Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo
Codogno 2018
Codogno 2018
Capítulo 6:
“Todo lo puedo en Aquél que me conforta”:
Perderse para encontrarse en Dios
El miedo, los temores para asumir
responsabilidades, la incertidumbre en las decisiones, el miedo a perder la
estima de los demás, el fracaso, son todas situaciones que cada Misionera tiene
que saber superar para el bien propio y el de la misión que se le ha confiado.
La confianza en Dios, tan aconsejada por Madre Cabrini, no puede resolver todos
los problemas de nuestra personalidad, ésta debe pasar por una maduración
humana y afectiva que, sin subestimar sus límites, sepa situarse en los
acontecimientos sin perder el contacto con el propio “ser”. La experiencia de la propia nada, según la teología mística,
es el momento del encuentro más profundo con Dios, despojadas de cada una de
nuestras ilusiones y seguridades estamos más abiertas a la verdad y dispuestas
a renacer con Cristo en la fe:
“Tendré
gran confianza en la bondad infinita de mi Amado; trataré de perfeccionar cada
vez más mi total abandono en su divino y amado Corazón, pero siempre apoyada en
una gran desconfianza en mí misma”.[1]
La confianza incondicional en Dios es de
todos modos una conquista gradual que crece con el crecimiento del amor que puede
allanar todo tipo de dificultades. Madre Cabrini invita al valor, ya que
también para abandonarse al amor de Dios es necesaria la valentía de salir de
sí misma:
“Sed
generosas, no hagáis caso a los lamentos del yo, a los llantos del amor propio,
a las rebeliones de la naturaleza y de las inclinaciones: el alma generosa sale
valientemente de sí misma, se eleva sobre todas las miserias de esta tierra y vuela,
vuela siempre como paloma, cada vez más arriba hasta que se para y descansa
sólo en Dios. Ánimo, hijas queridas, la palmera de la victoria se da al
vencedor, a quien ha sabido triunfar, firme, constante, inamovible en aquel
lugar donde Dios lo ha colocado. Valor, adelante: ¡Omnia possum in Eo qui me
confortat! El alma generosa desconfía totalmente de sí, pero confía plenamente
en Dios y, fuerte en la fortaleza de su Amado, nada teme, nada le asusta, sobrepasa
los obstáculos, vence las dificultades, nada reserva para sí misma, triunfa en
sus naturales repugnancias, abraza con amor generoso el padecer y las ocasiones
que el Amado le presenta de humillaciones y de desprecios de sí misma. Y en
aquellos momentos en que todo parece acabado para ella, levanta la mirada a su
Esposo y grita con fe, con confianza, con valiente amor: Omnia possum in Eo qui
me confortat. Repetid frecuentemente este lema propio de la Misionera; repetidlo
muchas veces durante el día, repetidlo especialmente en los momentos más
difíciles, de dificultad y de prueba. No os falte nunca la confianza en Dios; éste
sería el más grave delito que podríais cometer. No hay defecto que más disguste
y amargue al Corazón amable de Jesús que la falta de confianza y fe en Él. Sed,
por lo tanto, generosas y fuertes pero sencillas, humildes, ocultas e
íntimamente unidas a Dios, orad, orad mucho, orad de corazón. La oración confiada
y ferviente obtiene todo. Necesitamos gracias, grandes gracias, grandes ayudas,
mis hijas queridas”.[2]
El renacer del corazón que vive en la
confianza en Dios, viene de la gracia y nos hace “ver” con la luz de Dios: (“en
tu luz vemos la luz”)[3]. Santa Francisca Cabrini
se refiere a este momento de gracia cuando advierte:
“El
poder de Dios se manifiesta de ordinario en los corazones humildes y pobres de
espíritu, y Él se sirve de los débiles para confundir a los sabios engreídos y
a los fuertes que confían en su fortaleza”.[4]
Y pone como ejemplo vivo, luminoso y simple
a la Virgen de las Gracias que define como Madre y Maestra de las Misioneras
del Sagrado Corazón.
[1] Cfr. Pensamientos y propósitos, pág. 113
[2] Cfr. Epistolario, Vol 3°, Lett. n. 1192
[3] Cfr. Salmo 36,10
[4] Cfr. Pensamientos y propósitos, pág. 126