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viernes, 28 de mayo de 2021
jueves, 27 de mayo de 2021
Hna. Virginia - Episodio 3: Entre dos mundos (5ta parte)
Para Virginia el tiempo era siempre escaso y el ocio o el descanso, una pérdida.
"Ya habrá tiempo de descansar en el Paraíso”.
Eso respondía siempre
que alguien le decía que la veía exhausta o que tenía que tomarse un tiempo de
reposo.
Y ya lo decía la Madre:
"Trabajemos hijas, trabajemos mucho que es una pena que haya una Misionera que ame el descanso aunque sea un poco. El lugar de descanso de la Misionera está reservado en el Paraíso, no en la tierra. Sería una desgracia que la Misionera se tomase un descanso en la tierra". (Carta 747, Bue nos Aires, 24/2/1896, pág.605, Tomo 2).
Al pie de las
responsabilidades asumidas, haciéndose cargo de cada detalle y conociendo a
cada persona, cada familia, cada necesidad, llegaba al barrio apenas empezado
el día. Sabía quiénes eran los padres que salían a trabajar y dejaban durmiendo
a sus hijos. Virginia entraba a las viviendas, los despertaba, incitaba a los
hermanos mayores a ocuparse de los más chicos y los esperaba en la escuela
controlando estrictamente la asistencia y recurriendo a una fuerte reprimenda
para con quienes no cumplieran.
No era distinta con
los adultos. Con los varones que bebían o eran golpeadores con sus hijos y con
las mujeres, se plantaba y los exhortaba imponiendo siempre respeto. ¡Gastar
dinero en bebidas cuando la casilla tiene piso de tierra y techo de cartón y
los chicos andan descalzos! Hacía falta mano fuerte, carácter inflexible y un
seguimiento estricto para que, aunque fuera lento el resultado, la misión
progresara, la gente fuera entendiendo que merecía una vida digna y de ejemplo
para los menores.
jueves, 20 de mayo de 2021
Hna. Virginia - Episodio 3: Entre dos mundos (4ta parte)
Tal vez sin saberlo,
su misión tenía dos puntas: Villa Amelia, con la vida cotidiana de los
marginados, hambrientos y desamparados, y por otro, la Comunidad. En el caso de
la Comunidad, no por desidia de las hermanas, pero la realidad de un Colegio de
clase media alta en los primeros tiempos, y una vez jubilada, Regina Coeli,
casa de ancianas dedicadas a la oración, no permitía ver siempre con claridad y
tan en directo lo que pasaba en otros ámbitos. Si bien las hermanas, sobre todo
las ancianas, tejían y acondicionaban ropa que llegaba como donación para la
misión, no alcanzaban a dimensionar la crudeza con la que la Hermana Virginia
se encontraba a diario.
Tampoco llegaban a comprender totalmente que partiera, en pleno invierno, sin que el día hubiera clareado aún, casi sin abrigo y en alpargatas. Nunca un saco grueso arriba del hábito. Solamente la camisa. Las bolsas cargadas con pan o algo de comida y fruta del día anterior de la que ella misma se privaba para repartirlo al día siguiente; sus cosas acumuladas durante la semana para ponerlas en condiciones y llevarlas a la escuela para que sus chicos le dieran uso. Era muy común verla en las horas de recreo comunitario los fines de semana, ayudada por otras hermanas, restaurar restos de cuadernos, sacarle punta a lápices comunes y de colores, poner en condiciones tapas de carpetas y recuperar hojas para usar, aunque sea en el reverso. Nada se desperdiciaba. Ella misma se privaba de usar hojas o libretas como las demás hermanas para escribir sus propósitos. Usaba lo que encontraba a punto de ser desechado y allí escribía.
Aquí, la prueba más
que clara de la austeridad que Virginia se imponía a sí misma para darle a los
suyos lo que estaba en mejores condiciones…
jueves, 13 de mayo de 2021
Hna. Virginia - Episodio 3: Entre dos mundos (3ra parte)
La Hermana Virginia era consciente de sus reacciones apasionadas y sabía también, que cuando daba rienda suelta a lo que le provocaba aquello que veía y sufría afuera, podía herir. Por eso, sus propósitos se centraban con frecuencia en ese aspecto. En julio de 1977 escribió en su libreta:
"Procuraré evitar en lo posible los gestos de mal modo o de impaciencia. Jesús, mi Maestro, que pueda darme cuenta para evitarlos".
