Capítulo 1:
“Levantar un templo en el propio corazón”
El camino de la interioridad
…
El camino de la interioridad necesita otros soportes, entre ellos: el
silencio y la oración:
“... la oración y el silencio
interior son de extrema necesidad al alma, la cual, ocupada en lo externo con
mis preocupaciones, busca hablar, ver oír y darse a demasiadas cosas, aunque
sean buenas; es necesario
tomarse ese descanso místico que sirva para restaurar la debilidad que las
ocupaciones le hayan causado y adquirir nuevas fuerzas para obrar de modo
espiritual... en el silencio y en el reposo se asimila bien la Palabra y la
inspiración divina, y esto sirve para hacernos robustas, fuertes y valientes y avanzar
así a grandes pasos por el camino de la verdadera virtud”[1].
Y es propiamente en el silencio donde:
“...el alma aprende y conoce
que no necesita salir de sí misma para encontrar a su amado Jesús, mientras lo
tiene en ella como en su propio trono y tabernáculo. El alma entonces bebe a
grandes sorbos en el misterioso silencio de la herida del Corazón Santísimo de
Jesús”[2].
“... es allí donde se aprende
esa oración interna y de corazón tan sublime y rica en méritos, porque nos
eleva en cada instante y en cada operación”[3].
Otras veces Madre Cabrini en sus recomendaciones oficiales hace un
compendio de la necesidad del silencio como virtud interior que crea el espacio
de la morada divina, de la presencia de Dios en nosotros, unificando toda
nuestra capacidad para alimentar el “espíritu de Jesucristo”:
“¡Si el pequeño Instituto de
las Misioneras pudiera llegar a ser aquel núcleo justo que pudiera suspender
los azotes de Dios y desarmar la cólera de la justicia divina! Yo lo espero y
confío en vuestra generosidad, hijas queridísimas, confío en vuestro empeño de
poneros en este nuevo año a vivir una vida santa, perfectamente regular y
observante. Rezad, pues, con corazón humillado y arrepentido, rezad con
confianza y perseverancia. Vivid una vida de fe, de confianza en Dios y sed
generosas, valientes y fuertes. Para mantener en vosotras el espíritu de
oración, es absolutamente necesario el recogimiento y el silencio. Yo os
recomiendo este dorado silencio, quiero que sea observado siempre
escrupulosamente por todas y cada una. ¿Cuántos disgustos no vinieron este año
por la poca o ninguna observancia de esta regla tan importante?
Sí entrando en vosotras mismas, sentís pesar de
tener faltas y pecado que os hicieran derramar no pocas lágrimas, deberéis
confesar que todo fue a causa de las faltas del silencio. ¿No es así? ¿Qué
fuente de gracias, de ayudas, de luces, de inspiraciones, de santas alegrías
del alma, no son para el alma recogida la observancia exactísima del silencio?
El alma silenciosa es modesta, recogida, atenta a sus deberes, vigilante de sí
misma en los movimientos de su corazón, en sus propias inclinaciones, no falta
a la caridad, es prudente, sensata, goza de paz, la deja gozar a las demás y
perfuma con su bella y edificante virtud a las Hermanas que con mucho gusto
gozan de su compañía. En tanto Dios le habla al corazón y, en el silencio, le
desvela los secretos íntimos de su dulce caridad, de su amor por las personas.
Sed por tanto muy silenciosas, os recomiendo
encarecidamente el silencio. Lo quiero absolutamente porque Jesús lo quiere.
Sed humildes, muy humildes, desconfiad mucho de vosotras mismas, ocultaos en
vuestra nada, no dejéis nunca lugar a las pequeñas competiciones del amor
propio, del supuesto honor ofendido; ceded siempre y mostrados muy felices si
no os tratan, si os parece que estáis olvidadas. Vivid felices en vuestro
ocultamiento: Dios os ve, os guarda, os bendice. Cuidad
que no entre en vosotras el espíritu del mundo, el espíritu de Lucifer; vivid
siempre una vida de fe, una vida sobrenatural, muerta totalmente al mundo;
vivid en Cristo, vivid de la misma vida de Jesucristo. Sed también sencillas y
como niñas abandonadas en los brazos de vuestras Superioras, no les escondáis
nada, recurrid a ellas en cada dificultad, en cada duda. Que vuestra conducta y
vuestras obras sean como cristal transparente que refleja siempre la pureza y
la blancura de vuestras almas. El alma pura y sencilla ve a Dios, comprende sus
divinos misterios y entra a formar parte de los secretos íntimos de su Corazón
adorable”[4].
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