Santa Francisca Javier Cabrini queda como un brillante ejemplo de
competencia por sus extraordinarias obras y por la intuición y determinación en
su prosecución.
Encarnando con renovada originalidad el Evangelio de Iginio Passerini,
en su época, Madre Cabrini ha dilatado los horizontes de esta síntesis en
muchos campos:
·
la promoción de la mujer
·
la desenvoltura en comunicación,
escritos y medios de transportes
·
la gestión económica y la aptitud
empresarial
·
la relación con las instituciones
religiosas y civiles
·
el peso reservado a la competencia
científica
·
el cuidado por los emigrantes en
su acogida e integración
·
el reconocimiento de la dignidad a
quienes están en penurias y además el servicio a quienes están en condiciones
mejores
·
la búsqueda del encuentro entre
mundos de culturas diferentes
Todo esto ha hecho de la Cabrini, un prototipo de síntesis nueva entre
el Evangelio y la modernidad, un personaje estimado a tal punto que un futuro
primer ministro: Francesco Saverio Nitti, había expresado encontrando a la
Madre poco antes de su muerte, su opinión de que ella habría sido un óptimo
ministro del Exterior. Pero tanto derroche de energía ha tenido un motivo
unificante en el nombre de Aquel que es la medida y la razón profunda de
nuestro actuar.
Hay un secreto que sostiene la perseverancia de los Santos y la
nuestra. ¿Cuál es el secreto de Santa Cabrini? Estoy convencido de que no se
explicaría su vida sin la
Eucaristía. Eso está descontado, pero vale la pena, justo en
este año “Eucarístico” resaltar esta fuente sin la cual no se explica una
existencia así, tan dinámica.
En los años en los cuales está madurando la fundación, a través de
pruebas y singulares experiencias místicas, la Santa describe así, en tercera
persona, la experiencia de Cristo que la Eucaristía le permite y la intuición
de la misión que de ésa se deriva:
“Estaba un alma atribulada
porque no sabía si aceptar o no una obra de mucha gloria para Dios... cuando en
el colmo de su amargura, mientras suplicaba fervorosamente a Nuestro Señor
expuesto en el altar que le hiciera ver con claridad (su voluntad), vio la
Santa Hostia transformarse en una gran luz y posarse sobre un globo que
representaba el mundo. El globo se aproximó girando a los ojos de aquella
persona y el Señor, a la vez que despertaba en ella vivos e íntimos
sentimientos, le mostró la inmensidad de los lugares adonde debía llevar su
obra para su gloria ... Quedó, entonces, más animada para emprender cuanto en
ese entonces se le ofrecía.” (P. y P., Pág. 51-52)
LA FUERZA DE LA MISIÓN
Desde el primer día de la fundación del Instituto, la Eucaristía es
determinante.
Desde el 10 de noviembre de 1880, las Hermanas iban a la Casa (desde la Casa de la Providencia ) para
ordenarla, pero el día de la fundación, como será para todas las casas fundadas
por Madre Cabrini, será aquel en el que el Señor inaugura la Casa con su presencia
Eucarística. Así cuentan las memorias la mañana de la fundación de Codogno:
“¡el 14 de noviembre!...
Entramos (en esta casa) a la mañana cerca de las ocho y directamente nos fuimos
a la habitación ya convertida en Capilla. Entrando vimos sobre el altar al
Sacratísimo Corazón de Jesús (un cuadro), que parecía que nos estuviese
esperando para animarnos y exhortarnos a poner todas nuestras energías en la
nueva empresa.
Asistimos con vivo fervor,
postradas en el suelo durante la Santa Misa, celebrada por Monseñor Serrati e
indeciblemente conmovidas, recibimos la Santa Comunión. Estrechamos en el pecho
a nuestro querido Jesús, nuestro gozo era (hasta) el colmo, no pudiendo retener
las lágrimas.” (Memorias de Codogno, en Una de sus
hijas, Santa Francisca Javier Cabrini, SER Torino 1962, Pág. 29).
La frecuencia de la
Eucaristía era para la Madre una necesidad, hasta tal punto que durante
el curso de los viajes, la pena más grande, el malestar más pesado era el
“ayuno” de la Eucaristía.
“Nosotras creíamos que íbamos
a llegar a tiempo para celebrar la fiesta del Patrocinio (de San José); en vez
tendremos que pasarlo en el mar, sin Misa y sin Comunión. Ahora empezamos a
sentir la austeridad de ese gravoso ayuno”. (Entre una
y otra ola, Pág. 35: viaje de El Havre a Nueva York, abril de 1890).
Porque el encuentro con el Señor en la Eucaristía es la fuente
de su felicidad.
“Fue un placer hacer la
meditación allá (sobre el puente en la proa) y trasportarme en medio de Uds. en
espíritu para asistir a la Misa y hacer la Santísima Comunión. Ustedes
afortunadas han tenido todo esto, yo no; pero ¡he gozado de la felicidad de
Uds.! ¡Oh! ¡si supiéramos siempre apreciar las ventajas de la santísima
Comunión…! Porque en ella está el mismo Jesucristo... que obra todo en
nosotras, para su gloria.” (Entre una y otra ola, Pág.
55: viaje de Nueva York a El Havre, agosto de 1980)
En el curso de una larga reflexión sobre la Eucaristía, así expresa la
Santa el fuego de la misión encendido en ella por este sacramento:
“¡has querido por tu bondad
hacerme Misionera de tu Corazón! instrúyeme mientras estoy a los pies de tu
Tabernáculo y yo aprenderé. Revélame los prodigios de tu amor, las maravillas
de tu sabiduría en este Sacramento y yo las contaré a todas las gentes, para
que todos te conozcan más y más te amen... Jesús mío, yo intento adorarte por
todos! Jesús mío, ¡me ofrezco como víctima de tu divino Corazón por todos! ¡Salva
y santifica a todos! ... Te amo, ¡oh Jesús! y quiero que tu ardiente corazón
sea conocido en todo el mundo, amado y glorificado...” (Entre una y otra ola, Pág. 230, 235/236: viaje de Nueva Orleans a
Panamá, junio de 1895)
AGRADECIMIENTO, ACTO PERFECTÍSIMO
De la Eucaristía nace la fuerza de la misión; gracias a ella se puede
exclamar con San Pablo, como lo hace frecuentemente la Santa “Todo lo puedo en Aquel que me conforta”
(Fil 4,13). Aquí está la energía que hace perseverante, que permite vivir una
vida ordinaria y laboriosa al mismo tiempo, como nos pide atención la lectura
citada (2Tes 3, 7-12) y como con frecuencia nos exhorta la Madre
“Trabajad, trabajad
incansablemente, sin cansaros, por la salvación de las almas.” (Entre una y otra ola, Pág. 239: viaje de Nueva Orleans a Panamá, junio
de 1895).
La Eucaristía se une a la Pasión del Señor y promueve en nosotros una
actitud eucarística; es escuela de agradecimiento al Señor:
“La mayor parte de los hombres
da gracias a Dios después de haber obtenido una gracia, pero el Espíritu de
Jesucristo, en cambio, que es con el que debemos estar animadas, enseña a
agradecer antes, porque continuos son los beneficios que a cada instante
recibimos ... el agradecimiento es un
acto de perfectísimo amor de Dios, porque en él no hay otro interés sino la
pura gloria de Dios, la complacencia de Dios, el gusto de Dios.”(Entre una y otra ola, Pág. 419: viaje de Nueva York a El Havre,
setiembre 1899).
Conocemos la práctica constante de la adoración eucarística, hasta el
final de la vida de Madre Cabrini. Cuentan las Memorias que en marzo de 1916, la Madre debe afrontar en
Seattle una “tormenta” desencadenada en la ciudad de quienes se oponen a su
última gran empresa: está por adquirir un hotel magnífico que destinará
sucesivamente a hospital; los obstáculos parecen insuperables. Durante las
Cuarenta Horas (de exposición del Santísimo) en el orfanato de la misma ciudad,
donde las Hermanas desde hacía tiempo tenían esa misión, Madre Cabrini quiso
que las Hermanas y las niñas hiciesen por turno la adoración y ella permaneció
al pie del altar casi todo el día. El éxito de la extenuante gestión se volvió
a su favor. También el día que precedió a su muerte, se levantó temprano, fue a
Misa y se quedó en la Capilla
durante toda la hora de adoración. El día siguiente no pudo levantarse. Las
fuerzas la estaban abandonando, consumida por la fatiga de una vida gastada
para el Señor. Hacia el mediodía partió para el último viaje hacia el puerto de
la felicidad sin fin.
LA FELICIDAD
Aquella pregustada en la Eucaristía ante la cual había exclamado:
“Oh sí, Aquél a quien tanto he
esperado, ya lo tengo y Aquél a quien siempre he anhelado, feliz de mí, ¡ya lo
poseo!” (Entre una y otra ola, Pág. 234: viaje de
Nueva Orleans a Panamá, junio de 1895).
Aquella que ha acompañado todas las fatigas de su intensa vida:
“Estoy ocupada todas las horas
del día y a la noche caigo del cansancio y del sueño, que por gracia de Dios me
hace descansar tranquila toda la noche como el alma más feliz, como si no
hubiera ningún problema.” (Carta de Nueva Orleans, 10
de agosto de 1892).
Aquel descubrimiento en Sant’Angelo donde de niña y de joven se dejó
conquistar por la figura de Jesús, accesible sobre todo en la Eucaristía desde la Primera Comunión.
Aquí, en los “años más hermosos de la
vida”, ella ha confiado a su párroco, se dio el injerto…
“en mi corazón el santo,
purísimo amor por Jesús que luego y siempre se acrecentó y fue mi verdadera
felicidad.” (Carta desde Roma a Monseñor Bassano Dedé,
17 de enero de 1889)
La felicidad es Cristo al alcance de todos, en la Eucaristía. Y ¿no
puede ser, no debe ser también el secreto de nuestra felicidad? Es el
interrogante que nos plantea también a nosotros Madre Cabrini.
TEXTOS
DE MADRE CABRINI SOBRE LA EUCARISTÍA
De “... Entre una y otra ola”
(Páginas 232-234).
“Este misterio de la
Eucaristía como el de la Cruz: es escándalo para los incrédulos y locura para
los sabios del mundo, pero para los humildes y creyentes es virtud y sabiduría
de Dios.”
“Sólo a los pequeños, a los humildes y dóciles
de mente y de corazón, el Padre Celestial les revela estas inefables,
incomprensibles verdades del Santísimo Sacramento.”
“Ellos solos (los humildes)
acogen las verdades del Santísimo Sacramento en el corazón porque las han
acogido primero dócilmente en el entendimiento.”
“Ellos solos (los pequeños,
los humildes de corazón, los dóciles de mente) gozan de todas las inmensas
riquezas y dulzuras de tan augusto misterio de sabiduría y amor.”
“Estas perlas preciosas (las
verdades de la Eucaristía) están escondidas a los sabios y a los prudentes del
mundo; los desventurados las tienen ante sus ojos, pero no las ven; oyen hablar
de ellas, pero no las entienden, porque tienen tapados los oídos de la fe
humilde y del amor agradecido.”
“Oh ¡si todos entendieran los
tesoros que tenemos en el Santísimo Sacramento! ¡Qué grandeza, qué riqueza, qué
dulzuras, qué alegrías!”
“Nosotros comulgaremos frecuentemente, con
todo fervor, y obtendremos todo cuanto necesitan nuestros amados hermanos...”
“... acercándonos a nuestro
Jesús, recibiéndolo, Él nos dará el beso de paz, mientras nosotros le daremos
el de nuestro amor filial...”
Cuando comulguemos, “Jesús...
nos calentará con su amor, nos purificará con su sangre, nos vivificará con su
pálpito, nos hermoseará y embellecerá con sus gracias.”
“En la acción de gracias, el espíritu de Jesús
me eleva sobre mí misma, me aparta de las cosas terrenas, me introduce en el
oasis feliz de la creciente gracia y de las bienaventuranzas.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario