensamientos y Propósitos”, pág. 137
[7] Cfr. “La Stella del Mattino”, pág. 188-189
[8] Cfr. “Pensamientos y Propósitos”, pág. 183-184

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lunes, 23 de diciembre de 2019

"Suene, suene tu voz..." (6ta Parte)


Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo
Codogno 2018




Capítulo 3:
"Suene, suene tu voz…":
En la escuela del Sagrado Corazón de Jesús






En la escuela del Corazón de Jesús se aprende la obediencia, la humildad, la dulzura y, sobre todo, la caridad.
A esta virtud son dedicadas larguísimas páginas de exhortaciones, cartas y recomendaciones. La caridad se entiende “hacia Dios y hacia el prójimo”. La caridad hacia Dios se identifica con tantas enseñanzas que Madre Cabrini ofrece hablando de la fidelidad y de la correspondencia que se debe a un Dios que nos ama tanto y que nos quiere llenar de amor; en la escuela de su Corazón no se puede aprender otra cosa que a amar y este amor se expresa dándolo a conocer y amando:

“Busquemos el camino directo y seguro de la perfección, animándonos a la verdadera caridad hacia Dios y hacia el prójimo, más aún, que una no esté nunca separada de la otra, y tratemos de atraer al Corazón de Jesús a cuantas personas tenemos cerca, siendo precisamente éste el objetivo de la vida de la Misionera, de la Esposa de Jesús.”[1]

Y precisamente porque el amor de Dios no puede estar separado del amor al prójimo, es por lo que Madre Cabrini termina cada exhortación a la caridad especificando “del Corazón Santísimo de Jesús”. Madre Cabrini incluso habla del arte de amar a Jesús, como la clave de toda sabiduría:

“Dentro de poco más de un mes, tendré el gusto de reencontrarme con vosotras y alimento la esperanza de que cada una me habrá preparado especiales consuelos mediante el estudio asiduo de un año en el gran arte de amar a Jesús, que es la clave de toda sabiduría, y que Jesús, tan bueno con quien desea amarlo, ciertamente os habrá recompensado haciendo fecundar en vosotras aquellos gérmenes que en vuestros corazones ha puesto la firme voluntad de querer avanzar cada vez más como esposas fieles en el camino de la perfección, conformándoos de aquella robusta y sólida virtud que, si a todas las religiosas les es necesario, mucho más lo es a las Misioneras que por su vocación han sido llamadas a santificar el mundo.”[2]

No significa una caridad de simple compasión o deber:

“Las almas unidas en caridad descansa plácidamente en Dios y esperan, confiadas, grandes y numerosas gracias de la bondad divina. Las almas unidas en caridad son magnánimas y generosas, porque son como llevadas por Dios; alzan siempre el vuelo con su espíritu: llega el alma hasta el cielo, se echa a los pies del trono de Dios, y Dios, complaciéndose en ella, la colma de las más selectas gracias. ¡Ea pues! hijas, seamos caritativas, amémonos las unas a las otras en la santa delicia del Corazón adorable de Jesús: sacrificaos de buen grado y continuamente por vuestras Hermanas; sed con ellas siempre dulces, nunca ásperas y bruscas o resentidas, sino plácidas, bondadosas y dulces. Rivalizad en ver quién sabe esparcir mejor mayor cantidad del aceite de suavidad y de bálsamo calmante. Sabed, con la piedra preciosa de la caridad del Corazón de nuestro Jesús, aliviar los dolores, curar las llagas, cicatrizar las heridas, consolar en las tribulaciones, fortalecer a los temerosos. Amad el bien de vuestras Hermanas, y no envidiéis a ninguna, compadecedlas en sus miserias. ¡Qué hermoso espectáculo, hijas, ver a tantas almas, de diversas naciones y de diversas lenguas, todas unidas en la misma familia religiosa, vinculadas todas por un nudo mucho más fuerte que el del parentesco: el vínculo suave de la dulce, sublime caridad del Corazón Santísimo de Jesús!
Amaos todas en el Corazón adorable de Jesús en santo afecto, como los santos del cielo, que del resto se encargará el buen Dios. Aprended la caridad, amad en caridad, la caridad se adueñe de vuestras almas, y entonces podréis gloriosamente repetir: Dotavit me Deus dote bona (Dios me dio una buena dote).”[3]

También la disponibilidad para el amor en las respuestas a las necesidades de los otros, en el escuchar la voz de los pobres, de los marginados y desheredados, es posible cuando estamos atentas a vivir según los criterios del Reino:

“Aquello que por nuestra condición de mujeres no nos es lícito hacer a gran escala ayudando a resolver importantes problemas sociales, en nuestro pequeño círculo se hace en cada Estado, en cualquier ciudad donde están abiertas nuestras casas. En ellas acogemos a los huérfanos, los enfermos, los pobres; se instruye a millares de niños, y no solamente esto, sino que es inmenso el bien que se hace mediante el contacto con el pueblo que tales instituciones le facilitan a las Hermanas de la colonia.”[4]

Es una caridad que perdona, que ama profundamente incluso cuando uno puede ser lastimado por las heridas que pueden provocar el comportamiento de los demás. La enseñanza de Jesús es muy exigente y se ve en las relaciones con los demás. Una Hermana, que le había dado algún disgusto y luego dejó la Congregación, arrepentida, había escrito sobre su deseo de volver. Así responde Madre Cabrini:

“Ven, ven a los brazos de la Madre que el Corazón Santísimo de Jesús te ha dado en religión, ven y no temas que el Corazón de Jesús acoge a los corazones arrepentidos que vuelven a Él. Ven y olvidaremos todo el pasado, tú de ahora en adelante no pienses más que en ser buena religiosa, observante, verdadera Esposa de ese querido Jesús que tanto te había privilegiado y que todavía ahora te privilegia volviéndote a llamar a sus brazos amorosos para cerrarte para siempre en su Corazón Divino.
Ven, hija mía, ven enseguida que suspiro por darte el abrazo del perdón; sí, hija amada, no sólo te perdono sino que olvidaré todo y, aquel amor que he tenido siempre hacia ti, todavía lo encontrarás, no temas. Agradece al Corazón Santísimo de Jesús que te ha privilegiado volviéndote a llamar. El buen Jesús te bendiga y te traiga aquí, al lugar en el que encuentres tu descanso.”[5]



[1] Cfr. “Entre una y otra ola”, pág. 102
[2] Cfr. “Epistolario”, Vol. 3°, Lett. n. 987
[3] Cfr. “Entre una y otra ola”, pág. 182-184
[4] Cfr. “Entre una y otra ola”, pág. 549
[5] Cfr. “Epistolario”, Vol. 4°, Lett. n. 1207

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jueves, 19 de diciembre de 2019

"Suene, suene tu voz..." (5ta Parte)



Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo
Codogno 2018




Capítulo 3:
"Suene, suene tu voz…":
En la escuela del Sagrado Corazón de Jesús




En la escuela del Sagrado Corazón, Madre Cabrini aprendió sobre todo la obediencia, y es en este contexto que desafía a cada Misionera a tener el valor de hacer lo que Dios quiere. Tratándose de un Voto que se pronuncia al inicio de la vida religiosa, se puede suponer que las dificultades que de él se derivan son inherentes al tipo de misión a la que cada misionera puede ser enviada. Madre Cabrini insiste sobre la adhesión a la Voluntad de Dios y al desprendimiento de los propios esquemas y sobre todo al amor por el Reino de Dios. Invita continuamente a la escucha del Corazón de Jesús:

“Mirad, hijas, nosotras tenemos que fijarnos siempre en Él y de Él esperar la consigna, para correr a su señal en la dirección que su mente, iluminada por el divino espíritu, le señala como aquella que más rápidamente alcanza la dilatación del Reino de Dios sobre la tierra.”[1]

Este amor apasionado justifica las dificultades y hace suave la obediencia:

“Suene, suene tu voz, que yo entienda lo que Tú quieres de mí, que yo pueda encontrarte siempre para amarte, te conozca para imitarte, te ame para poseerte, te posea para gozarte. Tú quieres, mi Jesús, que yo te busque siempre con todo mi afecto, quieres que te encuentre, que te conozca, que te ame, que te glorifique, procurando con todas las fuerzas que de ti me vienen, servirte y honrarte si es posible por todos. Sí, Bondad infinita, me hiciste Misionera de tu Divino Corazón por pura misericordia, y yo lo debo hacer y lo haré mediante tu ayuda, que nunca me falta. Suene tu voz y yo me lanzaré hasta los últimos confines del mundo a hacer todo lo que Tú quieres, porque el sonido de tu voz obra los prodigios más maravillosos. En tu nombre, Señor, y encerrada en tu hermoso Corazón, yo lo puedo todo. Omnia possum in Eo qui me confortat.”[2]

La obediencia es una virtud estrechamente relacionada con el amor y, fuera de esta relación, puede ser un problema insoluble
En una carta escrita en 1907 sobre la aprobación definitiva de las Reglas, Madre Cabrini resume los puntos esenciales de la espiritualidad del Instituto y reserva a la obediencia una larga reflexión: 

“El amor más puro ha inspirado el sacrificio de Jesús, y amor es lo que quiere de la Misionera de su Divino Corazón, amor ardiente que no retroceda ante ningún sacrificio, amor fuerte que la empuje a la destrucción de sí misma.
La obediencia fue la virtud característica de Jesús y tiene que ser la de su Misionera. Amor y obediencia enlazadas, juntas por el santo nudo de la bella y querida sencillez, que trabaja sin creer que se sacrifica y no por esto se siente sacrificada, y teniendo los ojos y el corazón fijos en Dios, se olvida de sí, para no vivir más que en Dios y para Dios.
Hijas, el amor de Jesús para con nosotras ha sido probado a costa del sacrificio de sí mismo: -sea tal el nuestro- la voluntad de Jesús, o sea la santa obediencia y la gloria de Dios sean en el móvil de cada una de nuestras acciones, el arma potente con la que trabajamos para destruir nuestro amor propio y cuanto en nosotras se opone a hacernos dignas de ser las consoladoras de su Divino Corazón.”[3]

Y entonces el “espíritu” de obediencia deriva del Amor aquel al que aluden Madre Cabrini:

“Los nobles del mundo tienen sus escudos, en los cuales se recuerda su ilustre pasado o algún hecho glorioso; yo quisiera que en el escudo de la Misionera del Sagrado Corazón de Jesús estuvieran escritas claramente aquellas hermosas y verdaderamente gloriosas palabras que Jesús decía de sí mismo: “Ego quae placita sunt ei facio semper” (Hago siempre lo que le agrada a Él). ¡Obediencia, es una palabra revelada, es un rayo de luz viva que desciende sobre nosotras del Padre de las luces; es una manifestación de su divina voluntad! Dios hace lo que quiere de las almas obedientes: ellas son el gozo de su Dulcísimo Corazón. A las almas obedientes Dios les comunica de buen grado sus luces, las regala con sus dones y gracias; sobre ellas hace resplandecer los rayos de su rostro y las hace completamente dichosas de su suerte. Vosotras, hijas queridas, como Misioneras que sois, tenéis necesidad de haceros idóneas para ganar almas al Corazón de Jesús; pues bien, procurad conseguir el verdadero espíritu de obediencia, porque, por medio de tales almas, es como Jesús cumple en la tierra sus sublimes designios y grandes obras. Él goza estando con ellas y las guía con su sabiduría, las ilumina con su luz, las conforta con su gracia y las hace administradoras de todos sus bienes. Sí, hijas, quien es obediente a Jesús, consiguiendo su espíritu de obediencia, logra que todas las criaturas le sean igualmente obedientes, para conducirlas al Reino de Jesucristo.”[4]



[1] Cfr. “Epistolario”, Vol. 3°, Lett. n. 987
[2] Cfr. “Pensamientos y Propósitos”, pág. 174
[3] Cfr. “La Stella del Mattino”, pág. 170
[4] Cfr. “Entre una y otra ola”, pág. 492-493

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jueves, 12 de diciembre de 2019

"Suene, suene tu voz..." (4ta Parte)



Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo
Codogno 2018




Capítulo 3:
"Suene, suene tu voz…":
En la escuela del Sagrado Corazón de Jesús




El Corazón de Jesús es el maestro interior y una escuela para aprender a ser como Él, “manso y humilde de corazón” como para seguir su camino, incluso cuando ello comporta dolor y contradicciones:

“Él es mi maestro, mi guía, mi piloto, mi pastor, mi médico, mi padre, mi juez y mi abogado, mi protector y defensor.”[1]

De este Maestro se aprende todo y siguiéndole a Él se camina en la verdad:

“Cuando Dios habla al alma es inútil presentarle las vanas opiniones de los grandes hombres. Él es el Verbo de quien proceden todas las cosas y el verdadero principio que habla al sencillo y humilde de corazón que camina en la verdad.”[2]

Se trata de escucharlo, de adherirse al Evangelio sin compromisos, despojadas de nuestra sabiduría:

“Sí, está preparado mi corazón, Dios mío; hablad, decidme lo que queréis; estoy dispuesta a cualquier sacrificio para crecer en vuestro amor y para procurar vuestra gloria. Corazón de mi Jesús, me abandono en ti. Habladme, instruidme, iluminadme.”[3]

Se aprende a estar abierto al aprendizaje de la humildad a través de los acontecimientos, las circunstancias y los contratiempos que se asumen gradualmente con actitudes nuevas que facilitan el encuentro de amor con Dios:

“Cúbreme, Jesús, con la caridad de tu Divino Corazón para que yo sea de veras la Misionera de tu Divino Corazón y no lleve nunca indignamente este grandioso y sublime título salido de tu Divino Corazón... La voluntad de Jesús es el cielo de su amada esposa. Hablad, Señor, que vuestra sierva os escucha, Jesús yo me apoyo en Ti, voy a Ti. Introdúceme en la secreta intimidad y enséñame para que siga cada vez más fielmente tu santísima voluntad. Yo quiero agradarte en todo, quiero lo que te gusta a Ti, no quiero preocuparme de mis deseos, quiero que cada una de mis inclinaciones sean sofocadas completamente porque Tú, Jesús mío, debes reinar en mí como absoluto dueño. Tú eres mi hacedor, yo soy tu criatura, te debo obedecer y es dulce para mí este deber. Sí, obedecerte a Ti, mi Dios es para mí un reino de paz, de alegría, de gozo... La verdadera paz celestial consiste en el cumplimiento perfecto de la voluntad de Dios, sin buscar ni desear otra cosa.”[4]

Para transmitir esta atención al Corazón de Jesús y a sus deseos, y evitar que las Misioneras que ella guiaba, se encontraran en decisiones ambiguas, y “beban en otras fuentes” que no sean aquellas de la salvación (cfr. Is 12,3), Madre Cabrini, fuerte en la experiencia de alegría y de amor que gozaba, no escatimó en cartas, exhortaciones, recomendaciones y amonestaciones cuando era necesario:

“Espero que los Ejercicios Espirituales continuarán bien y con provecho, para que se cumplan los designios de Dios sobre cada una de vuestras almas. A veces son pocas las religiosas que llegan por entero al cumplimiento de los designios de Dios sobre ellas, porque pocas tienen la suficiente generosidad para corresponder a la voz de la gracia.
El Espíritu Santo las espera, quiere que sean dóciles a su voz, las invita, las solicita, las empuja; no abusen pues las Religiosas del tiempo favorable que se les ofrece, no quieran pasar los años enteros e incluso la vida disputando su corazón a la gracia; decidan de una vez hacer el sacrificio completo, no reserven ni afecciones, ni designios, ni puntos de vista, ni deseos, ni esperanzas de las que no quieren despojarse para entrar en la perfecta dependencia de la gracia y del Espíritu Santo que las quiere llevar a la perfección de su estado noble y sublime. A veces parecen pequeñas cosas, pero son tantos vínculos con los cuales el enemigo nos tiene sujetas para no dejarnos progresar. ¡Qué felices y santas seríamos si para una fidelidad pronta y generosa, renunciásemos de una vez para siempre a todos aquellos inútiles deleites, a todas aquellas vanas satisfacciones, a todos los apegos naturales, a todas las ocupaciones frívolas y vanos entretenimientos![5]

De hecho la voz de Dios no se puede escuchar sin la “luz” de su gracia que ilumina nuestras tinieblas:

Rogad, rogad hijas, si rogáis de corazón vendrá sobre vuestras almas una gran luz, se os abrirá un feliz horizonte que alguna vez, de lejos, habéis pregustado y entonces qué grande será vuestra generosidad y cómo desearéis sacrificaros por vuestro amadísimo Jesús.[6]

El “recogimiento” como estrategia cristiana para conservar la santa unión con Dios, garantiza esa íntima relación que hace de puente entre las miles distracciones de cada día (las tareas de la misión, las dificultades para afrontar los conflictos de relación…) y al mismo tiempo permite examinar obras, palabras y sentimientos para que coincidan siempre con el ofrecimiento que se hace continuamente al Corazón de Jesús:

“Entrad con frecuencia en vosotras y examinad vuestras obras, vuestras palabras y vuestros pensamientos, para ver si todo es digno de vuestro Amadísimo Esposo y ved si alguna cosa le hace volver la cara; escuchad la voz de Jesús que siempre os habla cuando estáis recogidas y no le digáis nunca que no. Temed negarle cuando os pide algo porque Él es muy celoso de vuestro corazón y de sus deseos y, por cada falta, nos hacemos indignas de tantas gracias que quiere darnos en abundancia.”[7]



[1] Cfr. “Pensamientos y Propósitos”, pág. 150
[2] Cfr. “Pensamientos y Propósitos”, pág. 109
[3] Cfr. “Pensamientos y Propósitos”, pág. 73
[4] Cfr. “Pensamientos y Propósitos”, pág. 172-173
[5] Cfr. “Epistolario”, Vol. 5°, Lett. n. 1774
[6] Cfr. “Epistolario”, Vol. 1°, Lett. n. 372
[7] Cfr. “Epistolario”, Vol. 1°, Lett. n. 323

El capítulo completo lo encuentran en la carpeta "Material" o haciendo clic aquí


lunes, 9 de diciembre de 2019

A volar




A volar

El lema propuesto para el próximo Capítulo General: “Libérense, desplieguen sus alas”, está muy bien analizado y desarrollado desde la espiritualidad cabriniana en el capítulo 2 del libro “Liberaos y alzad el vuelo” de la Hna. María Barbagallo.
Por ese motivo, quise tomar para esta breve reflexión, el estribillo de la canción que compuso la Hna. Gabriela Aravel: “Ponte alas y a volar”.
A pesar de su brevedad, posee una concentración temática realmente notable.
Dice así...


Ponte alas y a volar
que allí está tu libertad,
ponte alas, vuela alto
que la vida espera ya.
Ponte alas y a volar
que allí está tu libertad
ponte alas, vuela alto
y sin miedo a planear:
Con sueños, viviendo con otros
en marcha, unidos a vos.


Ponte alas y a volar…
La frase de Madre Cabrini –traducida al español de varias maneras– aparece en una carta escrita el 18 de abril de 1890 durante su segundo viaje a Nueva York, donde aconsejaba a sus Hermanas a liberarse de aquellos afectos que pudieran estar interfiriendo en su total consagración al Corazón de Jesús.
Liberarse, extender las alas –o ponérselas–, volar, son imágenes simbólicas que podemos interpretar de distintas formas, entre ellas, como aquello que el ser humano tiene como máxima realización, como posibilidad de romper los límites, de ir más allá, de trascender. Volar está simbólicamente asociado al cielo, lugar mítico de los dioses y de la vida eterna o bienaventurada.
Este deseo de trascendencia, inscrito en lo más profundo del ser humano, para nosotros los cristianos, está directamente relacionado con la acción de Dios en nuestra vida y en la historia. Creemos, en concreto, que Dios intervino definitivamente en Jesucristo para realizar eso que llamamos “la salvación”.
Habitualmente entendemos que accedemos a esa salvación en la medida en que estamos en comunión con Dios, de hecho, describimos la vida cristiana como la identificación con la persona y el proyecto de Jesús. Esta identificación, se daría, principalmente, por la mediación de los sacramentos, ya que, a través de ellos –decimos– Dios nos “da” su gracia, es decir, nos transforma, haciéndonos partícipes de su vida divina.
San Pablo en 2Cor 5,17 dice:
El que vive en Cristo es una nueva criatura:
lo antiguo ha desaparecido, un ser nuevo se ha hecho presente”.
Sin negar esto, creo que hay otra forma, tal vez más profunda, de entender este don de Dios, esta invitación a participar de su vida divina, esta “nueva criatura”, de la que habla Pablo, y es tomar este don, no como algo que Dios “da” a través de algunos ritos, sino como algo constitutivo del ser humano creado por Dios. Lo digo de otra manera con un ejemplo: no es que Dios elige a algunos para que sean sus hijos (esos que recibieron el bautismo), sino que crea a todos los seres humanos como hijos suyos, ¿acaso no dice la Palabra de Dios que fue creado a su imagen, como varón y mujer? (Cfr. Gn 1,27). De este modo, los sacramentos dejan de aparecer como unos “ritos mágicos”, para ser, en la comunidad de la Iglesia, los “signos sensibles y eficaces de la gracia de Dios…” (Cfr. CCE 1131), gracia que comunicó al ser humano –a todo ser humano–, desde el origen.
La teología bíblica va en este mismo sentido. Dios es el que siempre toma la iniciativa, por eso, la respuesta más auténtica para con Él, es la alabanza y la acción de gracias. Cuando soy capaz de descubrir la obra de Dios, no me queda nada por pedir, como María en el Magníficat, que proclama la grandeza del Señor por las maravillas que obró en ella y en su pueblo (Cfr. Lc 1,46-55).
“Ponerme alas y volar” podría ser, entonces, reconocer mi verdad más profunda: ¡soy hijo de Dios! Es más, Dios me ha dicho desde el seno materno: “Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección” (Mc 1,11). Se lo dijo a su Hijo, Jesús, y en Él, nos lo dijo a todos…
El problema es que no siempre esto lo tenemos tan claro y es “la tarea” de la vida el descubrirlo y experimentarlo. Soy consciente de que no estamos diciendo nada nuevo… en el siglo VI a.C., en el frontispicio del templo de Apolo en Delfos, ya estaba escrito el famoso “Conócete a ti mismo”.
Reconocer que soy –que somos– el hijo de Dios, representa y contiene, además, la respuesta a nuestro triple interrogante existencial: en primer lugar responde directamente al “quién soy”: el hijo de Dios; en segundo lugar responde al “por qué soy”: porque Dios me quiso y en tercer lugar, responde al “para qué soy”: para amar, que es nuestra capacidad de trascendencia, lo que nos hace semejantes a Dios… [“de tal palo, tal astilla”].
San Pablo, en Rom 8,14-17 dice:
Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios ¡Abba!, es decir, ¡Padre! El mismo espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Si somos hijos, también somos herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo, porque sufrimos con él para ser glorificados con él”.
Y Jesús dice también:
Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos: conocerán la verdad y la verdad los hará libres” (Jn 8,31-32).
Por último, Pablo, en 2Cor 3,17 agrega:
Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad”.
La conclusión de estos tres textos es clara: es en y por el Espíritu que podemos reconocer y experimentar la filiación divina, nuestra verdad más profunda, y esa es la verdad que nos hace libres, porque donde está el Espíritu, está la libertad…
Justamente eso es lo que indica el segundo verso del estribillo…

que allí está tu libertad…
Saber quién soy, conocer mi identidad, es la condición necesaria para ser libre.
[Se abre aquí un camino de reflexión maravilloso que en algún momento tendríamos que animarnos a recorrer: no necesariamente lo que creo de mí es mi verdad, mucho menos lo que los otros creen y dicen de mí; parece ser que lo más sabio es escuchar qué dice Dios –después de todo, Él es el que me hizo–, dejar que el Espíritu sea el que me enseñe, me inspire, me guíe…]

Y así estamos invitados a andar: “libres como los pájaros”:
Por eso les digo: No se inquieten por su vida, pensando qué van a comer, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido?
Miren los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes acaso más que ellos?
Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura” (Mt 6,25-26.33)

Del mismo modo que el volar está asociado naturalmente con la libertad, el “volar alto” lo está con los grandes ideales…

Ponte alas, vuela alto…
El amor es el que nos da –o nos hace desplegar– las alas para volar alto, es nuestra capacidad de trascendencia, como decíamos antes, porque es lo que no tiene límite, es el Espíritu en nosotros, lo divino de lo humano. Dice Pablo:
El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rom 5,5).
Y el poeta Silvio Rodríguez, desde otra perspectiva, canta:
Sólo el amor alumbra lo que perdura.
Sólo el amor convierte en milagro el barro.
Sólo el amor engendra la maravilla.
Sólo el amor consigue encender lo muerto.

Esto lo descubrió, y muy profundamente, Madre Cabrini, que en el Sagrado Corazón de Jesús se sintió engendrada y amada por el que “convirtió en milagro su barro”. De allí tomó la fuerza para volar y volar alto, ya que “todo lo podía en Aquél que la confortaba” (Cfr. Flp 4,13). 

El cuarto verso concluye…

que la vida espera ya…
¿A qué vida se refiere? [habría que preguntarle a Gabriela…]. Yo creo que se refiere a la vida verdadera.
El autor del evangelio de Juan plantea algo parecido. Para él, vivimos como dos vidas al mismo tiempo; una tiene que ver con lo que nos hermana con todos los seres vivos y otra es la que llamamos la “vida de la gracia”, la vida divina, la que Dios nos participa por ser sus hijos, la que descubrimos por la fe…
Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna” (Jn 6,47).
Notemos que no dice: “el que cree, tendrá vida eterna”, no, lo dice en presente; por la fe, ya estamos viviendo ahora la vida eterna. Y esa es la vida que nos está esperando, sí, que está esperando que nos demos cuenta que la tenemos ahí, para vivirla, una vida que está en potencia, latente, escondida, replegada y tenemos que ponerla en acto, hacerla patente, descubrirla y desplegarla como las alas…
Luego, el estribillo repite lo mismo, excepto en el último verso:

y sin miedo a planear…
Planear es lo que hacen los pájaros sin mover las alas, aprovechando su natural aerodinámica y las corrientes del aire.
Los “planeadores”, están hechos según el modelo de las aves. Tienen enormes alas, son muy livianos y son remolcados por un avión, que a la altura precisa, los deja libres.
Dicen, los que han tenido la experiencia, que lo que se siente es maravilloso, sobre todo por la serenidad y el silencio, la sensación de flotar en el aire, sin propulsión, sólo dejándose llevar, sólo disfrutando…
La imagen no puede ser más perfecta. Como dijimos más arriba, podemos volar y volar alto, porque creemos que somos hijos de Dios, porque en Él está nuestra fuerza y nuestro refugio (Cfr. Sal 91), porque…
Sólo en Dios descansa mi alma,
de él me viene la salvación.
Sólo él es mi Roca salvadora;
él es mi baluarte: nunca vacilaré” (Sal 62,2-3).
Podemos planear, justamente, porque no tenemos miedo, y no tenemos miedo porque...
Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él.
Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios permanece en él...
En el amor no hay lugar para el temor: al contrario, el amor perfecto elimina el temor, porque el temor supone un castigo, y el que teme no ha llegado a la plenitud del amor.
Nosotros amamos porque Dios nos amó primero” (1Jn 4,16-19).
El salmista, en el Antiguo Testamento, también cantaba:
El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es el baluarte de mi vida,
¿ante quién temblaré?” (Sal 27,1).
Dios, nuestro Padre/Madre, nos dice con ternura:
“No temas, porque yo estoy contigo, no te inquietes, porque yo soy tu Dios;
yo te fortalezco y te ayudo, yo te sostengo con mi mano...” (Is 41,10).
Por eso:
... los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas,
despliegan alas como las águilas;
corren y no se agotan, avanzan y no se fatigan” (Is 40,31).

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Como se imaginarán, podríamos seguir y seguir… pero con el fin de que no se haga tan largo (al principio hablé de “breve reflexión”), al menos por ahora, me detengo aquí.
Los temas están apenas esbozados. Espero que esto les sirva como un empujón inicial (¿como el del avión con el planeador?), para que cada uno siga luego su propio camino…

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Antes de despedirnos…
Nos quedan todavía los dos últimos versos, que contienen cuatro nociones fundamentales de la experiencia cristiana. Me limito, simplemente, a nombrarlas, para que no nos quede incompleto el estribillo (tal vez sean los temas de un posible próximo aporte):

Con sueños, remite a la esperanza;
viviendo con otros, a la dimensión comunitaria;
en marcha, al camino del discipulado y
unidos a vos, que explicita lo que estaba implícito desde el principio: la identidad cristiana.

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Para los que quieran seguir profundizando en esta línea, les recomiendo dos textos que están disponibles en la carpeta “Material” del blog.
En primer lugar, obviamente, el excelente texto de la Hna. María Barbagallo: Liberaos y alzad el vuelo y en segundo lugar, un texto que escribí hace unos años, justamente, en relación con el lema del XIV Capítulo General: No teman.

Hasta el próximo encuentro…


Pablo Cicutti
Buenos Aires, Argentina
Diciembre de 2019