Capítulo 6:
“Todo lo puedo en Aquél que me conforta”:
Perderse para encontrarse en Dios
La Santa dirige una especial atención a los
peligros del “desánimo” que amenazan a la persona seriamente comprometida en la
misión. El desánimo es una forma de depresión que puede surgir de diversos
factores. Madre Cabrini no toma en consideración los factores que derivan de la
enfermedad, para la cual busca dar consejos muy maternales y familiares,
también sabe que algunas enfermedades son somatizaciones de problemas más
profundos, de dificultades psicológicas que no fueron procesadas, de la
incapacidad de comprender y distinguir los orígenes. Desea que las Religiosas
se formen un carácter “sereno y alegre”, que luchen contra la melancolía, que
eviten pensar demasiado en sí mismas y no se alimenten de sentimientos
negativos. La preocupación más inherente a sus recomendaciones es el miedo a la
apatía, al enfriamiento progresivo de la fe, del fervor del espíritu, a la
pérdida del contacto directo con el ideal primitivo:
“No
debemos dormir, hijas, como la que está poseída por el terrible sueño de la
apatía. La vida de la verdadera Esposa de Jesús es un hechizo de belleza, es un
mar de alegría, es un sol de rayos resplandecientes, es un jardín esmaltado de
las flores más hermosas, pero cuando entra la carcoma del desánimo, toda la
belleza desaparece, las alegrías se extinguen para dar paso a la tristeza, al
tedio, al mareo; su claridad se empaña, sus flores se marchitan. La esposa de
Cristo golpeada por este sueño, no ve ya la nobleza de su vestidura y no pone
atención como antes, y he aquí, entonces, una vida que no dice nada, una vida
que no encuentra incentivos saludables, una vida que tal vez no está libre de
actos de arrepentimiento y de desesperación, donde nunca llegará el Espíritu de
Jesucristo que la custodiaría si se mantuviera con la vigilancia y el celo que
se requieren”.[1]
Alude a esto, instando a la confianza en el
Corazón Sagrado de Jesús, una confianza para mantenerlo como un arma contra
todas las tentaciones de la fatiga y el miedo. Las preocupaciones que puedan
surgir de un trabajo estresante, pueden ser combatidas con la confianza en
Dios:
“Mientras
tanto, trabajad mucho con el gran medio de la oración, tened gran fe en vuestro
amado Jesús y abandonaos siempre plenamente en su Corazón adorable, confiando
mucho; que, desconfiando de vosotras y confiando en Él, aun cuando seáis pobres
y débiles, podréis hacer grandes cosas. Omnia possum in Eo que me confortat”.[2]
Esta actitud debe repetirse siempre en las
diferentes situaciones:
“Por
cualquier dificultad que encuentre al ocuparme de los asuntos de la gloria de
Dios, no me desalentaré, sino que redoblaré la confianza pensando que es Jesús
quién lo hace todo y permite las dificultades para sellar sus obras. Las obras
de la gloria de Dios padecen violencia. Por consiguiente, no me extrañaría de
las contradicciones en las empresas, más bien las consideraría como buenas
señales. Por muchas contrariedades o violencias que yo sufra, la obra no
resultará de otro modo que según él beneplácito de su Divina Majestad”.[3]
[1] Cfr. La Stella del Mattino, pág. 86
[2] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 362
[3] Cfr. Pensamientos y propósitos, pág. 160