jueves, 4 de julio de 2019

"Levantar un templo en el propio corazón" (1ra Parte)





Hna. María Barbagallo, Levantaos y alzad el vuelo
Codogno 2018



Capítulo 1:
“Levantar un templo en el propio corazón”
El camino de la interioridad




"El que me ama guardará mi palabra,
y mi Padre lo amará, y vendremos a él
y haremos morada en él" (Jn 14,23)

El camino de la interioridad

El primer mensaje que nos llega de una santa famosa por su extraordinaria actividad, por los continuos viajes, por las terribles dificultades que tuvo que afrontar en cada momento, por las fatigas, los esfuerzos y contratiempos, por las incomprensiones que le surgieron de todas partes, por la debilidad de su salud, es un mensaje de alegría que brota de la certeza simple pero misteriosa de tener a Dios en su corazón. Un Dios al que poder dirigirse continuamente, un Dios que camina, viaja, trabaja, espera y escucha con ella y con el cual puede andar " confiada en las olas pero siempre encerrada en el Corazón de Jesús"[1]. Aquel Jesús:

"que tanto ha hecho para mostrarnos su amor, especialmente dándonos su Corazón para asilo, apoyo, ayuda, fortaleza, en resumen, para todo lo bello, bueno y útil que nunca podremos imaginar"[2].

Pero es necesario pedirle a Él que nos prepare el espíritu y lo haga "digno de formar para Él ese místico santuario donde pueda habitar siempre sin quejas"[3]. Y preparándole:

"un templo dentro de nosotras, bien adornado y después invitarle con los gemidos y suspiros de los santos patriarcas"[4].

Pero sobre todo es un Dios que ilumina y cuya presencia, aún en la oscuridad de la fe, es fuente de esperanza, de caridad, de fecunda actividad e incluso de descanso amoroso.
Esta certeza nace de algunas condiciones fundamentales a través de las cuales la luz divina se manifiesta y:

Jesús, este sol divino, no se encuentra fuera del alma fiel, sino dentro de ella y reside en ella como en un trono de amor[5].

Y conduce nuestra vida llenándola de significado.

Para tener esta experiencia es necesario enfrentarse a los grandes enemigos del pecado, de su superficialidad, de la banalidad y entrar gradualmente, acompañados de la gracia divina, en el camino de la interioridad. Dice Francisca Cabrini:

Procuraré buscar a Dios dentro de mí misma, sin cansarme en buscarlo ansiosamente fuera de mí; intentaré tener mi mente limpia de cualquier imperfección, procurando que en mí no haya nunca nada que ofenda la infinita pureza de su vista y que me impida verlo y conocerlo mejor[6].

Madre Cabrini señala una condición esencial: la humildad, porque ésta abre todos los caminos:

Si somos humildes, Él, todo bondad, nos estimará, nos consolará, acogerá nuestras oraciones y nos justificará[7].

La humildad no es otra cosa que la progresiva entrada en nosotras mismas a través de la puerta de la verdad que nos hace libres (Cfr. Jn 8,32):

La humildad nos pone en nuestro verdadero estado: en efecto, ¿qué somos nosotros delante de Dios?[8].

Entrar “en el santuario íntimo de nosotras mismas[9] es un camino de conversión que nos acerca a los grandes designios de Dios y nos dispone a participar en su proyecto. El santuario místico del alma[10], es también la “celda común” en la cual

“... todo es paz, alegría, dulzura santa y donde se recibe el impulso de la gracia que nos da fuerza, hasta el punto de no sentir más ni peso, ni aburrimiento, ni fatiga en ninguna cosa[11].

En efecto, es

“... feliz el alma que sabe vivir escondida en el Santuario de la Divinidad…”[12]

Y es el despertar del corazón el que nos hace tomar conciencia de nuestro pecado, de nuestros límites, de nuestra ambigüedad y de las mil falsedades por las que somos tiranizadas, dejando espacio a la luz de la gracia:

No ocurra nunca que alguna de vosotras incomode al Corazón Divino con la poca observancia y poca fidelidad a las promesas que habéis hecho cuando, iluminadas por la gracia, os sentisteis movidas a vincular estrechamente vuestro corazón al suyo, separándolo perfectamente de vosotras mismas, de las creaturas y de todo lo que hay de humano y terreno. Si tenéis luz, hijas mías, no cerréis los ojos sino, sed fieles, muy fieles a la gracia…”[13]

La humildad está unida a otra condición que es la sencillez por medio de la cual el alma se abre a Dios:

"... el alma sencilla penetrara en los misterios de Dios en la contemplación".

Acogiendo toda inspiración:

La humildad y la sencillez unidas al recogimiento, disponen el alma a recibir la luz de la inteligencia para entender la sublimidad de la doctrina de Jesucristo[14].





[1] Cfr. Epistolario, Vol. 1°, Lett. n. 385
[2]Ibídem, Lett. n. 112
[3]Ibídem, Lett. n. 391
[4]Ibídem, Vol. 2°, Lett. n. 792
[5]Cfr. Entre una y otra ola, pág. 284
[6] Cfr. Pensamientos y Propósitos, (Edición privada en español), pág. 156
[7] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 73
[8] Cfr. Pensamientos y Propósitos, pág. 69
[9] Cfr. Epistolario, Vol. 1°, Lett. n. 238
[10]Ibídem, Lett. n. 422
[11]Ibídem, Lett. n. 137
[12] Cfr. La Stella del Mattino, pág. 29
[13] Cfr. Epistolario. Vol. 1° Lett. n. 372
[14] Cfr. Pensamientos y Propósitos, pág. 109



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