miércoles, 22 de diciembre de 2021

Hna. Matilde - Episodio 10: "Soy una monja con hijos"

 

Diario La Nación, lunes 5 de febrero de 2001

 

UNQUILLO, Córdoba. - "Yo soy una monja con hijos", dice la hermana Matilde Giovagnoli, y sonríe misteriosamente como quien, en el fondo de su alma, busca escandalizar para despertar conciencias, para provocar una reacción frente a la difícil tarea que ella, hace ya mucho tiempo, decidió asumir.

La Casa del Niño, en esta ciudad, es un enjambre de chicos de todas las edades. Las estribaciones de la sierra verdeazulada enmarcan el enorme predio donde la obra del padre Aguilera, su fundador, crece al ritmo de las carencias.

Los "hijos" de la hermana Matilde son 470, y 75 de ellos son discapacitados.



Llama la atención la libertad con que allí se trabaja para dar respuestas concretas y cotidianas a las necesidades de los chicos de la calle, a grupos de hermanos abandonados, maltratados o abusados por sus padres, o alejados de ellos por decisión judicial.

Esa libertad para trabajar por los pobres es lo que atrajo a la hermana Matilde, una santafecina del pueblo de Pérez, cercano a Rosario, que se consagró a la Orden de las Misioneras del Sagrado Corazón, de la Madre Cabrini. Muy lejos está de representar los 71 años que dice tener.

Ni una cana ni una arruga confirman, junto a su mirada pacífica de un azul profundo, una verdad de a puño: no hay mejor cosmético que el alma.

"Me preguntan si me tiño el pelo -se divierte-. Mirá si voy a tener tiempo, con todo lo que tengo que hacer..."

En la Argentina había sido maestra de grado, profesora y encargada de las internas en los colegios de la congregación, en el barrio de Caballito y en Villa Mercedes, San Luis.

"Tuve una visión extraordinaria de la pobreza y después de eso ya nunca fui la misma. Se me hizo imprescindible la experiencia de la solidaridad", recuerda. Y continúa: "Al volver a la Argentina, en 1988, me dije: "Ya no más colegios de señoritas". Quiero estar cerca de la gente que lo necesita".

Sus superioras le aconsejaron ir a la Casa del Niño. "Vine por un tiempo y ya llevo 13 años", se enorgullece.



"Tengo como norte lo que la Madre hizo

aún antes de ser religiosa.

Ella estaba en cualquier parte.

Veía la actualidad y actuaba.

No pedía permiso.

Era una mente abierta,

un corazón dispuesto,

un espíritu libre"

 

Hna. Matilde Giovagnoli M.S.C.



lunes, 20 de diciembre de 2021

Hna. Matilde - Episodio 9: "La huella"

 

Por donde Matilde ha pasado, ha dejado su marca. Algunas veces, su carácter decidido, su firmeza en el actuar han causado incomodidades, pero son las menos.

Tanto en Santa Rosa Centro como en la Escuela Cabrini de Villa Amelia donde fue Representante Legal, tienen de ella el mejor de los recuerdos.

En este tiempo y a pocos meses de las nueve décadas y de los 73 años de vida consagrada, ha llegado para ella el momento del relativo descanso y de la oración. Sigue, sin embargo, ocupada y preocupada, atenta a todo, sensata y entera, y con su corazón y su pensamiento puesto en lo que queda, lo poco que queda de la Casa del Niño.

Habla no sin dolor de sus hijos dispersos ahora en otros lugares, vaya uno a saber en qué condiciones. Sigue comunicándose con gente del lugar para que la tengan al tanto de la salud y la situación general de los pocos que quedaron.

Sigue vigente lo que más de una vez ha dicho: SOY UNA MONJA CON HIJOS.

Así ha sido, y aunque ya no los tenga a todos cerca, sigue siendo una madre presente.


El 8 de julio de este año de 2019, la Provincia a la que ella pertenece, Santa Francisca Cabrini, celebrará los 90 años de Matilde. Las Hermanas, su familia, sus amigos, Humberto Sottile, Belén y muchos otros, se unirán a festejar la vida de esta mujer dando acción de gracias con la Eucaristía y compartiendo el pan de la gratitud también con un ágape.

Dar gracias a Dios por la vida y el testimonio de quien ha dado tanta vida y ha dejado la huella marcada con el sello que ella lleva en su corazón: el carisma cabriniano.

Quiera el Sagrado Corazón concederle aquello que la impulsaba en su primera juventud, cuando se aferraba a las Reglas queriendo descubrir el secreto para alcanzar la santidad.

Ha vivido, actuado, entregado todo para eso. Sonríe ahora cuando recuerda el ardor de los primeros años. Tal vez sabe que esa llama serena que ahora la acompaña en su interior es la misma y sigue susurrando: quiero ser santa.


jueves, 16 de diciembre de 2021

Hna. Matilde - Episodio 8: "El regreso" (Cuarta parte)

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Más o menos por ese tiempo, trajeron a la casa a otro chiquito, mucho menor que los que estaban en ese sector bajo la tutela de Matilde; tenía solamente cinco años. Era hijo de una prostituta. Una hermana mayor que él, había sido dada en adopción a una familia, pero este pobrecito había sufrido un abandono terrible. Lo ataban a una silla y nunca nadie le había enseñado a hablar, quizás, nunca le habían hablado. No era un discapacitado ni físico ni mental, era un abandonado, un desamparado. El Padre Aguilera se lo encomendó especialmente a Matilde.

"El chiquito aprendió con mucha dificultad a decir algunas palabras. Lo llevábamos al médico para que se recuperara físicamente. El médico me explicó que nunca iba a hablar, porque no le enseñaron a su debido tiempo. La capacidad para desarrollar el lenguaje está entre los dos y los tres años.

Este chiquito fue el primer dolor grande que tuve. El gozaba mucho viendo a los mayores ordenar y lavar los platos. Se peleaba a su modo con Belén, que también era chiquita, para ver quién de los dos venía a mi falda. Belén era chiquita también y lo quería como a un hermano. Pero, una mañana al levantarnos lo encontramos muerto. Le había fallado el corazón. Fue un dolor terrible para todos".

Sin embargo, la responsabilidad exige reponerse, y así fue pasando. Belén tenía a su lado a la mujer que le había dado la vida física, pero también a la que la había mantenido con vida y le brindaba el cuidado y la medicina que hace crecer. Ella misma, ahora que ya es adulta, dice que ha tenido dos madres, y que, si bien Ramona ya no está porque falleció, Matilde es "su verdadera mama", por eso así la llama: "mami". Este trato y el hecho que Matilde haya asumido en plenitud la guarda judicial de Belén ha sido motivo de escándalo no solamente para algunas hermanas, sino también para su propia familia de sangre. De hecho, por bastante tiempo y después de oír cuestionamientos al respecto, Matilde dejó de frecuentar a sus familiares. Sabía, y se lo habían dicho también directamente que no entendían por qué siempre tenía que llevar a Belén con ella y, menos aún, por qué la llama "mami".


Los lazos afectivos se fortalecen en los momentos difíciles, y solamente Matilde y Belén saben de las horas, los días y los meses pasados durante estos años en el hospital, tratando los múltiples problemas que la salud de Belén suele presentar.

Matilde, preguntada sobre los conflictos que esta decisión suya le trajo, no duda.

"Volvería a hacer lo mismo. La Santa Madre ha dado testimonio con su propia vida sobre tomar riesgos, aún sin ser religiosa todavía. Cuando, a pesar de su salud precaria trabajó junto a su hermana Rosa atendiendo a esos pobres enfermos. Y tantas otras veces. No había obstáculos: ella daba su vida y su tiempo. Ella veía y obraba".

Matilde llegó a Unquillo pensando que tal vez sería por un tiempo y se quedó veintisiete años. La corrupción política en la Argentina ha hecho verdaderos desastres. Muerto el padre Aguilera, la Casa del Niño siguió adelante y albergando muchos más chicos que al principio. Todos, bajo la tutela jurídica de Matilde; todos recibiendo su pensión por discapacidad y atendidos perfectamente.

Pero la mano negra de la ambición de los que ostentaban el poder llegó también allí. No hubo, ni siquiera con la intervención de gente de buena voluntad y dispuesta ayudar, ni con la carta escrita de puño por Matilde y enviada por cartera diplomática al Papa, nadie capaz de impedir la intervención de los políticos de turno. Tomaron la casa. Dispersaron a los chicos y ahí está todo, en manos de ambiciosos que dejaron la obra prácticamente en ruinas.



lunes, 13 de diciembre de 2021

Hna. Matilde - Episodio 8: "El regreso" (Tercera parte)

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Todos los trámites debían hacerse en Córdoba capital, a treinta kilómetros. Atenta a todo, Matilde iba y venía. Se fue creando un clima de familia, hacían campamentos, festejaban los cumpleaños y se fue haciendo fraternal la relación entre los chicos. Los más grandes cuidaban a los más pequeños y fueron tomando en serio sus responsabilidades. El objetivo era que no estuvieran en ocio. El jardín, la huerta, la parroquia... siempre había algo que los mantenía ocupados. En ese tiempo, un señor de Estados Unidos hacía eventos y financiaba para los chicos las clases de inglés. Era otra herramienta que se les ponía en las manos para que cuando fueran adultos, pudieran integrarse con normalidad a la sociedad. También financiaba los cursos de guitarra, folklore, de canto y de ayuda escolar con una maestra por la mañana y otra por la tarde. Estaban en actividad constante.

También los viajes al hospital eran frecuentes. Siempre algún chico para atender o dejar internado. Así fue que el hospital de Córdoba abrió el camino para darle a la misión de La Casa del Niño, una decisión crucial en el apostolado de Matilde.

"Siempre que alguno de los chicos estaba internado y tenía que ir al hospital, no solamente me quedaba con quien iba a cuidar, sino que visitaba otras salas. Había una chiquita internada a la que acompañaba su mamá, una señora humilde y con alguna discapacidad, no física, sino mental. Esta nena estaba muy enferma y su mamá, con sus limitaciones, no podía cuidarla como era debido. Se enojaba y la maltrataba si ensuciaba los pañales y era más bien brusca en sus modales. Cada vez que iba al hospital, me detenía en esa sala y pasaba tiempo con la chiquita. Un día, una de las enfermeras, me dijo que si iba a seguir yendo nada más que un rato y después me retiraba, que no pasara más; la pequeña sufría cuando yo me iba y quedaba sola con su mamá. Poco después, uno de los médicos vino a hablarme y me dijo que ellos habían hecho todo lo que estaba a su alcance para salvarla, pero que su vida ya no dependía de los medicamentos ni de lo que ellos pudieran seguir intentando. Belén, así se llama la nena, no quería seguir viviendo; solamente el afecto y el calor de un hogar podían hacer el milagro. Otra vez Dios poniendo en mi camino casos de desamparo y necesidad de vida".

No sin emoción Matilde recuerda ese momento. El viaje de vuelta a Unquillo y los días que siguieron fueron, seguramente, cargados de dudas y, por qué no, de temores. Asumir semejante responsabilidad, sobre todo perteneciendo al Instituto, no era cosa de resolución fácil. Tal vez en el momento no se veía en perspectiva todas las consecuencias de la decisión final. Como siempre, puso la situación en el Corazón de Jesús, rezó mucho y cuando estuvo segura, actuó.

Belén y su mamá, Ramona, fueron acogidas en La Casa del Niño. En la medida de sus capacidades, la señora ayudaría en los quehaceres domésticos y estaría cerca de su hija; Matilde se encargaría del resto.

El ambiente de La Casa favoreció la mejoría de la chiquita, la relación con los demás chicos y el afecto, la medicación dada a tiempo, y los controles médicos estrictos le facilitaron lo necesario para progresar en la medida que su físico lo permitiera.

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jueves, 9 de diciembre de 2021

Hna. Matilde - Episodio 8: "El regreso" (Segunda parte)

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El origen de la Casa del Niño fue una inundación. El deslave se llevó la vivienda de una familia y el padre Aguilera acogió a los chicos en la casa parroquial. Con el tiempo, fueron llegando otros y más tarde, otros más. Las personas de la comisión parroquial, al ver que la cantidad se incrementaba, convocaron a mujeres y profesionales y así nació la Casa del Niño. Al comienzo, se albergaron chicos sin discapacidades.


Empezaron a llegar criaturas con discapacidades mentales más que físicas. Algunos habían sufrido mucha violencia intrafamiliar.

