Es
preciso entender prácticamente y no especulativamente que las tribulaciones son
para las Religiosas como un segundo noviciado. El primero sirvió para la
profesión, el segundo sirve para el cielo.
Cuántas
Religiosas serían santas si hubieran sabido merecer una mayor participación en
la cruz de Cristo, porque nuestras almas son como la tierra, que para hacerse
fecunda tiene necesidad de que el hierro del agricultor le desgarre las
entrañas.
No
sabiendo dar buena acogida a las cruces que Dios manda, se desmerece la bella y
preciosa gracia de ofrecerle mayores sacrificios y de tener parte entre las
almas fuertes y generosas.
La
tribulación soportada con amor confiere al alma paciente el privilegio más
deseable, que es el detener a su Dios más próximo que aquellos que no sufren.
Si
sufrimos con amor, Él está en nosotros con especial predilección y con la
amorosa preocupación de un tiernísimo Padre.
Omnia possum in Eo qui me confortat.
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