jueves, 30 de mayo de 2019

Madre Cabrini y los Migrantes de hoy





                          Madre Cabrini y los Migrantes de hoy

Arzobispo Silvano M. Tomasi, c.s.
Nuncio Apostólico, Secretario Delegado, Dicasterio de la Santa Sede para el Servicio del Desarrollo Humano Integral.

En la “Época de las migraciones” en la que vivimos, un número de personas sin precedentes, se ven obligadas a abandonar sus tierras. La pobreza extrema, la violencia y las guerras prolongadas, los desastres naturales o los cambios climáticos extremos, producen millones de solicitantes de asilo de inmigrantes.

Las estadísticas son fríos indicadores que ocultan los rostros humanos marcados por el dolor causado por el abandono del querido ambiente familiar, de los miembros de la propia familia y de las preciadas tradiciones. Las estadísticas, sin embargo, nos dan una idea del tamaño de un fenómeno social. El Alto Comisionado para los Refugiados de las Naciones Unidas (ACNUR) nos dice que en la actualidad los 65 millones de personas obligadas a huir, constituyen el número más alto desde la segunda guerra mundial, y que 21 millones de ellos corresponden a la definición de refugiado según la Convención de 1951 y el Protocolo sobre el estatuto de los refugiados de 1967. Además, 250 millones de personas, como afirma el Banco Mundial, viven y trabajan en un país distinto del que nacieron. Si a esto añadimos 700 millones de migrantes internos, el resultado es que una de cada siete personas del mundo es un migrante. Las desigualdades económicas y demográficas, la falta de respeto a los derechos humanos fundamentales y los conflictos de todo tipo siguen manteniendo un flujo constante de migrantes. Es evidente que la migración no es un fenómeno social excepcional, sino un componente estructural de nuestro mundo. La indiferencia general a esta masa de personas en movimiento sería una negación de nuestra responsabilidad de mostrarles la solidaridad en un momento de vulnerabilidad y necesidad.

La respuesta a la intrincada cuestión de los solicitantes de asilo, de los refugiados, de los migrantes necesitados, de las personas desplazadas dentro de sus propios países, se puede encontrar en el ejemplo de los santos de los migrantes, personas especiales de mente abierta, de una generosidad excepcional e ideas creativas. Inspirándose en el Evangelio, estos santos encontraron la motivación y la fuerza para actuar: San John Neumann, arzobispo de Filadelfia, EE.UU.; Santa Mary MacKillop en Australia; beato Giovanni Battista Scalabrini, para los migrantes italianos y otros: y la Patrona de los Emigrantes, Santa Francisca Saverio Cabrini.
Los principios de los Santos de los Migrantes, que han dedicado sus vidas y sus talentos a su progreso humano y espiritual, son para nosotros una lección útil y eficaz. En particular, Santa Francisca Cabrini ha desarrollado un enfoque dinámico que sigue siendo válido en el cambiante contexto socio-político actual. Lo que llevó a Madre Cabrini a ocuparse de los emigrantes, no fue una decisión improvisada, sino más bien un proceso de toma de conciencia y empatía con los más necesitados.


El primer paso fue un vivo sentido de Misión. La Madre Cabrini quería compartir su experiencia del Amor de Dios con las personas necesitadas. Cuando las Hermanas del Hospital Columbus de Nueva York escribieron al Delegado Apostólico de Washington D.C., el 25 de marzo de 1914, solicitando una carta de felicitación con motivo del vigésimo quinto aniversario de su llegada a los Estados Unidos, la dimensión misionera se perfiló con claridad: “El 31 de mayo de 1889, la Fundadora de las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús, Madre Francesca Saverio Cabrini, con 6 de sus hijas, vio la realización del ideal tan deseado: las Misiones…”.
El análisis de los documentos de los primeros años de actividades de Madre Cabrini, muestra inmediatamente su personalidad determinada y decidida por el amor a Jesús y, debido a esto, su sentido de Misión creativa y dinámica.


El segundo paso, fue sugerido a Madre Cabrini y a sus primeras Hermanas, encarnar su sentido de Misión en la sociedad italiana de la segunda mitad del siglo XIX, cuando se acababa de alcanzar la unidad política italiana y cuando las desigualdades sociales eran muy fuertes. Se había abandonado la educación de las jóvenes, y por eso Madre Cabrini abrió escuelas para ellas. En una carta del 3 de diciembre de 1890, el párroco de Codogno, Antonio Serrati, describe, como testigo directo, la evolución de las formas de apostolado y las funciones que se adoptaron gradualmente. Escribe:


“Un grupo de almas piadosas y generosas se reunieron y se instalaron en Codogno, hace dos años, con el nombre de Asociación de las Misioneras del Sagrado Corazón, para prestar ayuda a las jóvenes abandonadas e inculcar una educación moral e intelectual en las personas. La Asociación en los últimos años ha establecido otras sedes en Milán, Roma, en la llanura de Cremona, Piacenza y otras zonas en los alrededores de Lodi”.
Los primeros esfuerzos de Madre Cabrini se dirigieron a la ayuda espiritual y humana de la “juventud abandonada”. Más tarde, sin embargo, la cuestión de los emigrantes tocó los corazones de las Hermanas. El deseo de la Misión encontró muy pronto terreno fértil. Así, Serrati, que fue testigo del nacimiento del instituto de Madre Cabrini en su parroquia y lo sostuvo activamente, describe la causa inmediata que llevó a Madre Cabrini a moverse en la dirección de los migrantes:
“El espectáculo de miles y miles de emigrantes italianos, que casi todas las semanas atraviesan la estación de Codogno en busca de un incierto trozo de pan en la lejana América, conmovió el corazón de las Misioneras del Sagrado Corazón. El pensamiento de lo que, por desgracia, corresponde a la realidad de los hechos, a saber, el estado de abandono en que se encontraban nuestros compatriotas en aquellas tierras lejanas, sin nadie para educar a sus hijos, para asistirles en caso de enfermedad, para guiarlos en un idioma comprensible para ellos, para darles una palabra de consuelo en la adversidad y en la desesperación, a menudo causada por el desengaño ante la gente que, escuchando sólo la voz de los intereses y no la de la caridad, quiere explotar su miseria para afligirlos de cualquier modo; todo eso despertó en sus corazones, formados en la religión y el patriotismo, el deseo de ofrecerse a ellos, y proporcionarles, en la tierra del exilio, su asistencia.
Después de pedir consejo a su Excelencia el obispo de Piacenza, fue dirigida como campo de acción a los Estados Unidos de América”.
La educación y formación de las jóvenes se convirtió en un objetivo pionero. Escuelas, orfanatos, catequesis, dispensarios, se desarrollaron en una multitud de servicios; de modo que: “mientras se procura el bien espiritual de las almas de los italianos como exiliados en esas tierras lejanas, se les dará asistencia moral, intelectual y material, y será también una fuente de honor para nuestro país.”

Este tercer paso muestra los amplios horizontes en los que Madre Cabrini se movía mientras consolidaba el compromiso con el cuidado de los inmigrantes. Confirma las prioridades de su apostolado después de su primera experiencia directa con los inmigrantes de Nueva York, donde llegó en 1889. El 3 de diciembre de 1890 escribió a Ernesto Schiaparelli, fundador de la Asociación Nacional para ayudar a los misioneros italianos:
“El fin de este Instituto no es sólo procurar la difusión de la educación cristiana y civil en las jóvenes necesitadas y cualquier otro compromiso en beneficio de la gente aquí en Italia, donde se cuenta con un buen número de sedes; sino que es principalmente consagrarnos nosotras mismas para el bien de los emigrantes italianos que van a tierra extranjera y a los que les faltan los bienes materiales y la ayuda moral que les hagan la vida más fácil y agradable. Estas actividades fueron apoyadas y protegidas de manera especial por su Excelencia Monseñor Scalabrini, Obispo de Piacenza, que, efectivamente, me animo a empezar mi Misión de caridad en Nueva York, donde ya hay tres sedes de este Instituto, y cuyos miembros se podrían considerar valientes colaboradores de las Misioneras, enviados allí con el mismo propósito por el Obispo de Piacenza. Cuánto bien hacen en esas regiones lejanas lo expresarían de forma más apropiada los que disfrutan de sus beneficios. Basta decir que, de muchos lugares de América, llegan peticiones para difundir una institución tan beneficiosa.”
A pesar de las constantes dificultades para encontrar fondos para iniciar y sostener las numerosas iniciativas llevadas a cabo para satisfacer las muchas necesidades de los inmigrantes, Madre Cabrini nunca dejó de extender la presencia de su Instituto. Muy pronto se multiplicaron las escuelas, orfanatos y hospitales, y no sólo en los Estados unidos. Se inauguraron nuevas fundaciones en Nicaragua (1891), Río de Janeiro (1894), Buenos Aires (1895), Madrid (1896), Londres (1898), todas ellas caracterizadas por el deseo de educar y por una dinámica caridad. Sin embargo, el interés por los inmigrantes en Estados Unidos, no quedó archivado. Desde Nueva York, las Misioneras del Sagrado Corazón llegaron a la comunidad de inmigrantes de Nueva Orleans (1892), Denver (1902), Seattle, Chicago… y para Madre Cabrini “fue un gran consuelo ver… el bien hecho por nuestras iniciativas en favor de los inmigrantes.” Mirando el futuro de estas comunidades, Madre Cabrini apoyó una integración progresiva en la sociedad de acogida. Quería buenos cristianos, pero también buenos ciudadanos.


En el apostolado entre los inmigrantes las dificultades eran muchas y complejas: la pobreza de los italianos recién llegados; el apego a una forma de devoción religiosa distante de la organización institucional de los Obispos y las administraciones, en su óptica y tradiciones; el desconocimiento de la lengua local y de las costumbres. Este contexto provocó también otros malentendidos y crisis en la planificación de la actividad pastoral.
En respuesta, Madre Cabrini -el cuarto paso- adoptó una estrategia ganadora, contactó personalmente con los inmigrantes, estableció relaciones humanas que infundieron confianza y amor. De este modo, las Misioneras del Sagrado Corazón visitaron a las familias de inmigrantes en sus miserables casas, cuidaron personalmente de sus hijos y los educaron, visitaron a los italianos en las prisiones de Nueva York y en las minas en Colorado. No fue un enfoque de gestión o burocrático, sino un estilo atractivo y eficaz que tocó los corazones.

Por último, Madre Cabrini no dejó de recordar los funcionarios públicos su responsabilidad en contribuir a los servicios que ella misma inauguró y en la elección de políticas que disminuyeran los problemas de los inmigrantes. Este fue el quinto paso de su método, y negoció pacientemente los subsidios con el Comisionado para la Inmigración, la reducción de costos con las empresas de transporte y planteó valientemente su petición a las autoridades eclesiásticas, etc… Un verdadero abogado de los migrantes.
En esta “época de las migraciones”, la situación de las personas que cruzan a lo largo y ancho el planeta, ha cambiado y es global. Madre Cabrini no escribió un manual sobre la migración, sino que dedicó su vida a los migrantes y de esta vida podemos aprender nosotros. La importancia del ejemplo de Madre Cabrini y de su método continúa y es aplicable a las sociedades contemporáneas que, por el impacto de las nuevas llegadas, son cada vez más heterogéneas y necesitan comprensión mutua, un sentimiento genuino de integración y de bienvenida. Nativos e inmigrantes pueden construir un futuro común de paz y enriquecimiento mutuo si hay mujeres y hombres que, como Madre Cabrini, tienen un corazón de madre lleno de compasión y amor evangélico.





jueves, 23 de mayo de 2019

Los Laicos y Laicas en la Misión Cabriniana




Los laicos y laicas en la misión Cabriniana
Giuseppe Tansini

La historia del Instituto de las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús,
fundado por Madre Cabrini en Codogno,
comienza a finales del siglo XIX y principios del XX,
en un tiempo de grandes acontecimientos históricos,
culturales, sociales y eclesiales.