Los más desatendidos eran los más grandes. Había más o menos treinta, de los cuales seis eran discapacitados. Iban a una escuela especial donde practicaban actividades que ellos podían desarrollar. La casa se fue agrandando por partes. Cuando yo llegué eran ciento treinta y con el tiempo, teníamos trescientos. Yo viví un año arriba y estaba con todos. Después, viendo que los mayores no tenían buena contención, nadie les preparaba la comida de la noche ni se ocupaban bien de la ropa, hablé con el padre Aguilera y le dije que ya comprendía de qué se trataba el trabajo, y que como los más grandes no tenían una persona permanente, podía hacerme cargo de una de las casitas. Me dio una casa y me puso a cargo de más de veinte chicos. Todos varones. Teníamos tres cuartos con cuchetas para ellos y una piecita para mí. Una señora venía durante el día y a la noche, yo les cocinaba. Muchas veces, no tenía que darles para comer. Hubo épocas muy difíciles. Le pedí a la Provincial que lo que percibía de jubilación me lo diera a mí y con eso compraba panes, fiambre y les hacía mate cocido y un sándwich a cada uno y así fuimos adelante. Los organicé para que los que estaban mejor se ocuparan de la limpieza, de lavar los platos y les fui dando responsabilidades. No fue fácil. No estaban acostumbrados y cuando empecé a distribuirles los trabajos, lo tomaban en broma y se burlaban. Finalmente llegamos. Terminaron las vacaciones. Muchos de ellos no tenían documento de identidad y empecé a ocuparme de eso. Algunos no quisieron empezar el secundario. Decidí que fueran a la escuela técnica. En dos años ya serían capaces de hacer trabajos de carpintería, plomería y otras tareas manuales. Costó mucho, pero conseguí que todos hicieran algo. En la escuela a la que iban había huertas que proveían lo que almorzaban. Fui haciendo averiguaciones y descubrí que algunos tenían familia. No entendía por qué, siendo así, ellos estaban en la Casa del Niño. Empecé un trabajo para conectarlos con sus familias. Muchos de ellos no quisieron restablecer el vínculo. Había verdaderos dramas. Para hacer las cosas bien, había que arreglar la cuestión legal. Al no tener familia o haber sido abandonados, tenían que estar bajo juez. Ahí empezó el trabajo de ir a los tribunales y hablar con los jueces".

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lunes, 6 de diciembre de 2021

Hna. Matilde - Episodio 8: "El regreso" (Primera parte)

 

Después de la fuerte experiencia nicaragüense y de la lucha espiritual en San Rafaele, Matilde regresó a Argentina. Pasó unos días en la casa de su familia y luego fue destinada a la comunidad de Capilla del Monte. Pareciera que en su propio país, la provincia de Córdoba le tuviese como destino experiencias fundamentales.

Llegar de Centroamérica a Argentina ha sido siempre traer un cartel de tercermundista y, automáticamente, ser recibida con cierta "prudencia". No fue una situación ajena a Matilde. En ese tiempo, era provincial Elda Vega. Le pidió a Matilde que la dejase meditar un tiempo sobre el destino que debería darle. Mientras tanto, después de saludar a su familia, pasó la Pascua en Capilla del Monte. Era consciente de la situación y sabía, de antemano que no sería destinada a ningún colegio.

La Provincial tenía idea de instalar la casa Provincial en Córdoba y empezar ahí a apoyar misiones parroquiales ya establecidas.

A 70 km de Capilla está la ciudad de Unquillo. Ahí, el párroco que estaba desde hacía muchos años había levantado una institución llamada Casa del Niño. La idea era colaborar con él en esa obra y Matilde sería la persona adecuada. Ante la sugerencia, Matilde pidió pasar la Pascua con las hermanas, estar un tiempo en la comunidad y recién después, ir y ver sobre el terreno de qué se trataba.

El Padre Aguilera, fundador de la obra, según lo que la provincial le iba diciendo, antes de la llegada de Matilde, entusiasmado con la idea de que una comunidad se instalara en Unquillo para ayudarlo, había comenzado a construir una casa destinada a albergar a las hermanas que fuesen.

Finalmente, Matilde llegó a Unquillo.


Pasó su primera noche en un cuartito del primer piso que no estaba acondicionado para habitación. Las ratas eran los habitantes naturales, pero no le hicieron mella en el ánimo. Era el lugar destinado a acopiar las donaciones de ropa que llegaban y no para otra cosa.

La llegada fue más bien desoladora. Nadie había avisado. El sacerdote no estaba y las personas encargadas no la esperaban. Matilde comió un sándwich que había llevado y se dedicó a mirar el lugar de modo de ir haciéndose una idea de qué se trataba.

Al día siguiente el sacerdote recibió a Matilde y la puso al tanto de la misión y sus expectativas. Las primeras jornadas fueron más bien de reconocimiento, y con su mirada siempre aguda, Matilde se dio cuenta de que la misión era verdaderamente válida, pero que, si la Congregación iba a destinar una comunidad, no era conveniente hacerse cargo también de la parte administrativa. El sacerdote tenía su modo de llevar las cosas, y en ese aspecto, era sumamente desordenado. Así se lo hizo saber a la provincial. El Padre Aguilera no llevaba registro de nada: lo que recibía lo daba, y cuando no tenía, no daba. También dejó muy claro que no iba a vivir en otro lado que no fuese el mismo en el que estaban los chicos.

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jueves, 2 de diciembre de 2021

Hna. Matilde - Episodio 7: "Matiguás" (Undécima parte)

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La Hna. Regina Casey partió de Nicaragua muy contrariada. Ofreció a las hermanas distintos destinos y relevó a la Hermana Regional de su rol, arguyendo que la había visto muy cansada. A Matilde le ofreció la posibilidad de ir a Estados Unidos, cosa que rechazó de plano. Ella misma pidió pasar un tiempo en San Rafaele, Italia.

Muchas hermanas no comprendían cómo, después de todo lo vivido en Nicaragua, el destino elegido era San Rafaele, casa de reposo para ancianas y de religiosas en no muy buenas condiciones. Matilde sabía que ahí, a pesar de lo que dijeran, encontraría lo que buscaba, curaría las heridas y tomaría decisiones definitivas.

"Un año y medio pasé en San Rafaele. Me hizo muy bien el contacto con las hermanas mayores y con la naturaleza. También estuve en contacto con comunidades de base. Me encontré con unas voluntarias italianas que habían estado en Matiguás y que me invitaron a participar de las reuniones. Fui un tiempo, trabajé con ellos y viví con las hermanas. Una vez por semana había reunión en la sede, a cargo del padre Elio. Un día me preguntó por qué no me quedaba definitivamente con ellos".

 


"Esta dichosa noche,

aunque oscurece al espíritu,

no hace sino para darle luz

de todas las cosas".

Noche Oscura 2N 9,1, San Juan de la Cruz.




"Fue una tentación grandísima: quedarme en la congregación o irme y formar algo nuevo con los de las comunidades de base. Creo que era el año 1987. En un momento tengo que viajar de Milán a Torino y ahí me encuentro casualmente con el padre el padre Mauro, el franciscano que había sido nuestro confesor y de mucha ayuda para nosotras en Matiguás. Repito que fue absolutamente providencial porque podía hablar con él de lo que me estaba atormentando por tentarme de ese modo. El sacerdote estaba en el tren, sentado ahí, solo. Me senté con él y le conté de mi tentación. Él me respondió: bueno... puede ser del Espíritu; tal vez te esté pidiendo una cosa distinta. Y mi reacción fue instantánea: me enojé espiritualmente con él. ¿Cómo podía decirme que yo saliera de la Congregación? Yo lo quería mucho al padre Mauro. Todos los sábados venía a casa a celebrar Misa, nos confesábamos con él. Se quedaba a desayunar con nosotras y siempre hacíamos una reflexión juntos sobre lo que estábamos haciendo, trabajando, cómo estábamos actuando frente a situaciones tan graves como las que pasaban en Matiguás. No pude resistir que él me hablara así y ahí fue que dije: NO, yo no dejo la Congregación, me quedo; me quedo. Y así fue, gracias a Dios".



lunes, 29 de noviembre de 2021

Hna. Matilde - Episodio 7: "Matiguás" (Décima parte)

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Un punto de inflexión en la comunidad religiosa nicaragüense fue la visita papal. Juan Pablo II llegó a Nicaragua abriendo la esperanza en el corazón del pueblo, sobre todo, del pueblo que había luchado en la revolución. El resultado no fue el esperado. El Santo Padre se fue sin querer escuchar al entonces presidente Daniel Ortega. Las hermanas, que habían viajado a Managua para saludarlo en la despedida, quedaron azoradas ante esta actitud y al día siguiente, se reunieron con la regional. Tenían miedo de que debido a esto, el gobierno revolucionario sandinista reaccionara en contra de las congregaciones religiosas y los atacaran o los expulsaran del país. La Hermana Francisca Alcácer, una de las más comprometidas con el movimiento tercermundista, salió de Managua. Se escondió por el temor de que todo explotara en algo terrible. Todas las hermanas de la región estaban ahí, reunidas, y la Hermana María Barbagallo, que era la regional, les pidió que individualmente expresaran lo que habían sentido y cómo habían vivido ese acontecimiento. Cada una habló y después de escucharlas, estaban todas en la comunidad de Ducualí, les dijo que lo único que se le ocurría, como eso había sido visto en todas partes, también en Roma, es que la Madre General podía mandarlas a llamar a todas. Podía pasar cualquiera de las dos cosas, ya fuera que viniese de parte de los sandinistas o de la Congregación. Les propuso entonces escribir a la Madre General, cada una en particular, lo que sintiese. Tanto si querían salir del país, como si querían quedarse. Todas escribieron. Todo fue puesto en un sobre cerrado que se mandó por valija diplomática a la Madre General. Algunas hermanas, se supo después, habían expresado su voluntad de salir de Nicaragua porque ya no podían soportar la situación. No sabían qué hacer. No podían más ni intelectual ni espiritualmente.


El temor radicaba en el hecho de que, a Roma, llegaban informaciones no del todo veraces y que además, eran reforzadas por las versiones que llegaban de Estados Unidos, manifiestamente partidario de "la contra". La Superiora General quiso comprobar con sus propios ojos la realidad pero, una visita rápida, las versiones oídas y la entrevista con un cardenal en Managua que acusó a las hermanas de sandinistas y le hizo escuchar una grabación de una de las hermanas que así lo delataba, fue el golpe final. Espiaban y seguían a las hermanas comprometidas con el pueblo. (Confr. Missionaria..., Hna. María Barbagallo, pág. 92ss).

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jueves, 25 de noviembre de 2021

Hna. Matilde - Episodio 7: "Matiguás" (Novena parte)

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En medio de situaciones así, era lógico que en la escuela se vivieran las consecuencias. Cuando los combates se hicieron más cercanos a Matiguás, algunos de los alumnos murieron y otros resultaron heridos. Las hermanas de la comunidad, no solamente se vieron afectadas por esa desgracia, sino que acompañaban a las familias en su dolor y desesperación por la pérdida de sus hijos a una edad tan temprana.


"A medida que se daban esos tremendos combates empezaron a traer a la capilla a hijos de familias conocidas, para que reciban la bendición final. Había entre los muertos un muchacho vecino que quería ser sacerdote; otro vecino que solamente tenía quince años. Un alumno mío llamado Moncho fue baleado mientras iba en un jeep a llevar dinero para comprar comida a los soldados. Lo sorprendió una emboscada. Este muchacho que era mi alumno fue herido gravemente en una pierna y a pesar de eso corrió por el campo y cuando no pudo más, se tiró en medio del campo y se hizo el muerto. Uno que se tiró al lado de él, también herido, fue rematado por los de la contra. El cerró los ojos y mantuvo la respiración. Tenía la cara contra un hormiguero, se hizo el muerto. Aguantó todo lo que pudo y escuchó que decían: este está muerto, dejá, no gastes una bala, ya está muerto. El papá estaba desesperado, venía a casa y nos decía que iba a comprar el cajón porque su hijo ya estaba muerto. Lo buscó por todos los pueblos vecinos y no lo encontró. Y compró el cajón esperando que se lo trajeran muerto. En realidad, lo había rescatado un helicóptero que lo llevó al hospital de Matagalpa, pero la herida era tan grave que lo derivaron a Managua. Le salvaron la pierna. Ahora vive en Macadán, su hermana trabaja de maestra y uno de sus hermanos se recibió de médico y es parte de Médicos sin Frontera. Me visitó en Buenos Aires y fue un encuentro muy emotivo".

Sin embargo, la guerra en pleno fragor no era impedimento para que los muchachos siguieran estudiando. Querían ir al Instituto. La Hermana Ana Gilma acompañaba a cavar trincheras de protección a los chicos de quinto grado. Ellos hablaron con Matilde y le dijeron que no querían perder el año. La realidad era que como los combates eran tan intensos y se desarrollaban tan cerca, tenían que ir armados para defenderse en caso de un ataque imprevisto. Las clases terminaban a las diez de la noche. Ellos venían con sus trajes camuflados. Matilde consintió que llevaran armas, pero debían dejarlas en secretaría.

Para que el Instituto funcionara con todos los adelantos posibles, Matilde consultaba, organizaba, llevaba a los alumnos a fincas modelo para que vieran los métodos de vacunación, de registro, de ordeñe mecánico y hasta el proceso de inseminación artificial. La Madre Regina Casey, General en ese momento, le dio mil dólares; con ese dinero fue a México y compró material de lectura apropiado, varios ejemplares de cada texto, y armó la biblioteca. Los mismos soldados, por la noche, cuando estaban en Matiguás, iban a leer.

Matilde se quedó en el pueblo hasta terminada la primera promoción del Ciclo básico. El Colegio quedó organizado, con los libros en orden y al día, y todo funcionando.

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lunes, 22 de noviembre de 2021

Hna. Matilde - Episodio 7: "Matiguás" (Octava parte)

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"Cuando había una emergencia que no podían solucionar en el pueblo, Nieves salía para Matagalpa con el jeep. Y las amenazas seguían: ¡Cuidado, Nieves y Matilde, que cruzan las montañas llevando heridos! ¡Que tengan cuidado! Casi siempre una de nosotras acompañaba a Nieves. Un jueves Santo me dijo: Yo no voy a la celebración, hay un chiquito de dos años al que una bala perdida le atravesó los intestinos y acá no tenemos los medios, lo tengo que llevar a Matagalpa. Y era así: primero lo primero. Había que estar al servicio. A cualquier hora. A las cuatro de la mañana golpeaban la puerta diciendo que había un herido y salíamos. No se pensaba si era de la contra o de los sandinistas o una mujer que estaba por dar a luz. Era una persona y se salía a socorrerla. Matiguás era punto neurálgico. No la ciudad, sino la montaña. Era un sitio geográfico estratégico porque está justo en el centro y además, un lugar muy cercano al que Sandino había empezado la revolución. Después de la visita del Papa, quisieron ponernos a resguardo. Volvíamos, además, destruidas moral y espiritualmente por todo lo que había pasado en Managua; volvíamos en el jeep, no por Matagalpa sino por Boaco porque era más corto. Hacía mucho calor, había mucha tierra y al entrar al pueblo notamos que estaba todo demasiado silencioso. Ni bien nos bajamos vino uno de los sandinistas a avisarnos que la situación era peligrosa, que estaba todo rodeado por los contras. Como todos los campesinos habían ido a Managua a ver al Papa, no había guardias que estuvieran atentos para avisar que se acercaban. Los contras bajaron y bajaron y si atacaban a la noche, no había refuerzos para contrarrestar esa embestida. Y nos dijo: si atacan, lo primero que van a hacer es tomar al Instituto y a ustedes. Así fue que nos pidió que armásemos un bolso con poca ropa, nos pusiésemos zapatillas porque nos iban a llevar a un refugio para protegernos, a nosotras y a una chica de quinto año, Magdalena, que estaba embarazada. Para llegar, van a tener que caminar bastante, por eso vayan con calzado liviano, nos dijo. En media hora vendría a buscarnos. Nieves dijo que ella no se iba al refugio, porque si iba a haber combate, también iba a haber heridos. Dijo que se iba ya mismo para el dispensario. Ana Gilma inmediatamente dijo que la acompañaba. Yo decidí quedarme en casa para preparar todo por si había heridos. Cuando vinieron a buscarnos, le dijimos que no nos íbamos. Fui a la secretaría, y pensando en que no nos pasara lo que les había pasado a los franciscanos que en ese bombardeo perdieron todo, saqué los libros y los documentos del Instituto, los puse en una bolsa y los colgué en un gallinero que seguramente, no iban a revisar ni iban a tirar bombas en ese lugar. Vinieron algunas vecinas, sacamos todos los muebles de la sala; también hicimos lugar en la capilla. Nos trajeron unos rollos de gasa y empezamos a preparar apósitos. Estuvimos toda la noche así. Los sandinistas empezaron a recorrer el pueblo con un altavoz, pidiéndole a la gente que estuviera atenta, que había que salvar al pueblo. Pasaban por casa a preguntarnos si estábamos bien. Le preparamos café para los que estaban patrullando. A eso de las cuatro de la mañana, vinieron a tranquilizarnos, a decirnos que nos fuéramos a dormir, que ya habían llegado refuerzos y que no iban a atacar. Pero a partir de eso, del otro lado del río empezaron los combates. Empezaron a faltar los chicos al colegio y por unos meses, se escucharon tiroteos. En un momento, los sandinistas, como había sequía, tiraron combustible y prendieron fuego la montaña. ¡Los mismos chicos sandinistas se dolían de los que habían muerto quemados! Habían caído en una emboscada. Un día fui a Río Blanco, 45 km más allá de Matiguás, para el lado de las montañas. Fui para promocionar el Instituto y atraer alumnos para la escuela de agronomía.

Al otro día muy temprano quiero salir; tenía pensado volver con el lechero. Pregunto si había llegado y me dijeron que no, que era imposible salir. Me dijeron que no me moviera del pueblo porque algo estaba pasando. Algo más tarde me encontré con unas enfermeras que querían volver porque a la noche tenían una fiesta en Matagalpa. Se volvían caminando y me decidí volver con ellas. Las personas que vivían a la salida del pueblo y nos veían pasar, nos decían que no nos fuéramos, que era una imprudencia. En una parte del camino tuvimos que cruzar por un lugar donde había un arroyo y un montecito. Temblábamos de miedo, porque esos eran lugares propicios para que se escondieran los combatientes. Por suerte, no estaban ahí y llegamos a Matagalpa como a las nueve de la noche. Ahí supe que había habido combate fuertísimo cerca de Matagalpa y Río Blanco entre los que bajaban de la montaña y los que estaban en la base. Uno se tenía que mover así, con el peligro de encontrarse en medio de la balacera en cualquier momento. Otra vez, también en Río Blanco, me quedé a dormir en casa de unas religiosas. A las cuatro de la mañana ya estaba en pie para salir y encontrar con quien volver, un camión, algo. Mientras esperaba, me había comprado unas naranjas para comer, veo pasar unos camiones llenos de muertos y otro, con heridos. Me estremecí profundamente con eso y la gente comentaba que había habido un combate muy fuerte entre Río Blanco y Matiguás. Después de un buen rato, paró un jeep en el que viajaban dos religiosas y un sacerdote y ellos tenían un salvoconducto para pasar entre los sandinistas. Llegué a Matiguás a media tarde y Nieves me dijo que había cometido una gran imprudencia; que el combate había sido terrible y que el hospital estaba lleno de heridos y los más, eran los contras, porque habían perdido esa batalla".

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jueves, 18 de noviembre de 2021

Hna. Matilde - Episodio 7: "Matiguás" (Séptima parte)

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La Hermana Nieves era la jefa de enfermería del hospital. La Congregación había comprado un jeep, cosa que facilitó mucho llegar a los lugares más alejados y usarlo también para trasladar a quien lo necesitara, pues en el hospital no había ambulancia. Si alguna mujer iba a dar a luz y la situación era peligrosa, Nieves la cargaba en el jeep y la llevaba al hospital de Matagalpa.

Hospital de Matagalpa

Nunca, jamás se tenía en cuenta si era sandinista o contra, tampoco en el caso de los heridos, nunca se miraba de que bando era. A la hora que fuere, de día o de noche, cuando la venían a buscar, ella salía. Algunas veces, una de las hermanas la acompañaba. Muchos no entendían esa actitud nuestra de no mirar la ideología, sino la persona y la necesidad. Obviamente, por la personalidad fuerte y decidida como la de Matilde, siempre había corrillos y sospechas que terminaban en acusaciones y amenazas. Ella cuenta que esas amenazas, cuando no salían de la misma Nicaragua, llegaban desde afuera.

"Desde una radio de Honduras, una vez, escuchamos que decían: que se cuiden Matilde y Nieves, que cruzan la montaña llevando soldados heridos. Una vez me quisieron llevar presa. Hicieron una reunión en la parroquia. Llamaron al representante de educación, que vendría a ser como un supervisor mío. Me mandaron a llamar. Yo estaba cenando. Vinieron a buscarme diciendo que había gente del pueblo reunida con el sacerdote y que me estaban esperando porque querían hablar conmigo. Me subieron a una camioneta; les pregunté si eran de la policía somocista, nosotros somos demócratas, me dijeron. Cuando llego a la parroquia donde estaban reunidos me dijeron que habían estado los padres de familia y que habían manifestado que estaban en desacuerdo con lo que yo estaba haciendo en el colegio y que exigían mi renuncia. Mientras los que estaban presentes me decían esto, yo miraba a mi alrededor. Se dieron cuenta que estaba contando cuántas personas había; eran veinte personas y el total de los alumnos era de ciento cincuenta. Me dijeron que antes de que yo llegara eran muchos más. A eso, yo respondí que me hubiesen llamado desde el principio, así podía escuchar todas las opiniones y que yo no veía que allí hubiese alguien con alguna autoridad. Me advirtieron que tuviera mucho cuidado. Lo mismo que me decían desde la radio de Honduras".

Una vez más frente a la adversidad, y en este caso, una “adversidad armada", no solamente como estructura, sino también con actitudes amedrentadoras, fusiles, y encarnizada por el fanatismo. Ante ese terrible flagelo que es el fanatismo que corroe el ánimo, la mente y el sentido común de las personas, Matilde no se amedrentó. Los enfrentó con esa mirada imbatible que demuestra inteligencia, una mirada clara y mansa, pero que desarma, porque la inteligencia y el bien desactivan, finalmente, cualquier amenaza e injusticia.

Ella y las hermanas de la comunidad siguieron trabajando en lo suyo, firmes. Al lado del pueblo y en las situaciones más extremas.

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lunes, 15 de noviembre de 2021

Hna. Matilde - Episodio 7: "Matiguás" (Sexta parte)

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Los pueblos tienen sus costumbres y hay que comprenderlas; también tratar de corregir lo que es perjudicial, siempre con mucho tino, pero con firmeza. Ahí también aparecía no solamente la figura de la directora del colegio y del instituto, sino también la mujer de la mano maternal que rescata y encamina.

La cuestión del consumo de alcohol era fuerte. Matilde ya lo había comprobado en Diriamba. Un muchacho, alumno de la escuelita se enfermó y ella lo fue a ver. No la dejaron entrar; le dijeron que estaba muy mal. Era un chico que no paraba de beber y así, tan joven, ya tenía una cirrosis de la que no había vuelta atrás.

"En Matiguás, de pronto, empezaron a faltar al colegio dos muchachos. Yo me preguntaba por qué faltaban. Al final, le pregunté a otros y me dijeron: están bebiendo, hermana. ¿¡Cómo!?, dije yo, ¡con 17 años! Estaban en una venta de bebidas y ahí me fui. Ahí estaban. Cada uno tenía en frente una cantidad de botellas de cerveza ya vacías. Desde el día anterior estaban apostando a ver quién tomaba más. Los reté y los saqué inmediatamente de ahí. Yo, con autoridad de directora, los saqué. Después de dos días volvieron a la escuela. Es que se ponen a beber y nadie hace nada. Es una tradición ancestral y no se toca. Los mayores hacen lo mismo y los jóvenes los imitan. Una vez, fui a la casa de una familia que tenía una hija, una chica muy inteligente y que era alumna nuestra. La mamá era una señora muy de la parroquia y muy cercana a nosotras, a la Comunidad. Llego y le digo que vengo a hablar con el papá de esta chica; ellos tenían una finca grande. La señora me dice: está bebiendo. Bueno, le dije, lo espero. La mujer me dice de nuevo: no está en la casa, está bebiendo. Pregunto dónde, y me indica que en un almacén que quedaba cerca de nuestra Comunidad. Allá me voy y al llegar anuncio que quiero hablar con este señor, y la respuesta seguía siendo la misma: está bebiendo. Lo espero, le digo. Hermana, me dice el dueño del almacén, hace tres días que está bebiendo acá, y lo mismo al día siguiente... y al siguiente. Es una costumbre. Después, la señora me contó que en la casa no podía tener ni perfume, ni alcohol medicinal porque se lo tomaba. Otro gran problema era lo que pasaba con las chicas. Los sábados y los domingos bajaban los varones de la montaña al pueblo para beber alcohol. Un domingo volvíamos de misa y pasamos frente a la casa de una familia conocida. Una familia muy buena y en una buena posición económica. Pasábamos, y nos dicen que se llevaron a María. María era la nieta de la señora que llevaba adelante la casa. Los que bajaron de la montaña vieron a la niña y se la llevaron. Se la llevaron y listo, y no la podés reclamar, no la podés pedir más. ¡¡Se respeta eso!! Es como una ley. Yo no lo podía entender. Después me explicaron que es costumbre y ya no hay nada que hacer. Un vecino nuestro tenía una chiquita de quince años. Cuando faltaba algún profesor, ella ayudaba, hacía de maestra de matemáticas, ponía los ejercicios en el pizarrón, llevaba adelante matemáticas de primer año. Había alumnos chicos, pero también algunos mayores en el curso. Ella estaba terminando el quinto año del bachillerato nocturno. El encargado de los lecheros de Matagalpa, de la fábrica de leche en polvo, tenía mujer e hijos. De pronto, noto que esta niña no está viniendo, pregunto y me dicen: ¡pero si se la llevó fulano! No podía creer, este hombre de la lechería, educado, respetuoso, que buscaba superarse y hace una cosa así. ¡Se lleva a esta chiquita! No lo podía creer y menos de este hombre, tan recto que parecía, tan servicial con nosotras. A veces, cuando nos faltaba agua, nos traía en los tachos de leche y nos llenaba la cisterna de agua potable que sacaba de una gran bomba que había en la fábrica. Fui a ver a los padres de la chiquita y les decía que la fueran a buscar, pero no: se la llevó y se la llevó".

Era difícil aceptar, y más aún, mediar en estas cuestiones tan arraigadas pero, indudablemente, lo más complicado era mantener el equilibrio en medio de la situación política.

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jueves, 11 de noviembre de 2021

Hna. Matilde - Episodio 7: "Matiguás" (Quinta parte)

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El Ciclo Básico de Producción estaba pensado para formar gente que administrara mejor los recursos agrícola-ganaderos de la región, pero en época de guerra los objetivos varían y se da prioridad a las necesidades. El alimento era la opción principal.

Matilde recuerda que:

"Había un sacerdote jesuita nicaragüense que había escogido como misión dedicarse al campesinado de Centroamérica. Me acuerdo que un día vino de Rio Blanco, eran las dos de la tarde. Llegó a casa y me dijo: Matilde, tengo hambre. No es que en casa hubiera demasiado. Lo que tenga, me dijo, lo que tenga. Le preparé unas papas hervidas con un poco de aceite y un huevo frito. Una vez, él mismo, viajando para Managua me dijo: siembre maíz, siembre frijoles; se viene una hambruna, hay que tratar de cubrir por todos los medios la gran necesidad que va a haber. Le hice caso, pedí terreno y sembramos todo lo que él me aconsejó. Era un sabio en ese tema; conocía muy bien lo que pasaba, y siempre que nos encontrábamos me repetía que si no sembraba, no íbamos a tener qué comer. Hay que recoger el café, insistía: hay que sembrar; ¡cuidado, que no se deje de lado la siembra de las cosas básicas de la alimentación! Nosotros lo hicimos ahí, pero la primera cosecha se nos arruinó por falta de experiencia del técnico que mandaron de Matagalpa. Eso fue muy triste. Había que fumigar el maíz, de lo contrario se iba a arruinar y él fumigó en exceso y se quemó todo, se arruinó toda la cosecha. La gente se nos burlaba, decían: ¡Mirá la monja con sus chicos, mirá cómo cosechan! Todo estaba perdido. Me sentí tan mal, con tanta rabia, que preparé el bolso y a dedo me fui a Managua en la parte de atrás de una camioneta, recibiendo todo el aire para que se me fuera la rabia y todo el encono que tenía. Era el proyecto burlado. María Barbagallo sintió lo mismo que yo. Uno cree que va a ayudar a los nicaragüenses, y ellos se burlan".

Hna. María Barbagallo msc

Había una pregunta que horadaba el corazón de las hermanas y que María Barbagallo en su autobiografía, expresa con precisión:

"En mi corazón surgía con frecuencia una pregunta: ¿pero por qué es que esta gente no nos ama? (...) Habían pasado casi diez años que estábamos en esa misión; no habíamos ahorrado sacrificios, oraciones, ideas, dinero, iniciativas ni personas. Habíamos enfrentado todo tipo de dificultades. Habíamos defendido a la pobre gente, primero de los mortales ataques de la dictadura y después, de las presiones de los sandinistas, más aún, de la pastoral opresiva de los padres-patrones; habíamos tratado de encontrar un estilo nuevo basado en la convocatoria, la persuasión, la participación activa. Le habíamos dado a ese pueblo una escuela auténtica, gratis, limpia, eficaz, con programas y contenidos verdaderos. Habíamos puesto a disposición de todos nuestras energías, nuestra casa, nuestros recursos. Nunca hicimos distinción entre ricos y pobres aun cuando nuestra inclinación era hacia los más pobres; habíamos tratado de mediar en las diferencias, de sanar las grietas, de participar en la vida del pueblo sin pretender nada. No habíamos ganado nada, más bien habíamos entregado y casi perdido a las más valiosas hermanas pagando el alto precio de esa experiencia. Creímos haber amado a ese pueblo obstinado, testarudo y difícil. Pero ¿por qué no fuimos correspondidas?" Misionera, Aventuras, fe y pasiones de una religiosa de nuestro tiempo, Hna. María Barbagallo, Liberal libri, 1998.

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lunes, 8 de noviembre de 2021

Hna. Matilde - Episodio 7: "Matiguás" (Cuarta parte)

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El muchacho italiano (Marco Consolo) que llegó con la mochila y el anticlericalismo al hombro da testimonio una vez más:

"Matilde era la directora del colegio y el motor de la pequeña comunidad religiosa. Las tres hermanas eran corajudas y me han enseñado muchísimo. Me enseñaron qué es el respeto mutuo, el coraje, la dedicación, la perseverancia y la comunión en los valores. Trabajaban sin descanso, codo a codo con el pueblo. Tierra, salud, instrucción, alimentación sana para todos. Su fe no estaba reñida con los objetivos sandinistas. Entre cristianismo y revolución no hay contradicción. Lo he palpado con mis propias manos por casi más de un año. He comprendido que en ese momento había una mística, laica para mí, religiosa para ellas, que nos unía en comunión. Matilde coordinaba, animaba, buscaba apoyo, no ahorraba esfuerzo alguno para que el proyecto fuera hacia adelante. Por primera vez en mi vida pasé muchos meses en silencio. Preguntaba y escuchaba buscando interpretar los nuevos códigos, señales y líneas de lectura mientras me empapaba de todo eso. Le debo mucho a Matilde, las muchas noches en que hablábamos por horas en la escuela, andando por las calles o en el patio de la casa, bajo los árboles de mango. Ella me hablaba del rol que la Congregación estaba teniendo en relación con el desarrollo social, a pesar de las críticas del sector más conservador que, obviamente, no miraba con buenos ojos la opción por los pobres encarnada en el trabajo misionero como testimonio de fe cristiana."

