jueves, 23 de abril de 2020

El "celo devorador" (7ma Parte)



Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo
Codogno 2018




Capítulo 5:
El "celo devorador":
Todo a la Mayor Gloria del Corazón SS. de Jesús




Otra imagen que emerge de otra “strenna”: “una concha como don”. En ésta, Madre Cabrini encuentra semejanzas con el alma que anhela el sublime encuentro con Dios:

“Las conchas madreperlas más finas están en alta mar en la superficie del agua y, por la noche, mientras el cielo prepara en primavera las gotas de fresco rocío y la lluvia sobre la superficie del mar, las madreperlas diligentes abren sus conchas y reciben las gotas que las convertirán en perlas preciosas, mientras las menos diligentes y soñolientas que tienen cerradas sus conchas, no reciben las gotas que el cielo había enviado para todas.
Así es en vosotras, hijas mías, que a semejanza de las madreperlas, os lanzáis al mar prodigioso de la Religión, debéis levantaros de madrugada y con máxima diligencia abrir vuestra alma delante de Dios; sumergíos en la divina contemplación de la vida de Jesucristo y de sus divinos misterios y recibiréis suavemente esas preciosas gotas de santo amor para trabajarlas en vuestro espíritu durante el día, logrando un tesoro en todas las ocasiones de practicar las virtudes de una Esposa de Cristo, de la verdadera Misionera, adornándose así de perlas preciosas con las cuales podréis presentaros menos indignamente para recibir con creciente provecho él maná escondido que el Corazón de Jesús no deja de enviaros para haceros subir, o diré mejor, de llevaros a la cima inmaculada del monte santo de la perfección, donde podréis llegar a ver la incomprensible belleza de las raíces encantadoras de la virtud de María Santísima ya que “fundamenta eius in montibus sanctis (su cimiento está en el monte santo)” ¡Oh, profundidad de la sabiduría de Dios…! qué excesiva es la riqueza de la Divina Bondad… Su amor hacia nosotras es un abismo incomprensible.”[1]

El sufrimiento que comporta el celo devorador parece casi el deseo de Jesús cuando dice: “He venido a prender fuego a la tierra y ¡cuánto deseo que ya esté ardiendo!” (Lc 12,49), es también el sufrimiento de no poder llegar a todas partes:

“¡Cómo sufre el corazón de la Misionera que, encendida en celo por la gloria de Dios y la salvación de las almas, siente sus propias fuerzas paralizadas por la impotencia de no poder llegar a todas partes donde los intereses de Dios la llaman…!”[2]

El “fuego” al que alude Madre Cabrini es el del “amor santo”, el que tiene que arder en el corazón de la Misionera que está abierta a las disposiciones de Dios:

“Amad así al Instituto y Jesús se complacerá en vosotras, siempre estará cerca de vosotras y en vosotras encenderá el fuego de su santo Amor. ¡Sí!, hijas mías, desead ardientemente el santo amor de Dios ¡Ignem veni mittere in terram! (¡Fuego he venido a traer a la tierra!). Sí, Jesús Niño, vuestro Esposo ha venido para encender este fuego de amor en cada uno de vuestros corazones, haced que ardan de amor por Él para que todas podáis convertiros en víctimas bienaventuradas de este sagrado fuego que consume toda escoria de las aflicciones terrenas y de la estimación propia. Decid a Jesús que todo fuera de Él os es insípido, aburrido, amargo; que vuestra única porción es Él; que día y noche le buscáis a Él como vuestra paz, vuestro gozo, vuestro único tesoro y gloria. Vuestros labios, que esta noche han sido tocados por el Cordero Inmaculado, que exhala miel y santo ardor, os sugerirá los más santos y ardientes afectos, verdaderamente dignos de la Esposa pura y humilde de Jesús.”[3]

Y la oración compensa siempre de todo porque es “como fuego ardiente”:

“La oración es potente, tiene la propiedad de poder penetrar en todas partes; allá donde encuentra miserias, indigencias, dolores, ella lleva gracia, consuelo, salvación. Su actividad es más grande que la del fuego ardiente, su velocidad el como el pensamiento de un querubín. Sabed valeros de tan potentes medios en favor de tantos que no conocen o no aman a Dios.”[4]



[1] Cfr. La Stella del Mattino, pág. 72-73
[2] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 556
[3] Cfr. Epistolario, Vol 1°, Lett. n. 422
[4] Cfr. La Stella del Mattino, pág. 130, n. 5

El capítulo completo lo encuentran en la carpeta "Material" o haciendo clic aquí.





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