Es un período caracterizado por la capacidad de “saber leer los signos de los tiempos en constante dialéctica entre la tradición y la innovación, entre el pasado y el presente, con el compromiso de ser fiel a su identidad carismática”.
Dentro de esta historia queremos destacar el papel de las laicas y laicos que, por diversas razones y por haber participado en diferentes eventos, se han encontrado con el carisma cabriniano y han compartido su espíritu.
Es una historia de colaboración de hermanas y laicos que se ha desarrollado en numerosas obras de caridad tales como orfanatos, escuelas, hospitales, ambulatorios, residencias de ancianos, casas de espiritualidad. Obras fundadas por Madre Cabrini y posteriormente incrementadas durante estos 137 años de compromiso misionero.
Desde el principio la colaboración de hermanas y laicos fue muy intensa, sobre todo en la obra misionera y en la asunción del espíritu y estilo apostólico de las hermanas cabrinianas.
La extraordinaria capacidad de Madre Cabrini para potenciar el talento de las personas, se dirigía no sólo a recoger vocaciones religiosas, sino también a suscitar en los laicos la pasión misionera motivando su profesionalidad, capacidad y talento.
Algunos ejemplos históricos nos explican cómo los laicos siempre estuvieron presentes en la misión de Madre Cabrini. La señora Elena Arellano era una rica señora que ayudó a la Madre en la fundación de Nicaragua y supo continuar su obra de beneficencia y formación cabriniana para asegurar la educación católica también con gobiernos de tendencia masónica. Otro ejemplo es la colaboración de la condesa de Cesnola, que ayudó a la Madre en la primera misión de los Estados Unidos. Posteriormente, la histórica figura de Lo Pa Hong, gran personaje de China de principios del siglo XX. Gran católico, acogió y apoyó a las primeras Hermanas Cabrinianas que desembarcaron en China en 1926 y las ayudó hasta 1951, cuando los acontecimientos históricos obligaron al Instituto a interrumpir la actividad misionera en esa tierra tan soñada por la Santa Madre.
Cada nación y cada obra tuvo a nivel internacional personas laicas como colaboradoras, consultores o benefactores que la madre consideraba “enviados por San José” en los momentos difíciles. Entre los muchos colaboradores, se mencionan figuras eminentes de laicos profesionales, artistas, escritores o personajes no famosos que, humilde y sencillamente, ayudaron a las Misioneras en sus obras de caridad.
En 1984, el Xº Capítulo General en las Conclusiones, se refiere a los laicos en dos puntos:
§  Agilidad y disposición para colaborar con los demás en la construcción del Reino, especialmente con la Iglesia local, promoviendo también los diversos ministerios laicales.
§  Formar un grupo internacional de laicos y religiosas que proporcione información a la Casa General.
A nivel institucional se vio que, al progresar y crecer la misión, la gestión de las obras era más compleja y necesitaba cada vez más la ayuda de laicos que, después del Concilio Vaticano II, se consideraban no sólo colaboradores, sino corresponsables de la misión.
La gestión de las obras de caridad era cada vez más compleja por las cambiantes condiciones sociales y económicas; y la adecuación al proceso de corporativización, regulado por leyes regionales y nacionales, exigía una alta especialización profesional y la indispensable participación de los laicos, incluso en el nivel directivo.
A este cambio se añadió la reducción progresiva de la presencia de las Religiosas, con la dificultad para “mantener vivo el carisma” en las obras y para desarrollar un apostolado que diese sentido misionero a las actividades educativas, sanitarias y pastorales desarrolladas ahora principalmente por personal laico.
La cotidiana colaboración de Hermanas y Laicos permitió desarrollar con el tiempo una espiritualidad laical cabriniana cuyo aspecto misionero se vio como solidaridad con el sufrimiento del mundo y como reparación en el contexto de la espiritualidad del Sagrado Corazón.
Así fue como en 1990 Sor María Barbagallo, al recibir su segundo mandato como Superiora General, decidió, junto con su Consejo General, invitar a algunos laicos a los Capítulos Generales. Su presencia simbólica y significativa daba concreción a la visión profética de la participación de los laicos en la vida de la misión, iniciando una historia que está documentada en las importantes referencias de los documentos capitulares conclusivos en el apartado: la Misión de los Laicos.


En 1991 nace en Chicago el documento “Corresponsabilidad y formación con los laicos en la Misión Cabriniana”, elaborado por el Consejo Extendido con la participación internacional de los laicos y aprobado por el Consejo General.
En el documento se explicitan las funciones de los laicos y sus perspectivas operativas a través de una gradación de participación que se describe así:
§  Voluntariado / MLC (Misioneros/as laicos/as Cabrinianos/as: laicos /as disponibles para una colaboración estable de apostolado en las misiones cabrinianas.
§  Corresponsables Cabrinianos: Laicos/as con una relación consolidada en la conducción de la obra cabriniana.
§  Colaboradores/as Cabrinianos: personas que directa o indirectamente realizan su trabajo en la obra cabriniana.
Se establece en la Formación el instrumento fundamental para la integración de los laicos a través de un proceso en el que se comparte el significado del carisma, los valores, el estilo de vida, la identidad cabriniana transmitida por el conocimiento de la vida de la Madre y de la historia de su Instituto.
El esfuerzo mayor y más complejo fue la difusión del documento y su aplicación en las realidades provinciales y locales, que tuvieron que superar el desconcierto de algunas Hermanas y Laicos no preparados aún para esta revolución pacífica. El esfuerzo requerido se concretaba en la ejecución de Proyectos apostólicos locales que desarrollaron Hermanas y Laicos de todas las instituciones educativas, sanitarias y pastorales en un proceso de maduración personal y comunitaria con la progresiva toma de conciencia del “hacer misionero”.
El largo proceso de formación requirió la disponibilidad de las Hermanas y los Laicos en la participación activa en las reuniones locales, en las asambleas provinciales anuales o bienales de Hermanas y Laicos, en los encuentros por sectores (escuelas, hospitales, hogares de ancianos y centros de espiritualidad), en la celebración de los eventos festivos del Instituto.
En las conclusiones del 13º Capítulo General de 1996, después de una reflexión específica sobre la “Presencia y vocación laical hacia el tercer milenio”, se sintió la necesidad de subrayar que “la experiencia del pasado sexenio ha puesto de relieve que los laicos colaboradores, corresponsables, voluntarios y misioneros laicos cabrinianos son una presencia cualificada y una riqueza apostólica para la Familia Cabriniana”.
Los laicos cabrinianos se han sentido cada vez más implicados en la vida de la misión, incluso mediante la fundación de formas de Voluntariado local destinadas a la recogida de fondos para las misiones, para mantener viva la memoria de la Madre y del Instituto por medio de la gestión de la casa Natal, la recuperación y conservación de documentos históricos, la organización y participación en actos celebrativos, como los aniversarios de la fundación de obras individuales, exposiciones celebrativas, etc.
En 2002 el Capítulo General confirma la realidad de un buen Voluntariado Cabriniano al elaborar un documento de los Misioneros/as Laicos/as Cabrinianos/as.
La participación laical en la vida misionera encuentra en la Formación permanente y en las actividades diarias junto con las Hermanas, los pilares de un progresivo crecimiento espiritual laical gracias también a las estrategias que fomentan el compromiso y la responsabilidad laical de las obras.
El intercambio continuo de lo positivo y de lo negativo de cada realidad, la elaboración y el diseño de las sinergias tecnológico-administrativas y pastorales, el desarrollo de los recursos humanos y financieros conllevaron la intensificación de la relación Laicos-Hermanas y la necesidad de formar un Liderazgo laical.
En 2005, además de la participación activa de los Laicos en la celebración del 125º aniversario de la fundación del Instituto, se convocó en Codogno una Comisión internacional de Laicos/as corresponsables con la Misión que redactó una primera síntesis de Espiritualidad Laical Cabriniana.
Los distintos Capítulos Generales siguen poniendo el énfasis en la ya imprescindible colaboración de los Laicos. La Nueva Visión Misionera concreta el mandato misionero en la opción por los pobres y el instrumento para realizarlo, en la Misión compartida Hermanas-Laicos.
En 2011 se fundó en Codogno una Escuela de formación laical que contó con la participación atenta y entusiasta de muchos Laicos de la Provincia italiana y europea.
El último Capítulo General de 2014 celebrado en Brasil, confirió a la Hna. Bárbara Staley y a su Consejo el mandato de elaborar y realizar un amplio Plan Estratégico en la convicción de que “Ahora es el tiempo favorable”.
Entre los puntos clave, se subrayó la Misión compartida Hermanas-Laicos: “el laicado, que comenzó con una pequeña semilla, ha echado raíces, a florecido vocacionalmente y juntos podemos vivir la experiencia de Madre Cabrini”.
La trayectoria descrita brevemente muestra el largo camino recorrido en la integración y la inclusión de los Laicos en la Misión cabriniana. Hermanas y Laicos juntos han tenido que vencer resistencias y superar dificultades personales e institucionales para realizar el cambio solicitado por la lectura atenta de los signos de los tiempos. El verdadero desafío de hoy y del futuro inmediato, les pide a los Laicos coraje, un mayor compromiso y corresponsabilidad para compartir las alegrías, angustias y esperanzas, en el convencimiento de sentirse protagonistas de un carisma que el Espíritu Santo mantiene vivo y fecundo.







jueves, 16 de mayo de 2019

Las raíces del Carisma de las MSC




Las raíces del Carisma de las MSC
Sr. María Regina Canale, MSC

“Donde está tu tesoro, allí también estará tu corazón.” Mt. 6,21


El tesoro de Francisca Cabrini
Mateo, el evangelista del “Dios con nosotros”, nos recuerda estas palabras de Jesús, que fueron colocadas, con amor filial, alrededor de la caja que custodia la reliquia del corazón de Madre Cabrini, conservada en la Iglesia del Tabor en Codogno (Lodi):
Desde este lugar privilegiado, ella nos proclama el secreto de su inextinguible ardor misionero: su Tesoro fue y es para siempre, el Corazón Adorable de Jesús, con el que se identificó. Así, el Corazón de Jesús es el lugar privilegiado donde Madre Cabrini se encuentra con su Amado y donde siente que realmente puede tomar conciencia de sí misma y conocer la infinita riqueza de Dios. “Fue atraída por el amor de Cristo” que ama a los hombres como nadie ha amado nunca (Const. 3).
El Amado entonces, la colma del don de incontenibles efusiones de amor, iluminadas por la sinfonía del Cantar de los Cantares:


“¡Amadísimo Jesús, qué amable eres! … Desde que te encontré me cautivaste con tu belleza hasta tal punto que yo, olvidada de todo, te seguí y estoy muy feliz de seguir tus huellas.
Sufrir ya no es sufrir, sino un dulce gozar cuando se está contigo… Mi amado es más bello que el sol y supera toda belleza. Es la Majestad de Dios…
Ay, yo amo a mi Amado, lo amo tanto, que languidezco de amor. Ensancha mi corazón, Amado de mi alma, hazlo un poco mayor, porque ya no puede contener todo tu Amor.
¡Ay! ¡Océano de infinito amor, te amo y querría amarte, pero cuanto más te amo, menos te amo porque me gustaría amarte más!
¡Ensancha… ensancha mi corazón!” (Pensamientos, Ed. Italiana, 1892, pág. 114-115).

Este amor de naturaleza esponsal sintoniza cada vez más con las expresiones del Cántico hasta culminar en una increíble actividad misionera: “¡El deseo de la misión me abruma!”
El secreto de la laboriosidad de Madre Cabrini está en su dimensión contemplativa: el núcleo secreto del que brota una actividad, que todavía hoy sorprende, es el silencio de la oración y el abandono en el Sagrado Corazón de Jesús.
La experiencia de contemplación de Madre Cabrini es la desbordante vitalidad del amor, es el celo por la gloria de Dios, que se inclina sobre el hermano que sufre. La expresión característica es: “El amor en efervescencia” (C.V. pág. 398), la imagen en la que la Madre Cabrini trata de resumir el significado de su actividad apostólica: amor que aumenta, crece y se expande en una miríada de iniciativas que llevan el sello del amor único y se manifiestan al corazón de los hombres.


El tesoro de las MSC
“Y Jesús les dijo: Por eso, todo escriba que se ha convertido en un discípulo del Reino de los Cielos, es semejante al dueño de la casa que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas.” (Mt. 13,51-52)
A los 100 años de la muerte de la Madre Cabrini, tenemos un profundo sentimiento de gratitud en nuestro corazón por haber “heredado” esta bendición como “inextinguible ansia misionera”.
“¡Seamos portadoras del amor de Cristo al mundo!” (Const. 3). Sí, hemos sido llamadas a heredar una Bendición” (1Pe 3).
Esta es la realidad, siempre antigua y siempre nueva, que queremos extraer de este “tesoro” que la Madre Cabrini nos dejó, empeñándonos en preparar, para las nuevas generaciones, un futuro lleno de esperanza, a la Mayor Gloria del Sagrado Corazón de Jesús.
El objetivo es “comprender” que las cosas viejas son importantes porque son los “fundamentos” sobre los que se constituyen y se construirán las nuevas.
Al volver la mirada sobre estos 100 años desde la muerte de la Madre Cabrini, se iluminan “nuevos caminos” que el Instituto de las MSC desea recorrer en fidelidad al propio Carisma un amplio campo se abre ante nosotras como en los tiempos de Madre Cabrini, delimitado sólo por el celo y la sed de estar donde los intereses del Corazón de Jesús lo requieran. Los medios a través de los cuales irradiar el amor en efervescencia son todos los que la caridad y el celo pueden sugerir a la creatividad apostólica y profética, que quiere vivir a ejemplo de Jesús, que dijo de sí mismo: “He venido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado” (Jn 6,38).
Se trata de seguir a una Madre muy audaz: “Recorro la tierra y surco los mares, como se ve, con la velocidad permitida por el progreso y la ciencia, que provee cada día vapores más rápidos; pero creedlo, son vuelos de cuerpos pesados… en comparación con la rapidez con la que trabaja el Sagrado Corazón de Jesús en su viña a nosotras confiada” (S. F. Cabrini, Viajes, Ed. Italiana, pág. 201).
Este “tesoro” se encuentra ahora en las nuevas culturas que emergen en la escena internacional, tal vez impregnadas de conflictos y problemas, pero donde el carisma de Madre Cabrini puede encontrar vida, suelo fértil, corrientes de agua viva que riegan la Iglesia y al mismo Instituto de las Misioneras del Sagrado Corazón, con nuevas energías.
Nuevas fuerzas misioneras para la Iglesia surgen en África, en Asia, y esperamos que también en América Latina, difundiendo luz y esperanza en aquellos contextos culturales donde más amenazada está la vida y donde tenemos que cavar profundamente para encontrar las semillas de la Palabra que esperan sólo que alguien las haga madurar y florecer.
Las nuevas misiones africanas cabrinianas abren el corazón a la esperanza no sólo vocacional, sino sobre todo al progreso de la evangelización que quiere favorecer el nuevo tiempo soñado por Jesús, para que haya paz entre los pueblos y fraternidad solidaria en todas las sociedades. Pero también es el sueño de las nuevas generaciones que buscan emigrar a una nueva tierra para poder crecer sin miedo. El mensaje de Madre Cabrini es este: podemos ser “una sola familia en el Corazón de Jesús”.




jueves, 9 de mayo de 2019

100 años de Misión Cabriniana




 100 años de Misión:
Continuidad carismática y transformación profética
Sr. María Barbagallo, MSC

Hace cien años, cuando la Madre Francisca Cabrini dejaba esta tierra, el mundo entero estaba entrando en un período de profunda transformación que habían provocado, por un lado, las grandes convulsiones dramáticas del nuevo siglo y, por otro, los profundos cambios sociales y culturales que vivimos ahora, desde lo filosófico-antropológico, a lo económico-estructural, a lo religioso-eclesial, moral y espiritual, y así sucesivamente.
El Instituto de las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús vivió plenamente este tiempo. Aunque no tenía muchos miembros, sin embargo, era una realidad internacional con obras institucionalmente muy complejas, confiadas a unas pocas miles de Misioneras que tendrían que continuar y garantizar la eficacia y eficiencia de la gestión y, al mismo tiempo, desarrollar la fuerza evangelizadora que debía dar sentido a su trabajo.
La Madre Francisca Cabrini había fundado 67 obras, cada una de las cuales debía cumplir varias funciones: una Escuela con todos los recursos de primaria y secundaria, orfanato, internado, obras parroquiales de pastoral ordinaria y extraordinaria, oratorio y muchas otras actividades que las Hermanas desarrollaban en poco tiempo. Baste citar estas pocas líneas de una de las “Memorias” de Nueva Orleans:
Abiertas las escuelas e iniciado el orfanato, las Hermanas se dedicaron desde el principio a todo tipo de servicios solicitados por las necesidades de tantas almas que esperaban su ayuda y consuelo. Así surgió el oratorio festivo para las jóvenes, que se dividieron en las diversas asociaciones de Hijas de María, de Luisas, de Ángeles, mientras que las más pequeñas se pusieron bajo la protección del Niño Jesús. Se atendió también a las madres cristianas para las cuales se fundó una Sociedad bajo el título del Rosario.”



Al crecer un poco la Comunidad, algunas Hermanas fueron destinadas a visitar a los enfermos en los hospitales y en sus domicilios, a visitar a los presos, a las familias y a pequeñas misiones en el campo. Y aquí empieza lo que puede llamarse la edad de oro de la Misión. En 1897 la Madre, que estaba en Nueva York destinando a Nueva Orleans a unas Hermanas, les dijo: “Os envío a una de las más bonitas misiones del Instituto, una de las que más valoro”.
La inteligencia pastoral de Madre Cabrini supo comprender la “modernidad” de la que habla muy bien Lucetta Scaraffia, dando a las obras más complejas, como los hospitales, el enfoque organizativo que había aprendido en los Estados Unidos, impulsada por el deseo de presentar las obras no sólo eficientes, sino también hermosas.


Supo crear una sinergia de trabajo con diversas funciones interdependientes entre ellas, guiados por un proyecto y un objetivo común, “la gloria de Dios y la salvación de las almas”. (Así se lee en las Reglas). La maduración de su estilo, que debía ser familiar y acogedor, eficiente y sereno, organizado y estéticamente agradable, estaba, sin embargo, todavía en construcción. Debía afrontar en primer lugar la lucha por la supervivencia, los conflictos creados por los muchos prejuicios en contra de las obras para los emigrantes italianos, la fragilidad de las Hermanas dirigentes que a menudo entraban en crisis ante situaciones tan complejas. Mientras, los tiempos cambiaban vertiginosamente. Y cuando la Madre Cabrini falleció, se sintió dramáticamente el vacío de su liderazgo. Muchas cosas estaban en sus inicios, otras por la mitad, en otras se necesitaban intervenciones radicales.



Sin embargo en ese momento, después de las reparaciones urgentes de la Primera Guerra Mundial, reparaciones no sólo materiales, sino también morales y psicológicas (en Europa no había una familia que no tuviese que llorar por algún muerto en la guerra o en los bombardeos), después del shock inicial, surgió un nuevo liderazgo: los colaboradores de Madre Cabrini y otras Misioneras que habían recibido su ejemplo, que habían luchado y sufrido con ella durante 37 años, se secaron rápidamente las lágrimas y se colocaron en primera fila para renovar, reconstruir, cambiar. En una carta de febrero de 1918, Madre Giuseppina Lombardi, Responsable Provincial de los Estados Unidos, dijo:
“... ¿Y ahora qué? ¿Tendremos que abandonarnos a estos tristes pensamientos y, como si fuéramos gente de poca fe, caminar a ras de la tierra? ¡Sursum Corda! Reaccionemos y, mirando al Cielo donde esperamos que nuestra Madre esté glorificada, enjuaguemos nuestras lágrimas y consolémonos por ser hijas de tal Madre… … su espíritu ahora puede surcar el espacio, puede llegar a todas las casas, … puede ayudarnos según nuestras necesidades...”.
Era como decir: ahora a remangarse. Y así sucedió.