jueves, 12 de noviembre de 2020

Una espiritualidad eclesial para Laicos (3ra parte)


Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo, Codogno 2018



Capítulo 14:

Una espiritualidad eclesial para Laicos

Según el espíritu de Santa Francisca Cabrini





También deseaba que ellas (las alumnas del magisterio) fueran colaboradoras con la oración y en la acción:

“Vosotras, mis buenas hijas, en vuestra gran misión de educadoras, sois las primeras colaboradoras de las Misioneras del Sagrado Corazón y por esta razón formáis parte tan querida de mi corazón en la gran familia que Jesús me ha confiado. Espero mucho de vosotras; de vosotras esperan también, no sólo la patria y la Religión, sino todo el mundo. Ahora ya no es necesario ser Misionera para recorrer el mundo.”[1]

Además, Madre Cabrini les exhortaba a ser colaboradoras en la pastoral vocacional y a tener presente siempre las enseñanzas del Evangelio aprendidas, en parte, a través de las Misioneras del Sagrado Corazón:

“A Él, pues, dirijamos nuestras almas creadas por Él y para Él, esas almas en las que Él ha infundido una fuerte atracción por todo lo que es bello y grande, como prueba de nuestro origen y del fin para el que fuimos creados. Elevémonos sobre las cosas de la tierra y, ya que no podemos volar, sobrevolémoslas por lo menos. El fin recto de nuestro obrar es la varita mágica que convierte en oro purísimo todo cuanto tocamos; las virtudes cristianas que practicamos hacen despuntar flores perfumadas por donde pasamos. Y mientras, fieles a los divinos mandatos y a las enseñanzas de la santa Iglesia, vamos cumpliendo la misión, aunque modesta, que se nos ha asignado, los ángeles alejan de nuestro camino los peligros, fielmente anotan nuestras buenas obras y nos acompañan hasta que estemos con Dios, donde el gozo será completo y eterna la alegría.

Mis amadas señoritas, no voy a darles ahora un sermón, porque muchos habrán oído en estos años pasados en su colegio. El camino ya lo conocen; se les han dado las armas para combatir cuando sea necesario. Les diré entonces la firme certeza que tengo en mi corazón de que, aún después de haber abandonado el Instituto que les ha acogido, instruido y amado, se mostrarán siempre y en todo dignas de la misión a la que Dios les llama, que impartirán a los demás cuanto se les ha enseñado, recordando siempre que la vida es breve y desaparece como la sombra; que el cuerpo muere, pero que el alma es una sola y está destinada a vivir eternamente en el estado de gloria o de pena que en vida hayamos preparado.”[2]



[1] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 558

[2] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 541-542




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