EN LOS SANTOS EJERCICIOS
De septiembre de 1897 (Tercera parte)
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La verdadera paz celestial consiste en el cumplimiento perfecto de la voluntad
de Dios, sin buscar ni desear otra cosa. Sonet
vox tua. Suene, suene, oh Jesús dulcísimo, tu voz, que constituye el
encanto de mi alma, y te seguiré entonces con la mayor perfección posible, sin
fatiga, pues el sonido de tu voz produce por sí mismo el milagro en mi alma y
la mueve suavemente hacia Ti. Oh Jesús, Jesús, Jesús, qué entrañable y amable
eres. Te amo mucho, mucho, mucho.
El alma que es verdaderamente humilde y santamente indiferente, como no
se aflige en las contrariedades, en las humillaciones, en los desprecios, en el
olvido, sino que goza en ellos, sintiéndose así más cerca del adorado Bien de
su alma, disfruta de una paz imperturbable.
Suene, suene tu voz, que yo comprenda lo que Tú me das, que yo pueda
encontrarte siempre para amarte, te ame para poseerte, te posea para gozarte.
Tú quieres, Jesús mío, que yo te busque siempre con todo mi afecto, quieres que
te encuentre, que te conozca, que te ame, que te glorifique, procurando con
todas las fuerzas que de Ti me vienen hacerte servir y honrar a ser posible por
todos. Sí, Bondad infinita, me hiciste Misionera de tu Divino Corazón por pura
misericordia, y yo lo debo hacer y lo haré mediante tu ayuda, que nunca me
falta. Suene tu voz y yo me lanzaré hasta los últimos confines del mundo a
hacer todo lo que Tú quieres, porque el sonido de tu voz obra los prodigios más
maravillosos. En tu nombre, Señor, y encerrada en tu hermoso Corazón, lo puedo
todo. Omnia possum in Eo qui me confortat.
La paz verdaderamente suprasensible, la paz que
produce el gozo del Espíritu Santo, es aquella que proviene de la ordenada
disposición de nuestra alma. Jesús, por su parte, no ha faltado… Ordinavit in me caritatem. Si, mi Jesús
ordenó en mí la caridad hacia Dios y hacia el prójimo, y ay de mí el día en que
yo la desordenase. Debo estar ordenada hacia Dios, dándole todo el honor que de
mí exige, amándole con todo el afecto, con todo el impulso de mi corazón, sin
dar ni siquiera una partecilla de mi afecto a las criaturas ni de mi ternura,
que debe ser toda para el Amado de mi alma.