RETIRO
2 diciembre 1886
Dios mío, para
Ti me creaste y a Ti debo servir. Qué terrible es comparecer delante de Ti con
las manos vacías. Me lo hiciste comprender demasiado bien en el ataque del otro
día, que parecía que me iba a quitar la vida. Dios mío, ¿tanto quieres de tu
pobrecita? Jesús mío, ayúdame, a todo me someto para servirte fielmente y para
ganar almas para tu Amor Santo. Si pudiera alargar los brazos y abrazar a todo
el mundo para dártelo, qué contenta estaría. Entonces quedaría satisfecha; pero
sabéis bien que soy miserable, soy ignorante, soy pobrecilla. Muéstrame el
camino y lo haré todo; si Tú me ayudas podré con todo. Comenzaré entretanto con
el perfecto desprendimiento de mí misma, despego absoluto de todo y de mí misma
para hacerme capaz de que Tú me llenes. Ayúdame, Jesús mío, a gozar en los
disgustos, en las privaciones, en las penas, para ser digna de tu amor
doloroso. Graba tu pasión en mi alma y hazme digna de poderte consolar como yo anhelo.
¿Qué son mis sufrimientos comparados con una sola pena que Tú sufriste por mi amor?
Y, sin embargo, cuántas padeciste por mí, para atraerme a tu bello Corazón y hacerme
tuya, para defenderme, para salvarme, para embriagarme con el deseo de la perfección.
Hazme meditar un poco en tus penas, hazme profundizar en ellas…, lo deseo para comprender
mejor que soy tu querida Esposa, oh Jesús mío, mi Amor y mi Todo.
Fidelidad grande en tu seguimiento, Jesús mío, especialmente
cuando se me presenta alguna contrariedad. Dulzura en las correcciones y compasión
generosa y sincera hacia aquellos que me ofenden, gozándome en el Corazón de Jesús,
que me ofrece un modo tan seguro de reparar tantas ingratitudes que recibe constantemente
la mayor diligencia posible en el cumplimiento de la regla. Atención puntual para
dar muerte al amor propio cada vez que quiera, enmascarado, engañar al alma bajo
diversos pretextos.
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