jueves, 16 de julio de 2020

"Todo lo puedo en Aquel que me conforta" (8va parte)



Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo
Codogno 2018




Capítulo 6:
“Todo lo puedo en Aquél que me conforta”:
Perderse para encontrarse en Dios




Al mismo tiempo comprende que es necesario sostener a quien se encuentra en dificultades y ésta es una ocasión para aumentar el deseo del amor de Dios en las personas:

“Yo también, bajo el nombre de Misionera, debo imitar a Cristo y sus Apóstoles, derramando sal sobre todos los corazones que me circunda y sobre todo el que se me acerque, con las palabras y con los buenos ejemplos, tomando ocasión de todo para edificar. Sal de la sabiduría y gracia de Dios, desciende a purificarme por la bondad de vuestro Corazón Divino, para que pueda de verdad ayudar a los demás a purificarse, y para que todos adquieran esa paz celestial y unión de amor con vos, Dios mío, que vos podáis deleitaros en todos”.[1]

De esta manera, Madre Cabrini parece escuchar la exhortación de San Pablo: “animad a los apocados, sostened a los débiles y sed pacientes con todos” (cfr. 1Tes 5,14) convencida de que sólo en la comprensión mutua puede madurar la confianza en Dios.
No es casualidad que Madre Cabrini exhortara siempre a sus Misioneras a la humildad, a la sencillez, al ejercicio de la obediencia y de la caridad, porque esta escuela bastante enérgica, abre la puerta al abandono en Dios que es fuente de tantas consolaciones interiores y también de tranquilidad en los sufrimientos.
Durante la Primera Guerra Mundial Madre Cabrini insiste en sus cartas sobre su preocupación por las diversas casas del Instituto en peligro, pero aún en estas circunstancias desea que la confianza en Dios no disminuya. Escribe a las Hermanas para tranquilizarlas:

“No os preocupéis, porque la Providencia que siempre me ha rodeado en miles y diferentes dificultades, me rodeara también en estas circunstancias. Estamos en las manos de Dios, abandonémonos en Él, que siempre nos defenderá. Yo no tengo miedo ni por mí, ni por las demás Religiosas. Naturalmente pensaré en adoptar las medidas necesarias, como siempre he recomendado a todas las casas, pero después de todo, la ayuda vendrá de lo alto con toda certeza y seguridad también en este desmesurado azote. Estad tranquilas por mí y vivid seguras”.[2]

En el exigente y difícil camino de la santidad, en las fatigas de la evangelización, Madre Cabrini propone una forma sencilla de abandono en Dios, de confianza en La Providencia, en la oración y en el amor siempre vivo de la propia vocación. No descuida la ayuda que puede venir de la Comunidad Religiosa, de las Superioras, de las hermanas que viven la propia vocación.
De la Comunidad esperaba que la atmósfera familiar podía ser realmente de gran ayuda:

“Estad siempre unidas como una sola alma; sed profundamente humildes; haced porfía por quien se baja más. Tened gran caridad entre vosotras y con todas las Hermanas, especialmente con las más difíciles. No soportéis durante largo tiempo una cara triste, un alma afligida, aunque sea por un asunto de su amor propio, pero ahora, una u otra, dependiendo de las circunstancias y en pleno acuerdo, id tras esas pobres criaturas y buscad cómo corregir el carácter desagradable induciéndolas a humillarse y a sacrificar sus fantasías que ellas creen como cosas reales. Esta caridad usadla siempre, y será precisamente ésta la que inclinará a vuestro favor al Divino Corazón de Jesús”.[3]



[1] Cfr. Pensamientos y propósitos, pág. 123
[2] Cfr. Epistolario, Vol 5°, Lett. n. 1989
[3] Cfr. Epistolario, Vol 2°, Lett. n. 478

El capítulo completo lo encuentran en la carpeta "Material" o haciendo clic aquí.




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