jueves, 16 de abril de 2020

El "celo devorador" (6ta Parte)



Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo
Codogno 2018




Capítulo 5:
El "celo devorador":
Todo a la Mayor Gloria del Corazón SS. de Jesús





Incluso en el camino de crecimiento espiritual que cada persona hace, el celo por la gloria de Dios responde a la ley de maduración en la fe, la esperanza y la caridad. El celo por la salvación de las almas que tanto apasionó a Madre Cabrini, crece con el crecer del amor y la capacidad de amar. Muchas veces las personas comprometidas en el apostolado, sienten demasiado su incapacidad y, a veces, una cierta frialdad hacia la evangelización.
Madre Cabrini trata de encenderles el fuego del amor para la gloria del Corazón de Jesús:

“Si el corazón de Jesús tiene tan grandes deseos sobre nuestro Instituto que se digna servirse de nuestra pobre obra, las últimas en la Iglesia de Dios, cómo no sentirnos animadas por el más vivo agradecimiento; porque, por otra parte, sabemos que, por más débil que sea del instrumento, siempre se pueden hacer maravillas en las manos de Jesús, y ¿no trataremos de corresponder con todo el entusiasmo a esa predilección tan admirable de amor?”[1]

Pero también en las situaciones de dificultad personal se necesita una fe pura y la capacidad de aceptar las dificultades de la subida al “monte santo”, como tantas veces recomienda Madre Cabrini. En una de sus circulares llamada “strenne”, el año 1893, habla de “un sarmiento de vid”, casi comentando la parábola evangélica: “yo soy la vid y vosotros los sarmientos” (Cfr. Jn 15,1):

“Hace un año que observo un sarmiento y cada vez que lo admiro me mueve a más serias meditaciones, que representan nuestra vida. Para vosotras el bello sarmiento. Yo lo vi en el pasado otoño cortado por el experto jardinero y sepultado bajo tierra. En la primavera lo vi elevarse bello, lozano, pero de nuevo fue mortificado, estaba seco: lloró y con su llanto se hacía cada día más hermoso.
Creció a una buena altura, pero siempre apoyado a un árbol robusto; trabajó muchísimo y sus grandes racimos eran muy atractivos por sus tonalidades púrpuras, rojo y verde.
Después de la vendimia vio que su cima de nuevo había bajado hasta la tierra y parecía estar a las expectativas del jardinero para que de nuevo mortificase y sepultase su más hermosa parte para que pudiera resurgir de nuevo en la primavera siguiente. Aquel sublime sarmiento, hijas, es la vida que nos representa y nos debe servir de ejemplo. Él, mortificado y sepultado, nos enseña la mortificación interna y externa y la continua humillación que nos debe acompañar en todos nuestros pasos, en todas las ocasiones para poder así resurgir en infinitas primaveras en la alegría de la imitación de Cristo, sumamente mortificado y humillado. El resurgir lozano de aquel sarmiento en abril, indica el impulso con el que debemos movernos continuamente hacia la virtud y encaminarnos con esfuerzo al santo monte. Los nuevos cortes del experto jardinero y el llanto misterioso de las ramas cortadas, nos enseñan a nosotros cómo no tenemos que cansarnos nunca de mortificarnos y de llorar nuestras faltas con una contrición perfecta, la cual limpia el alma y la hace cada vez más digna de las preciosas gracias del cielo.
El crecer de la vid a una buena altura, pero siempre apoyada en su gran árbol, nos dice claramente que nosotras también tenemos que crecer continuamente en virtud y trabajar sin cansarnos nunca, pero siempre apoyadas en el gran árbol, sin alejarnos nunca ni por orgullo, ni por deseo de vanidad, engaños que frecuentemente acaecen en las mentes pueriles que se deslumbran ante una fantástica y colorida virtud dejando la sustancia.
Pero nunca será engañada quien deje absoluta libertad de cortar y mortificar al jardinero, y quien, imitando aquel sarmiento, después de mucho trabajar se abajará hasta la tierra en el polvo de la propia miseria confesando ser nada y nada poder sin la ayuda de Jesucristo que es nuestra verdadera vid, el autor de todo nuestro bien, y su Corazón el centro al que debemos aspirar continuamente.
Meditando al fin, sobre el bello racimo de color violeta de la humildad, el rojo de la caridad, combinado con las diferentes virtudes religiosas y el verde de la esperanza confiada, me parecía oír una voz misteriosa que me repetía: este sarmiento es la Religiosa Misionera.
Mientras ella se apoye en su gran árbol, entregándose por completo y dejándose guiar como un niño sin fuerza propia, crecerá todos los días en perfección, dará a las Hermanas un ejemplo de muchas y preciosas virtudes, y entonces yo exprimiré esos preciosos nacimos para hacer un vino delicioso con el que podré embriagar a mi fiel amada con una dulzura celestial.”[2]


[1] Cfr. Epistolario, Vol 3°, Lett. n. 987
[2] Cfr. La Stella del Mattino, pág. 56-58


El capítulo completo lo encuentran en la carpeta "Material" o haciendo clic aquí.



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