Con mucha frecuencia Virginia hablaba de "honestidad intelectual". Usaba esta expresión para referirse al espíritu fundacional y su vigencia actualizada en la misión.
"Debemos continuar en nuestro tiempo aquello que la fundadora quiso hacer en su tiempo. Es indispensable la fidelidad al fundador y a sus ideales..."
Hace falta
"...mucha honestidad intelectual para descubrir en el Instituto lo que es perenne (el espíritu) y lo que no lo es. Los principios básicos de los fundadores, su lenguaje, no deben ser formas monolíticas, sino semillas vivas".
Se preguntaba una y otra vez buscando esa honestidad que la obsesionaba:
"¿Trabajo con amor de Dios y honestidad de espíritu para reconstruir el reino de Dios en el mundo actual, en el país en el cual vivo y en la parcela (misión), en la que me toca actuar? ¿Llego al hombre (mi hermano), sin quedarme en el hombre, sino que con una misión más elevada lo llevo a conocer su destino y a amar a Dios? ¿Mi misión como cristiana y como religiosa es (...) auténtica y diáfana? ¿Soy testigo de Cristo en el mundo de hoy?"
Y se propone, pidiendo el auxilio de Cristo:
"Jesús, ayúdame a cumplir este propósito que siempre renuevo, pero que no lo cumplo como Misionera del Sagrado Corazón. Solamente un ansia, un anhelo, una preocupación debe ser predicar el Evangelio, tus enseñanzas cada día, cada hora, siempre, siempre. Siempre que hable con alguien o visite una casa, cualquiera sea el tema, no me retiraré sin haber hablado de Jesús, de sus enseñanzas, de su doctrina. Mi dicha más grande es que todos se enamoren de Cristo (...)".
Su gozo como el de la Santa Madre era,
“(...) cultivar bien aquellas almas que les han sido confiadas", Cartas, Vol. I, pág. 47.
Hay un testimonio que así lo confirma. Durante la guerra de Malvinas, un muchacho de Villa Amelia, Daniel Castro, fue convocado a luchar en el frente de batalla. Daniel había cursado sus estudios en la escuela del barrio y aún conserva una carta que la Hermana Virginia le hizo escribir a quienes fueran sus maestros. Su intención era que en medio de semejante situación, absurda y terrible, sintiera cómo el recuerdo y el afecto de su gente le llegaba. A esa carta, la Hermana Virginia le adjuntó una esquela. Ya se ha dicho lo que ella pensaba de esa guerra y cómo había reaccionado al respecto en la comunidad, sin embargo, no alude a lo político. Ella le escribe:
"No
te olvides: sea el Evangelio la norma de tu vida, tu libro de cabecera, tu
libro más conocido, más leído, más meditado, más vivido. Jesús es nuestro
Maestro y Modelo. Invoca siempre a nuestra Madre, la Virgen María; no te
sueltes de su mano, ella será siempre tu guía y tu protección".
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