Pero nada era al azar ni por capricho ni buscando reconocimiento para sí misma. Marco da este testimonio desde su mirada política partidaria, pero la Hermana Ana Gilma que estaba en la comunidad y que veía las cosas desde otra óptica, dice:

"Mi impresión sobre Matilde por entonces, y que se fue acrecentando con el tiempo, es que ella es una mujer libre, en el pleno sentido de la palabra libre. Una mujer de espíritu libre, de ideas muy claras y objetivos bien definidos y por esos objetivos, ella da la vida. No son unos objetivos cualesquiera, son muy rezados. Ella es cabriniana y media, es religiosa y media; es una persona que no está atada a las estructuras, a las normas; siempre va más allá con su compromiso".

Y otra vez Marco demuestra cómo Matilde siempre buscaba reconfirmar aquello que, en oración, había decidido.

"La recuerdo como una mujer pragmática, profundamente humana, con una energía fuera de lo común: jamás se detenía, nada la detenía y era un estímulo para todos. Ella, nacida en Argentina, sentía en carne propia los dolores y las alegrías del pueblo de Matiguás. Un día, vino a visitarnos Peter Marchetti, un jesuita muy comprometido, especialista en economía, teólogo muy respetado, norteamericano de nacimiento, pero centroamericano por adopción. Colaboraba con el gobierno sandinista en la reforma agraria y en el desarrollo rural. Era un día especial. Matilde estaba muy emocionada; preparó jugos de fruta y aparecieron galletitas, casi imposibles de encontrar en épocas de guerra, escasez y bloqueo. Nos quedamos horas hablando con Marchetti. 

Peter Marchetti

Matilde escuchaba y pedía opinión, ávida como siempre. Buscaba, sobre todo, confirmación de que su fe religiosa no estaba para nada reñida con su elección a favor de la opción por los más pobres. Aquel día, al final de la jornada, me dije a mí mismo: hoy también hemos asistido a la universidad. Aún sigo sintiendo un agradecimiento profundo para con Matilde y con las demás hermanas cabrinianas por haberme enseñado tanto sin pedirme nada a cambio. Un agradecimiento sincero por haberme ayudado en la difícil tarea de construir conciencia y no perder la memoria".

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jueves, 4 de noviembre de 2021

Hna. Matilde - Episodio 7: "Matiguás" (Tercera parte)

Matiguás

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Llegaban a Matiguás voluntarios de todos los países y de las más variadas creencias e ideologías. La casa de la Comunidad era de puertas abiertas. Un muchacho italiano llegó también en ese momento. Marco Consolo cuenta cómo el contacto con aquella realidad y con las hermanas, le "cambió la vida para siempre".

Este es su testimonio:

"A través de amigos de la cooperación italiana conocí el proyecto de Matiguás. (...) Era una zona de frontera, difícil, (...) y yo era un joven internacionalista que quería vivir desde adentro la realidad rural. Fue así que hice una elección de la que jamás me arrepentí. Después de algunos días en Managua, ciudad que no me ha gustado nunca, me encontré subido a un viejo ómnibus repleto de gente, cerdos y gallinas, rumbo directo al norte, rumbo a ese pueblo que sería mi primer "escuela revolucionaria". (...) Habiendo ya bajado del bus pedí indicaciones para llegar a la casa de “las monjas” del lugar. La casa de las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús estaba justo delante del Instituto Técnico con orientación agropecuaria. Toqué la puerta y me abrió Matilde, la mayor de las hermanas de la pequeña comunidad cabriniana. Yo no tenía cartas de presentación, credenciales ni recomendaciones de ninguna jerarquía eclesiástica. Aún recuerdo la cara de incredulidad de Matilde al ver a ese muchacho que era yo, con una mochila al hombro y que un poco temeroso trataba de explicar, en un español muy elemental, que me había llegado hasta allí para dar una mano. Al principio me miró, seria y un poco estupefacta por mi aparición. Le expliqué mis intenciones y después de unos minutos, el entusiasmo le brotaba por los poros. Aún no sé si para ella eso fue una señal de la divina providencia, lo cierto es que inmediatamente me abrió la puerta de la casa, cosa que me dejó con la boca abierta. Fue así que de joven “mangia preti” (anticlerical), empecé a vivir con tres religiosas que me habían abierto su casa, su corazón, y me habían ofrecido un techo".

Marco no se equivocaba: la casa estaba abierta, como también estaba abierta la mente y la amplitud de espíritu. Matilde dice:

"Lógicamente, yo estaba en un momento de fe donde lo que más quería, era VER. Venían esos extranjeros, los italianos que eran del partido comunista, que llegaban y trabajaban; ayudaban con todas sus energías a salir de esas vidas. Vino una señora que era evangelista, pastora en Bélgica; ella también paró en casa. Llegó también un suizo... todos querían ayudar al pueblo a progresar y dejaban todo lo suyo para eso. La fe o la no fe no era impedimento, ahí todos éramos iguales. Ahí estábamos porque queríamos al hombre y, al fin y al cabo, queríamos a Dios. Comprendí bien a fondo que quien trabaja por la dignidad del hombre, trabaja para Dios. Lo dije más de una vez: yo nunca tomé un arma, no me afilié a los sandinistas. En nuestra casa nunca hubo armas a pesar de que corríamos peligro y había que defenderse si venían a atacarnos. No, nosotros estábamos ahí y estábamos en la línea de los sandinistas porque el sandinista estaba trabajando para el pueblo. Yo lo hablé con el Nuncio apostólico y él me lo dijo muy claramente: “Trabaje para el pueblo y no tenga miedo".

¿Qué diría la Santa Madre frente a estas reflexiones controvertidas y, seguramente, "revolucionarias" para muchos? En sus escritos hay infinitas respuestas que encajan perfectamente y que hacen que el carisma legado sea tan maleable como lo son las necesidades de los tiempos y las realidades históricas que las hermanas deben enfrentar en cada misión, con sus particularidades. Ella, mucho antes que Medellín, ya consideraba que la opción por los pobres de todo tipo, no solamente en lo que respecta a lo económico, era más que una cuestión política o social, sino una cuestión altamente teológica.

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