jueves, 20 de agosto de 2020

María Santísima "Madre y Maestra" (3ra parte)

 

Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo
Codogno 2018




Capítulo 7:

María Santísima “Madre y Maestra”:
Una escuela de feminidad




Rosarios, novenas, fiestas solemnes en honor de María Santísima a pesar de la desorbitada devoción de aquel tiempo, no son importantes para Madre Cabrini si no conducen a la imitación de las virtudes de María:

“Las demostraciones y las prácticas exteriores no son sino una vana apariencia, cuando no son la expresión de nuestro sacrificio a Dios que debe manifestarse en toda nuestra conducta.”[1]

 La virtud es esta feminidad excepcional, si se quiere, pero también concreta, de una mujer que, como la Misionera del Sagrado Corazón, tiene que asumir el compromiso de seguir al Maestro Jesús hasta las últimas consecuencias; vivir la misión en la responsabilidad plena y consciente, aceptando las contradicciones de cada día, siguiendo los criterios del Evangelio para presentar a la humanidad oprimida por las discriminaciones, prejuicios, opresiones ideológicas, culturales y sociales, una imagen de mujer nueva, como lo fue la Virgen María:

“Por lo tanto, si queremos estar a la altura de nuestra misión, alejemos las ligerezas, las vanidades, y recordemos que seremos auténticas mujeres sólo cuando, teniendo presente el principal deber que nos incumbe, seamos las verdaderas educadoras de la sociedad, los ángeles de la familia, las fieles imitadores de María Inmaculada.”[2]

En cierto sentido, Madre Cabrini anticipaba lo que Juan Pablo II repetía en su exhortación apostólica Vida Consagrada hablando de la promoción de la mujer en la evangelización:

“La Iglesia, que ha recibido de Cristo un mensaje de liberación, tiene la misión de difundirlo proféticamente, promoviendo una mentalidad y una conducta conformes a las intenciones del Señor. En este contexto la mujer consagrada, a partir de su experiencia de Iglesia y de mujer en la Iglesia, puede contribuir a eliminar ciertas visiones unilaterales, que no se ajustan al pleno reconocimiento de su dignidad, de su aportación específica a la vida y a la acción pastoral y misionera de la Iglesia. Por ello es legítimo que la mujer consagrada aspire a ver reconocida más claramente su identidad, su capacidad, su misión y su responsabilidad, tanto en la conciencia eclesial como en la vida cotidiana. También el futuro de la nueva evangelización, como de las otras formas de acción misionera, es impensable sin una renovada aportación de las mujeres, especialmente de las mujeres consagradas.”[3]


[1] Cfr. La Stella del Mattino, pág. 195

[2] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 521

[3] Juan Pablo II, Exhortación Apostólica “Vida consagrada”, 57




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