lunes, 20 de junio de 2016

"Pensamientos y Propósitos" de Santa Francisca Javier Cabrini - 02


PREFACIO de "Pensamientos y Propósitos" (2ª Parte)

¿Cómo se expresa y madura todo esto en la vida de la Cabrini?
Me parece que puede decirse que todo se apoya en el descubrimiento y la experiencia del amor del Corazón de Jesús, como un amor que no tiene medida.
La experiencia de amar el Amor le hace soltar exclamaciones como ésta: “Cuanto más te amo, menos te amo, porque querría amarte más. No puedo más, dilata…, dilata mi corazón…”.
Es conmovedor y puede tal vez hacer intuir algo de la medida de lo que ella misma llamó su nadar en el amor, el voto de “toda su ternura” para el Corazón de Jesús.
Desea y siente alegría de poder enfrentarse generosamente a cualquier sufrimiento para servir y agradar al Amado: “No tendré otro pensamiento que Jesús, Jesús amor. Amar a Jesús, buscar a Jesús, hablar de Jesús, dar a conocer a Jesús…, su Bondad infinita”.
De aquí ese recorrer el mundo para glorificar al Señor, dándolo a conocer, llevando el consuelo a los hombres: “Querría recorrer toda la tierra para revelar a todos el prodigioso amor tuyo por tu criatura”. De aquí la petición de “envolverla”, de colmarla de este amor para poderlo glorificar y llevar, ser misionera: “Sumérgeme en el piélago del amor divino, para… dejar que Él mismo obre en mí y conmigo, poniendo por obra todo el impulso que Él me dará para tratar los intereses de su gloria”.
El Corazón de Jesús es para ella el signo de Dios que ama, del cual, por eso, no puede no fiarse completamente. Él es el único que puede decirle qué cosa es buena para el hombre, pues nadie lo ama más y mejor que Él.
La función misionera de la Cabrini es el compartir la función misionera del Corazón de Cristo.
Aquí está todo el designio y la explicación de su vida. Vendió todo para adquirir el campo en el que descubrió el tesoro.
Su felicidad y su paz consisten de hecho en ser amada por su amado; todo lo demás no es nada. En este amor residen su ser y su fuerza, hasta el punto de afirmar que si el Señor tuviese que retirar de ella su dedo, en un momento perdería todas las riquezas.
Por esto el silencio le es “necesario…, como el aire para respirar”, porque, dice, “en el silencio respiro la unión santa con mi Dios”. Es el “reposo místico” que sirve “para aliviar las debilidades que las ocupaciones… dejaron y adquirir nuevas fuerzas para actuar de modo totalmente espiritual como verdadera esposa de Jesucristo”.
La unión se derrama en la acción, y la acción nace exclusivamente de esta unión. No concibe realizar obras que no dependan perfectamente de la voluntad de Dios, deseosa solamente de “conocer el… gusto” de su “amadísimo Jesús” y de “adaptarse a él”.
Sólo viviendo y actuando en este abandono en Él se siente una paz que llama “paradisíaca”; está en paz porque ha comprendido que el Señor hace cosas grandes a través de los hombres que le dejan hacer. Se abandona “a su infinita bondad y misericordia”, en su “divinísimo, amadísimo Corazón”.
Pero sabe bien cuánta resistencia hay de hecho en todos, y en ella misma al principio, frente a ese dejar hacer a Dios.
Para sí, para sus Hermanas, pide por eso el don de la humildad, que considera el “fundamento” para poder “comenzar el verdadero edificio de la santidad”.
La falta de humildad torna vana cualquier otra virtud, como “polvo al viento”.
Es grata a su Jesús, que, dice, “me hace conocer toda mi miseria, para que aprenda a desconfiar cada vez más de mí y a confiarme plenamente a su ayuda, y a abandonarme totalmente y muchas veces en su amantísimo Corazón”.
Ama la humildad, y por eso ama la humillación: “Amaré la humillación, agradeceré soportarla, dando gracias a Dios por un don tan precioso, que ayuda mucho para tener el alma en un justo equilibrio”. “Gracias a ti, amable Señor que me afliges casi siempre en esas cosas de las que yo deseaba y me parecía justo esperar consuelo”.
Impresiona ese “gracias”, pero detrás de esta exclamación espontánea está la experiencia de un alma que escribe querer “el perfecto despojamiento de mí misma, el propio entero desapego de todo y de mí, para ser hecha capaz de llenarme de Jesús”, por Él “poseída sin reservas”.
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