Capítulo 14:
Una espiritualidad eclesial para Laicos
Según el espíritu de Santa Francisca Cabrini
Así había sucedido también con las hijas de la Condesa de Cesnola, la señora que había ayudado a Madre Cabrini en la primera misión de los Estados Unidos. A pesar de su simpatía por la Congregación, Madre Cabrini primero solicitó a una de las hijas, Gabriella, que había decidido entrar en un convento; de hecho la joven hizo su periodo de postulantado, pero pronto quiso salir y volver a ser libre. Madre Cabrini manifestó sentirse apenada:
“He sentido mucho la salida de Gabriella. Su mamá me decía que la habría dejado un par de años más para hacerle sentir un poco de piedad y distanciarla de aquellos jóvenes con los que no quería que se relacionara y ha hecho de todo para conseguir su intento. Lo siento mucho por Gabriella[1] porque es buena. En fin… cuando veas a Gabriella la saludas de mi parte y le dices que lo siento de veras, porque después de haber hecho bien los dos años, habría querido que fuera más fiel a su Jesús que tanto la ama. Dile que sea buena, retirada y se conserve siempre toda pura y toda de Jesús.”[2]
Después dejó que la joven fuese una de las
voluntarias “pro tempore” sin ser parte de la Congregación, pero insistía a las
Hermanas que estuvieran cercanas a ella, la saludaran y se informaran con
frecuencia de cómo estaba. Cuando Madre Cabrini insistía con una laica para que
se decidiera a entrar entre las Misioneras, era porque veía la capacidad de
desapego de la familia y de los bienes familiares. A veces parecía como si
Madre Cabrini estuviera más interesada en la dote. Eran tiempos difíciles y la congregación
necesitaba recursos económicos y sobre todo Religiosas cultas y válidas para la
misión; sin embargo la Madre era severísima con todas las jóvenes que entraban
en que tuvieran la capacidad de hacerse “verdaderas Misioneras”. A una Superiora
que le preguntaba si podía aceptar algunas jóvenes con alguna condición, como
estar cerca de la familia, poder trabajar en algún campo, etc., respondía un
rotundo “no”: las Religiosas tenían que ser observantes de las Reglas todas y
sin excepción.
Así había sucedido también con una de las
hermanas Jaggi[3],
de Torino, que después entraron ambas como Misioneras. Pero la señorita
Carolina (después, Sor Giulia) tenía muchas vacilaciones y Madre Cabrini la
invitó a decidir entrar o dejarlo. Las señoritas Jaggi eran propietarias de
algunos bienes en Torino: tenían que renunciar a todo si querían hacerse
Religiosas. De forma diferente podían, desde fuera, seguir colaborando con el
Instituto en modos diversos.
[1] Hija de la Condesa Reid di Cesnola, cfr. nb 110
[2] Cfr. Epistolario, Vol. 2°, Lett. n. 774
[3] Sor Maurizia Jaggi (1857-1920) e Sor Giulia
Jaggi (1885-1909), ambas Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús.