jueves, 19 de diciembre de 2019

"Suene, suene tu voz..." (5ta Parte)



Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo
Codogno 2018




Capítulo 3:
"Suene, suene tu voz…":
En la escuela del Sagrado Corazón de Jesús




En la escuela del Sagrado Corazón, Madre Cabrini aprendió sobre todo la obediencia, y es en este contexto que desafía a cada Misionera a tener el valor de hacer lo que Dios quiere. Tratándose de un Voto que se pronuncia al inicio de la vida religiosa, se puede suponer que las dificultades que de él se derivan son inherentes al tipo de misión a la que cada misionera puede ser enviada. Madre Cabrini insiste sobre la adhesión a la Voluntad de Dios y al desprendimiento de los propios esquemas y sobre todo al amor por el Reino de Dios. Invita continuamente a la escucha del Corazón de Jesús:

“Mirad, hijas, nosotras tenemos que fijarnos siempre en Él y de Él esperar la consigna, para correr a su señal en la dirección que su mente, iluminada por el divino espíritu, le señala como aquella que más rápidamente alcanza la dilatación del Reino de Dios sobre la tierra.”[1]

Este amor apasionado justifica las dificultades y hace suave la obediencia:

“Suene, suene tu voz, que yo entienda lo que Tú quieres de mí, que yo pueda encontrarte siempre para amarte, te conozca para imitarte, te ame para poseerte, te posea para gozarte. Tú quieres, mi Jesús, que yo te busque siempre con todo mi afecto, quieres que te encuentre, que te conozca, que te ame, que te glorifique, procurando con todas las fuerzas que de ti me vienen, servirte y honrarte si es posible por todos. Sí, Bondad infinita, me hiciste Misionera de tu Divino Corazón por pura misericordia, y yo lo debo hacer y lo haré mediante tu ayuda, que nunca me falta. Suene tu voz y yo me lanzaré hasta los últimos confines del mundo a hacer todo lo que Tú quieres, porque el sonido de tu voz obra los prodigios más maravillosos. En tu nombre, Señor, y encerrada en tu hermoso Corazón, yo lo puedo todo. Omnia possum in Eo qui me confortat.”[2]

La obediencia es una virtud estrechamente relacionada con el amor y, fuera de esta relación, puede ser un problema insoluble
En una carta escrita en 1907 sobre la aprobación definitiva de las Reglas, Madre Cabrini resume los puntos esenciales de la espiritualidad del Instituto y reserva a la obediencia una larga reflexión: 

“El amor más puro ha inspirado el sacrificio de Jesús, y amor es lo que quiere de la Misionera de su Divino Corazón, amor ardiente que no retroceda ante ningún sacrificio, amor fuerte que la empuje a la destrucción de sí misma.
La obediencia fue la virtud característica de Jesús y tiene que ser la de su Misionera. Amor y obediencia enlazadas, juntas por el santo nudo de la bella y querida sencillez, que trabaja sin creer que se sacrifica y no por esto se siente sacrificada, y teniendo los ojos y el corazón fijos en Dios, se olvida de sí, para no vivir más que en Dios y para Dios.
Hijas, el amor de Jesús para con nosotras ha sido probado a costa del sacrificio de sí mismo: -sea tal el nuestro- la voluntad de Jesús, o sea la santa obediencia y la gloria de Dios sean en el móvil de cada una de nuestras acciones, el arma potente con la que trabajamos para destruir nuestro amor propio y cuanto en nosotras se opone a hacernos dignas de ser las consoladoras de su Divino Corazón.”[3]

Y entonces el “espíritu” de obediencia deriva del Amor aquel al que aluden Madre Cabrini:

“Los nobles del mundo tienen sus escudos, en los cuales se recuerda su ilustre pasado o algún hecho glorioso; yo quisiera que en el escudo de la Misionera del Sagrado Corazón de Jesús estuvieran escritas claramente aquellas hermosas y verdaderamente gloriosas palabras que Jesús decía de sí mismo: “Ego quae placita sunt ei facio semper” (Hago siempre lo que le agrada a Él). ¡Obediencia, es una palabra revelada, es un rayo de luz viva que desciende sobre nosotras del Padre de las luces; es una manifestación de su divina voluntad! Dios hace lo que quiere de las almas obedientes: ellas son el gozo de su Dulcísimo Corazón. A las almas obedientes Dios les comunica de buen grado sus luces, las regala con sus dones y gracias; sobre ellas hace resplandecer los rayos de su rostro y las hace completamente dichosas de su suerte. Vosotras, hijas queridas, como Misioneras que sois, tenéis necesidad de haceros idóneas para ganar almas al Corazón de Jesús; pues bien, procurad conseguir el verdadero espíritu de obediencia, porque, por medio de tales almas, es como Jesús cumple en la tierra sus sublimes designios y grandes obras. Él goza estando con ellas y las guía con su sabiduría, las ilumina con su luz, las conforta con su gracia y las hace administradoras de todos sus bienes. Sí, hijas, quien es obediente a Jesús, consiguiendo su espíritu de obediencia, logra que todas las criaturas le sean igualmente obedientes, para conducirlas al Reino de Jesucristo.”[4]



[1] Cfr. “Epistolario”, Vol. 3°, Lett. n. 987
[2] Cfr. “Pensamientos y Propósitos”, pág. 174
[3] Cfr. “La Stella del Mattino”, pág. 170
[4] Cfr. “Entre una y otra ola”, pág. 492-493

El capítulo completo lo encuentran en la carpeta "Material" o haciendo clic aquí


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