El hermoso día de San Miguel de
1902 (Segunda parte)
MI RETIRO ESPIRITUAL EN CODOGNO
Soy pecadora y peor que todos los grandes pecadores
del mundo… Lo siento vivamente y lo repito sin temor a exagerar, porque si los
más grandes pecadores, mis amadísimos hermanos, hubiesen tenido los dones y las
gracias que Tú, ¡oh Jesús amantísimo!, por la sola bondad de tu Divino Corazón,
me has concedido generosamente y misericordiosamente, serían ya santos,
mientras que yo me encuentro todavía miserable, enteramente miserable, privada
de toda virtud y sólo con un fondo de buena voluntad, que, eso sí, reconozco
como un don de tu inmensa bondad. Deseo grandemente la perfección para
complacerte, pero mis grandes miserias me impiden llegar a las cimas a las que
la bondad de tu Divino Corazón me hace aspirar.
Mi salud es incierta, el Paraíso no es seguro, pero
esta incertidumbre, ¡oh mi querido Jesús!, me hace bien y parece que inunda mi
alma con una nueva alegría, porque me pone en la feliz condición de amarte y
servirte filialmente, no servilmente. Sí, ¡oh mi Jesús, mi Bien!, gracias por
amarte con todo el corazón y por servirte con gran fidelidad en esta vida, y
que al final pueda ser un granito de arena que sirva al edificio, al monumento
de tu gloria por toda la eternidad. Servirte a Ti, amarte a Ti, glorificarte a
Ti, este es y quiero que sea siempre el único móvil de toda la vida mía, vivir
plenamente abandonada en Ti. ¡Oh Jesús mío amantísimo!, yo soy tu herencia. Sé
que amas tu herencia; haz, pues, de mí lo que Tú quieras, yo no quiero ya
pensar más en mí…
Sólo quiero pensar en Ti… y en cuanto a mí…, toda abandonada en Ti,
en tu adorable y dulce Corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario