El hermoso día de San Miguel de
1902 (Tercera parte)
MI RETIRO ESPIRITUAL EN CODOGNO
Beati mortui qui
in Domino moriuntur. ¿Cuándo moriré yo? Yo no lo
sé, pero mi querido Jesús lo sabe y yo gozo con que me sea oculto el tiempo y
que venga cuando a Él le plazca.
¿Cómo moriré yo? No lo sé, seguro que como Dios
quiera. Me gusta mucho la muerte de San Francisco Javier, en el perfecto
abandono de todo socorro humano, sólo con Jesús; quiero, no obstante, lo que
Dios quiera de mí y me abandono con la mayor perfección posible a mi miseria, en
el Corazón dulcísimo de mi Jesús.
¿Será mejor una vida larga o una vida breve? Ni una ni
otra, pues cuanto quiere Dios será mejor para mí. Basta con que yo viva como si
cada día, a cada hora, tuviese que morir. Bello es el morir, para no correr ya
más el peligro de ofender a Dios, de faltar a la fidelidad al Amor. Bello es el
vivir para poder glorificar a Jesús, sufrir y sacrificarse para consolar al Corazón
sacratísimo de Jesús, para conducir almas hacia Él, para imitar la vida
santísima de Jesús entre los míseros mortales, para conducirles cual herencia
dejada al Eterno Dios por una feliz eternidad. Pero, sobre todo, es bella la
cara, amable, adorable voluntad de Dios; morir cuándo, cómo y dónde le plazca.
Si pudiese cumplir un deseo, Santa Teresa vendría a la
tierra para lograr los méritos que pueden hacerse en el espacio de un Avemaría.
Quiero vivir como si estuviese ya muerta, en el
perfecto desapego de toda cosa creada. Servir a Dios lo mejor que pueda,
servirlo en unión con mi querido Jesús, no haciendo nada por mí, sino todo con Él
y por Él y en Él. Si hago el bien, será mi Jesús quien lo haga en mí; si el mal,
será toda culpa mía. Yo confío en Ti, ¡oh mi querido Jesús! Líbrame de todo mal
y mantenme fiel a tu Divino Corazón. Te amo, ¡oh Jesús!, te amo mucho. No sé si
es verdad, pero yo me deleito en repetir: te amo y te quiero amar siempre más
mediante tu santísima gracia, con la cual tu misericordia espero que no
disminuya jamás.
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