jueves, 9 de mayo de 2019

100 años de Misión Cabriniana




 100 años de Misión:
Continuidad carismática y transformación profética
Sr. María Barbagallo, MSC

Hace cien años, cuando la Madre Francisca Cabrini dejaba esta tierra, el mundo entero estaba entrando en un período de profunda transformación que habían provocado, por un lado, las grandes convulsiones dramáticas del nuevo siglo y, por otro, los profundos cambios sociales y culturales que vivimos ahora, desde lo filosófico-antropológico, a lo económico-estructural, a lo religioso-eclesial, moral y espiritual, y así sucesivamente.
El Instituto de las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús vivió plenamente este tiempo. Aunque no tenía muchos miembros, sin embargo, era una realidad internacional con obras institucionalmente muy complejas, confiadas a unas pocas miles de Misioneras que tendrían que continuar y garantizar la eficacia y eficiencia de la gestión y, al mismo tiempo, desarrollar la fuerza evangelizadora que debía dar sentido a su trabajo.
La Madre Francisca Cabrini había fundado 67 obras, cada una de las cuales debía cumplir varias funciones: una Escuela con todos los recursos de primaria y secundaria, orfanato, internado, obras parroquiales de pastoral ordinaria y extraordinaria, oratorio y muchas otras actividades que las Hermanas desarrollaban en poco tiempo. Baste citar estas pocas líneas de una de las “Memorias” de Nueva Orleans:
Abiertas las escuelas e iniciado el orfanato, las Hermanas se dedicaron desde el principio a todo tipo de servicios solicitados por las necesidades de tantas almas que esperaban su ayuda y consuelo. Así surgió el oratorio festivo para las jóvenes, que se dividieron en las diversas asociaciones de Hijas de María, de Luisas, de Ángeles, mientras que las más pequeñas se pusieron bajo la protección del Niño Jesús. Se atendió también a las madres cristianas para las cuales se fundó una Sociedad bajo el título del Rosario.”



Al crecer un poco la Comunidad, algunas Hermanas fueron destinadas a visitar a los enfermos en los hospitales y en sus domicilios, a visitar a los presos, a las familias y a pequeñas misiones en el campo. Y aquí empieza lo que puede llamarse la edad de oro de la Misión. En 1897 la Madre, que estaba en Nueva York destinando a Nueva Orleans a unas Hermanas, les dijo: “Os envío a una de las más bonitas misiones del Instituto, una de las que más valoro”.
La inteligencia pastoral de Madre Cabrini supo comprender la “modernidad” de la que habla muy bien Lucetta Scaraffia, dando a las obras más complejas, como los hospitales, el enfoque organizativo que había aprendido en los Estados Unidos, impulsada por el deseo de presentar las obras no sólo eficientes, sino también hermosas.


Supo crear una sinergia de trabajo con diversas funciones interdependientes entre ellas, guiados por un proyecto y un objetivo común, “la gloria de Dios y la salvación de las almas”. (Así se lee en las Reglas). La maduración de su estilo, que debía ser familiar y acogedor, eficiente y sereno, organizado y estéticamente agradable, estaba, sin embargo, todavía en construcción. Debía afrontar en primer lugar la lucha por la supervivencia, los conflictos creados por los muchos prejuicios en contra de las obras para los emigrantes italianos, la fragilidad de las Hermanas dirigentes que a menudo entraban en crisis ante situaciones tan complejas. Mientras, los tiempos cambiaban vertiginosamente. Y cuando la Madre Cabrini falleció, se sintió dramáticamente el vacío de su liderazgo. Muchas cosas estaban en sus inicios, otras por la mitad, en otras se necesitaban intervenciones radicales.



Sin embargo en ese momento, después de las reparaciones urgentes de la Primera Guerra Mundial, reparaciones no sólo materiales, sino también morales y psicológicas (en Europa no había una familia que no tuviese que llorar por algún muerto en la guerra o en los bombardeos), después del shock inicial, surgió un nuevo liderazgo: los colaboradores de Madre Cabrini y otras Misioneras que habían recibido su ejemplo, que habían luchado y sufrido con ella durante 37 años, se secaron rápidamente las lágrimas y se colocaron en primera fila para renovar, reconstruir, cambiar. En una carta de febrero de 1918, Madre Giuseppina Lombardi, Responsable Provincial de los Estados Unidos, dijo:
“... ¿Y ahora qué? ¿Tendremos que abandonarnos a estos tristes pensamientos y, como si fuéramos gente de poca fe, caminar a ras de la tierra? ¡Sursum Corda! Reaccionemos y, mirando al Cielo donde esperamos que nuestra Madre esté glorificada, enjuaguemos nuestras lágrimas y consolémonos por ser hijas de tal Madre… … su espíritu ahora puede surcar el espacio, puede llegar a todas las casas, … puede ayudarnos según nuestras necesidades...”.
Era como decir: ahora a remangarse. Y así sucedió.

Después del laborioso nombramiento de la Nueva Madre General, Madre Antonieta Della Casa, la cual tenía muchas dudas para aceptar la difícil tarea de continuar la obra de la Madre Cabrini, todo empezó a caminar. Todo fue reconstruido, ampliado y modernizado. Se realizaron proyectos que la Madre Cabrini había dejado sobre la mesa para los orfanatos, los hospitales y las escuelas. Entre 1920 y 1940, más de 100 obras se renovaron totalmente y se impulsaron con nueva actividad misionera. Además, las Misioneras del Sagrado Corazón respondieron a las nuevas llamadas: la misión creció extraordinariamente.
El deseo de realizar el sueño juvenil de Madre Cabrini, de ir de misionera a China, fue la primera misión importante que se realizó después de su muerte. El 18 de septiembre de 1926, 6 Misioneras -dos estadounidenses, tres italianas y una argentina- a bordo del barco Mc Kinley zarparon del puerto de Seattle a China. La misión en China implicó a todo el Instituto de las Misioneras por el interés, la alegría, el deseo de saber cómo iba a ir esa aventura. Las Misioneras que se turnaron durante los 25 años transcurridos en las cinco fundaciones chinas, con dificultades y heroísmo, fueron 35. Entre ellas cerca de 20 hermanas de nacionalidad china fueron el regalo más grande que recibió la Congregación de las Misioneras del Sagrado Corazón.


El mismo período estuvo dedicado a la recogida de la documentación de Madre Cabrini, que serviría para declararla Sierva de Dios.
El interés de toda la Congregación por la fundadora despertó también un fervor vocacional al que contribuyeron de manera inequívoca la Beatificación (1938) y Canonización (1946) de Madre Cabrini
Cada Comunidad Misionera con cada Obra y Misión, los colaboradores laicos y amigos, alumnos y gente del pueblo, fueron los principales promotores de los procesos de Beatificación, enviando a Roma miles de testimonios y documentos. La nueva Casa Madre de Via Ulisse Aldrovandi en Roma, inaugurada en 1925, aún gozaba de la lúcida guía de la Madre Gesuina Diotti, la figura más significativa después de la muerte de la fundadora. Pero el trabajo cultural, la organización y la verificación de los datos sobre Madre Cabrini y la primera biografía fueron obra de la extraordinaria Madre Saverio De María. Junto con un grupo de otras Madres excelentes, se analizó, se certificó, se codifico y ordenó rigurosamente todo para facilitar el trabajo del Postulador de la Causa de la Congregación de los Santos en el Vaticano. Fueron momentos de gran comunión internacional entre las misioneras y las personas que frecuentaban las obras de Madre Cabrini.
También fue un momento de gran consuelo y apoyo en la inmensa tragedia de la Segunda Guerra Mundial que obligó a las Hermanas y a las misiones de Italia, Inglaterra y Francia, a afrontar las penalidades de los bombardeos, la carrera por los refugios de cientos de niñas huérfanas que salvar, para albergar a los heridos y huérfanos de guerra, teniendo que inventar a diario nuevos trucos para sobrevivir. Así escriben las Hermanas en una de las Memorias de Londres:
“Después de haber abierto las puertas a los ‘sin techo’ como parte de nuestra contribución a la guerra, nos han asegurado que las casas permanecerán en nuestras manos porque el gobierno confiscó las casas vacías para la gente que no tiene vivienda. Ahora los bombardeos aéreos y los daños son continuos. Hemos superado muchos peligros y no hemos tenido tiempo de pensar, vivimos dos días en uno porque durante la noche no podemos dormir, tenemos que vigilar para  evitar incendios, cuidar a los que viven con nosotras y a los vecinos que vienen a refugiarse por la tarde y luego, durante el día, hay que reparar los daños del ataque de la noche anterior, ventanas y puertas, seguras siempre de que nada más terminar las reparaciones, nuevos daños nos obligarían a añadir una vez más otra cosa nueva” (1940).


La Beatificación de Madre Cabrini fue entonces una gracia que acompañó el sufrimiento de toda la Congregación y, sobre todo, los tristes acontecimientos que perturbaban la Misión en China, provocados por las guerras, las expulsiones y los saqueos.


 El Ministro de Exteriores italiano, en noviembre de 1937, envió un telegrama a la Madre General, Madre Antonieta Della Casa a Roma: “... Siento tener que comunicarle que la residencia de las Hermanas de la Misión de Kashing ha sido incendiada y todo… se ha destruido…” Sin embargo, las Misioneras continuaron en la Misión hasta la expulsión que tuvo lugar definitivamente en 1951, dejando en el cementerio de Shanghai a cinco Misioneras del Sagrado Corazón, muertas por enfermedades y privaciones.
No menos dramática fue la guerra civil de España, durante la cual fueron incendiadas tanto las obras de Madrid como la de Bilbao; se expulsó a las Hermanas italianas y se encarceló a las Hermanas españolas. Uno de los muchos testimonios cuenta:
“El día 24 de julio (1936), un amigo del Instituto llamó por teléfono y nos aconsejó salir de la casa y la Embajada italiana nos instó a hacer lo mismo. ¡Qué doloroso dejar la casa en la que se había trabajado tanto y en la que habíamos pasado tantos años en el servicio del Señor! ¡Qué impacto nos produjo tener que quitarnos los hábitos sagrados que vestíamos para usar ropa secular! La comunidad se dividió. Las nueve Hermanas italianas se refugiaron en la Embajada y la Rev. Madre Directora, después de consumir entre lágrimas y sollozos las sagradas hostias, con las otras cinco Hermanas de nacionalidad española, buscó refugio con familiares de una Hermana nuestra para comenzar el viaje doloroso del Calvario que no se sabía dónde la llevaría, tal vez a la Cruz”.
Las Misioneras de nacionalidad española comienzan así la historia de su captura:
“... en la noche del 1 de agosto de 1936, se le permitió a nuestra Superiora partir con nueve Hermanas de la prisión porque la Embajada italiana volvía a llamarlas con el fin de repatriarlas. Con el corazón roto nos despedimos y cuatro de nosotras nos quedamos en la cárcel de Madrid. Éramos tres españolas: Madre Antoniette (su nombre seglar, Elisa Echave), Madre Andreina (Joaquina Pérez), Madre Dolores (Pillar Valle) y una argentina, Madre Matilde (María del Carmen Lagomarsino). Confiadas en el Sagrado Corazón y resignadas a sufrir todo por su Santísimo Nombre, nos quedamos las cuatro juntas en nuestra celda…”
La alegría de la inminente Canonización de la Madre Cabrini que tuvo lugar después, el 7 de julio de 1946, estuvo ensombrecida por la muerte de la primera generación de Misioneras que, en las diversas zonas del Instituto, habían apoyado la continuidad carismática, el alma de la inmensa obra misionera de las Hermanas.
Había desaparecido en Roma la gran figura de Madre Gesuina Diotti en 1941, sin duda, un faro al que todos miraban; Madre Gesuina Passerini había muerto en 1919; Madre Agostina Moscheni, en 1927; la Madre Maddalena Savaré, en 1928; Madre Giuseppina Lombardi, la gran misionera de los Estados Unidos, en 1934; Madre Virginia Zanoncelli, en Argentina en 1938; Madre Saverio de María, en 1945 sin poder ver la Canonización de la Madre Cabrini. Y después, muchas Misioneras excelentes como la Madre Grazia Alice, Madre Domenica Bianchi, la pionera de la Misión de China, Madre Luigina Michelini, Madre Andreina Bini, Madre Augusta Rocchi. Madre Rosario Marchesi, responsable de Brasil, murió muy anciana en 1967 en Roma, cuando el Instituto de las Misioneras entraba en una nueva fase que ella estaba intentando afrontar serenamente.
No sólo desaparecieron las Misioneras que habían conducido las obras y las misiones, sino también las que no habían tenido roles de dirección. Las primeras 200/300 Misioneras que habían visto realmente el comienzo de la aventura de Madre Cabrini, habían dado su vida para mantener encendida la llama que el tiempo, las dificultades y las enfermedades, pudieran debilitar.
Dejaron el campo bastante organizado institucionalmente, con muchas más obras, en las que la segunda generación de Misioneras gastó todos sus recursos físicos, intelectuales y espirituales. Gracias a las nuevas Misioneras locales, especialmente en los Estados Unidos y en América del Sur, la llama se reavivó con nuevos métodos pastorales y nuevas reorganizaciones y un esfuerzo mayor por inculcar el Carisma.


En 1948 partieron para Australia diez Misioneras al enterarse de que otras Hermanas no iban a continuar con un hospital que estaba bastante dañado. Los sacrificios de esas Hermanas fueron enormes y no faltaron las humillaciones por el prejuicio habitual de ser Hermanas de una congregación italiana. La tercera Superiora General, la madre Valentina Colombo, experta en hospitales construyó uno completamente nuevo. Del primer período de este hospital, hoy mucho más grande y también muy eficiente, incluso desde un punto de vista pastoral, tenemos un interesante testimonio en una carta escrita en 1951 por un sacerdote irlandés, encargado por la diócesis de visitar la obra de las Religiosas italianas y más tarde hospitalizado allí:
“Estas Buenas Hermanas, excelentes Misioneras, ofrecen a Dios con generosidad, mejor aún, con alegría, el sacrificio de su duro trabajo y el exilio voluntario de su patria. En el hospital hay cerca de 50 camas siempre ocupadas, porque en el Estado de Victoria, del que Melbourne es la capital, escasean los hospitales; todos los días se hacen seis o siete operaciones en la única sala de operaciones. En tres años las Hermanas han atendido a más de tres mil pacientes. Y estos pobres ¿quiénes son? Son sacerdotes, religiosos y religiosas, son hombres y mujeres, son niños, son católicos y protestantes e incluso no bautizados.
Entre los enfermos de S. Benedetto, yo mismo hablé con judíos, anglicanos, metodistas; encontré gente de todas las nacionalidades: australianos, italianos, ingleses, irlandeses, alemanes, polacos, croatas, húngaros, etc.
Hace unos meses estuve en el hospital como enfermo y experimenté la bondad de sus buenas Hermanas; mientras permanecí allí, visité a otros pacientes y, entre ellos, encontré a muchos protestantes; les pregunté qué pensaban de las Hermanas católicas, de las Hermanas italianas, todos me respondieron unánimemente: ‘Las Hermanas son verdaderos ángeles’. Algunos añadieron que las Hermanas dan un magnífico ejemplo de caridad cristiana, al haber dejado su tierra natal para venir a un país extranjero a cuidar a extranjeros, no católicos, con tanta bondad”.


Sin embargo, aunque de las funciones más difíciles se ocupaban grandes figuras de corresponsables laicos, se advertía que, al gestionar las grandes obras -cada vez más complejas para adaptarlas a las nuevas reglas que la sociedad industrial imponía-, se corría el riesgo de sacrificar a las personas, de apagar la frescura del Carisma, de absorber toda la energía vital.
Las señales de las crisis institucionales, provocadas también por los rápidos cambios de la sociedad y la disminución de vocaciones, coincidieron con una nueva sensibilidad eclesial que encontró un terreno fértil en el Concilio Vaticano II. Un cambio providencial y significativo en la estructura de la Iglesia llevó a la renovación de la vida religiosa, no sólo en sus estructuras, sino también en la recuperación de los principios más genuinos que representaban el alma de las congregaciones religiosas.


El cambio del Instituto de las Misioneras del Sagrado Corazón fue tal vez demasiado rápido para penetrar inmediatamente en lo más profundo del corazón y de la praxis misionera, pero dio lugar a una nueva interpretación del carisma. Para esta difícil transición fue providencial la madre Chiara Grasselli, Superiora General de 1967 a 1971.
La espiritualidad del Sagrado Corazón de Jesús, profundizada bíblica y espiritualmente, hizo retomar aquella fuerza evangélica que es inspiración siempre actual y nueva y que, con la guía del Espíritu Santo, se encarna en el tiempo, asumiendo las formas más adaptadas a la cultura, a las personas, al modo apostólico. La reflexión cristiana sobre la realidad lleva necesariamente a leer la misión cabriniana desde la perspectiva profética: ser presencia cristiana inserta en el corazón de la gente, anunciar la esperanza del Reino sobre todo a los pobres, iluminar con la Palabra de Dios y el discernimiento evangélico las elecciones que se deben hacer. Pero, por encima de todo: consolar, compartir, ser solidarios y comprometerse en la defensa de los valores evangélicos de la verdad, la justicia y la paz en favor de la vida abundante que Jesús quiso traer a la humanidad.

La misión cabriniana continuó en las instituciones abriéndose más a los pobres, se trasladó a las periferias, a las zonas más olvidadas, se hizo más “cercana” de los marginados, se orientó hacia una espiritualidad en éxodo continuo. El camino es arduo, las sendas tomadas son desconocidas, el resultado es incierto. Como Madre Cabrini se convirtió en una inmigrante con los inmigrantes sufriendo la misma marginalidad cada Misionera experimenta hoy su desierto que la evangeliza. La alegría del Evangelio se puede anunciar y se puede llevar la sonrisa de la vida allí donde la vida está amenazada. Así se hace presente a Jesús en la historia. En una entrevista de hace unos años, el Cardenal Ratzinger dijo:
La venida real de Cristo se realiza cuando Él ya no está ligado a un lugar fijo o a un cuerpo físico, sino como el Resucitado en el Espíritu capaz de ir a todos los hombres de todos los tiempos, para introducirlos en la verdad de forma cada vez más profunda. Me parece claro que -justo cuando esta cristología pneumatológica determina el tiempo de la Iglesia, es decir, el tiempo en que Cristo viene a nosotros en Espíritu- el elemento profético, como elemento de esperanza y actualización del don de Dios, no puede faltar o venir a menos.”


En este espíritu toman vida: la misión en el Líbano, las Misiones africanas, primero en Swazilandia, en Mozambique y luego en Etiopía. Las misiones insertas de Brasil, de América Central, de las periferias de las ciudades argentinas. Las comunidades de emigrantes en los Estados Unidos y en las periferias de las grandes ciudades de Milán, Palermo y Ragusa, en Italia. En Escocia, Portugal, Inglaterra, España, Suiza, Luxemburgo, la ola de la nueva inmigración encontró a las Misioneras de la Madre Cabrini. Unas veces por poco tiempo, otras por el tiempo necesario para desplazarse por llamadas urgentes. Por supuesto, la precariedad acompaña a las personas con las que se comparte la vida. En 1968 se incorporó al Instituto de las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús, una pequeña Congregación Religiosa siciliana: Instituto Sagrado Corazón (Zirafa).
En tiempos más recientes, después de las misiones en Paraguay y en México y de breves misiones no permanentes, las semillas de esperanza que las Misioneras de Madre Cabrini están llamadas a hacer germinar, deben escribir nuevas páginas de pasión misionera.
Para guiar, sostener y orientar la Misión se celebran desde 1968 hasta hoy, los Capítulos Generales. Su función es renovar el Gobierno de la Congregación y, además, reflexionar, evaluar e interpretar las necesidades del presente, para guiar el futuro de la vida religiosa y de la Misión. Estas Asambleas Internacionales -preparadas en encuentros locales y nacionales- son el resultado de la participación en un espíritu de comunión siempre buscado y querido.
Desde el primer Capítulo Extraordinario, celebrado en 1967/68, todas las Misioneras que siguieron adelante, después de la Madre Chiara Grasselli, dieron un nuevo impulso profético: Madre Lucía Víctor Rodríguez, Madre Regina Casey, Madre María Barbagallo, Madre Lina Colombini, Madre Patricia Spillane, Madre María Aparecida Castro, Madre Bárbara Staley, actualmente en el cargo. Fueron apoyadas por otras muchas excelentes colaboradoras: las Asistentes Generales y las Superioras Provinciales o Regionales. Demostrando un gran sentido de pertenencia, gestionando una transformación todavía en marcha, siempre guiadas por el Carisma como don del Espíritu Santo a la Iglesia.
Con Madre Cabrini, ideal y humildemente unida a la “Barca de Cristo” soñada por ella, “surcando todos los mares, para llevar el nombre de Jesús a los que no lo conocen o lo han olvidado”, las Misioneras caminan ahora con los voluntarios, colaboradores y colaboradoras laicos, Misioneras Laicas Cabrinianas, organizaciones y asociaciones que se reúnen en el camino hacia el Reino de Dios.
La gratitud por un pasado de heroísmo y de actividades apostólicas, la esperanza del presente y del futuro están puestas en el Corazón de Jesús, del que han nacido.


1 comentario:

  1. Mi mas profunda alegría de celebrar estos 100 años!!!
    Me siento profundamente feliz de haber sido educada como Cabriniana!!!
    Quiero profundamente a la Congregación aunque muchas veces es difícil tener un contacto más directo con ustedes, cosa que celebraría mucho tenerlo y participar aunque más no sea un poquito en parte de la obra...
    Les mando mis más sinceras bendiciones a todas ustedes, que la obra de Madre Cabrini nunca desaparezca y pido siempre a Dios por más vocaciones!!
    Las quiero con un corazón��
    (Violeta) muy grande!!!
    Silvia Stivala.

    ResponderEliminar