Y más adelante:
"Siempre que sea lícito, de acuerdo al Evangelio,
procuraré callar evitando de este modo discusiones, impaciencias y ruptura de
la paz". "Repetiré muchas veces (de 10 a 20 veces), por la noche,
antes de acostarme y por la mañana, antes de levantarme: nada ni nadie podrá en
este día turbar mi calma y mi paz".
Pero sus convicciones eran inamovibles y su relación cotidiana con la miseria injusta que padecía su gente, la reafirmaban en la lógica a seguir:
"No avalemos las injusticias con nuestro silencio".
El 1 de enero de 1988 se proponía:
"Seré siempre sincera, no faltaré a la verdad con mis hermanas (...) Nunca dejaré de decir la verdad por faltar a la caridad. Se puede insertar la vedad con la caridad. La verdad que diga a mi hermana o a mi prójimo no debe ser como una bofetada, sino como una caricia. Seré, con la gracia de Dios, auténtica, sincera y leal con los que me rodean".
Pero, además:
"En este día de retiro prometo, con tu ayuda y
gracia, frenar gestos y palabras de impaciencia, imitando tu mansedumbre y tu
paciencia".
Y de su propio puño y
letra:
jueves, 6 de mayo de 2021
Hna. Virginia - Episodio 3: Entre dos mundos (2da parte)
Hay un testimonio que
hace patente la reacción de Virginia cuando comenzó la guerra con los ingleses,
en 1982, por la recuperación de las islas Malvinas. Una exalumna del Colegio
Santa Rosa Caballito era la esposa del que en ese momento, por la dictadura
militar, era presidente del país, el General Galtieri. Esta señora visitaba con
frecuencia a las hermanas que la habían visto crecer desde la primera infancia
y le tenían mucho afecto.
Antes de que la que
desde el comienzo fuera una lucha desigual, el general dictador llamó
telefónicamente a una de las hermanas, la más conocida y querida por su esposa,
y le pidió que rezara porque iba a emprender algo muy complicado e importante
para la patria. La persona que dio testimonio de esto cuenta que:
"La comunidad
seguía atentamente y con entusiasmo aquello que los noticieros televisivos
transmitían con respecto a los combates y a las ventajas del Ejército Argentino
en esa guerra que, mintiendo arteramente, el general Galtieri daba por ganada
desde los balcones de la casa de gobierno. Las hermanas, en su inocencia, se
alegraban por los presuntos resultados y seguían rezando por lo que el dictador
les había pedido. Virginia volvía de la calle, de la misión, en esta época ya
estaba jubilada y se iba por la mañana y regresaba por la noche. Ella veía en
La Salada como las familias sufrían porque se habían llevado al combate a
adolescentes, chicos que habían sido sus alumnos también, e iban a una guerra
sin saber manejar un arma. Conocía la realidad de primera mano. Sabía, además,
que el armamento del Ejército Argentino era totalmente obsoleto y no existía la
más remota posibilidad de hacer frente al ejército inglés de igual a igual. Esa
guerra era inútil. Estaba perdida antes de comenzar y la rebeló ver a sus
hermanas creyendo y rezando por una mentira y, además, por algo que era una
injusticia. Y finalmente no pudo más. Con voz potente e indignada, en pleno
laboriero, les dijo a las hermanas que no siguieran creyendo semejante
canallada, que todo era una falsedad y que no se daban una idea de aquello que
una locura de este dictador delirante estaba provocando. Les pidió, indignada y
quebrada por el llanto, que no malgastaran la oración y que, por favor, vieran
la realidad. Cientos de muchachos casi indefensos, estaban muriendo, si no era
por las bombas y las balas inglesas, era de frío y de hambre. Estaban dando la
vida por la locura de un borracho fanático que engañaba a todo el país diciendo
que la guerra estaba siendo ganada. Dolida, seguramente, por haber hablado tan
duramente a la comunidad y por albergar en su corazón el sufrimiento que
recogía de las familias del barrio que perdían a sus hijos, salió al jardín en
plena oscuridad y no volvió a entrar hasta la noche cerrada".