IMAGEN DE UN ALMA (2ª Parte)
Prefacio a la
selección antológica hecha por Giuseppe De Luca de escritos de la Madre Cabrini
y publicada en 1938 con el título “Palabras sueltas”
Para llegar adonde deseamos es necesario caminar: la meta
que se nos aparece próxima es remota. Para “ver el alma” de la Beata Cabrini
será necesario dejar atrás rápidamente, más rápidamente de lo que es posible,
todo cuanto hay en torno a ella y ella no es.
No se sabe que la Beata Cabrini tuviera maestros de
espíritu, en el sentido que se daba a esta expresión en el siglo XVII. Tampoco
dio jamás signo alguno de querer seguir, siguiendo a Cristo en el camino de la
cruz y de la virtud, esta o aquella dirección histórica, esta o aquella teoría
o praxis ya definida. Tampoco pretendió, ni aun inconscientemente, abrir un
camino nuevo, formular nuevas normas de piedad, marcar un itinerario del todo
adecuado a la perfección.
Tuvo como maestra a la Iglesia, con las enseñanzas eternas
y las particularidades temporales que fueron de su tiempo. Aceptó y adoptó
expresiones y directrices, tal como entre 1880 y 1910 se las ofrecía la
Iglesia, reconociendo en ellas lo divino y no rechazando lo humano. Alma
inmortal y mujer de su tiempo, hizo su viaje terrenal en la nave de la Iglesia,
acomodándose sin sublimes desdenes ni inteligencia crítica al color de la
época.
“Estamos en el seno de la Iglesia católica, y siempre
reposamos nuestra cabeza en la piedra misteriosa y querida que es Jesús”[1].
Empirismo, se dirá. Respondamos: si la Beata hubiese
profesado la teoría, seguir en el empirismo podría haber sido una culpa. Por el
contrario, ella no quería sino hacerse santa y santificar. No abrió discutiendo
quiméricos caminos en papel impreso, sino que los abrió de hecho, como veremos,
andando su camino, para llegar realmente a la santidad, llevando tras sí un
pueblo de mujeres.
Sabemos que leyó algunos libros y que sentía predilección
por ellos[2].
En la medida en que se lo consintió su perpetuo viajar, mantuvo contacto con no
pocos religiosos. A algunos los tuvo en opinión de santidad. Pero ni de los
libros ni de los hombres aprendió su camino, sino en aquello en que libros y
hombres se relacionaban con la Iglesia. No podemos, por tanto, ayudarnos con el
conocimiento de libros y personajes particulares para conocer su alma.
Los lugares en los que pasó su vida, intensa y rápida, no
nos ofrecen mayor ayuda. Aun siendo lombarda, no permitió que ningún carácter
de su Lombardía natal dominase en su vida espiritual. Como tampoco ninguna
característica de los países, de los innumerables países que recorrió y en los
que se paró. Dado su origen lombardo y su vida en los Estado Unidos, parecería
fácil salirse con la formulita de la vida activa (mejor, “del activismo”) para
definir a la Beata Cabrini.
No menos cómoda y expeditiva sería una ojeada a su tiempo,
en la esperanza de que nos diera una visión, una quintaesencia de su santidad.
Se recordaría así a León XIII, luego la cuestión social, más bien los varios
aspectos de la cuestión social; se añadiría una palabra sobre la mísera
condición de los ancianos o, como se dice, de las clases pobres; de ahí podría
inferirse que la santidad de la Cabrini fue una santidad social, de tipo
social. Palabras.
* * *
[1] F. S. Cabrini: Tra un’onda e l’altra, Roma, 1980, pág. 148 (Hay edición española:
Entre una y otra ola, 1973).
[2] Alfonso Rodriguez,
S.J.: Ejercicio de perfección y virtudes
cristianas; Alfonso M. de
Ligorio: Monaca Santa; Pinamonti: Religiosa in solitudine; Tomás
de Kempis:
Imitación de Cristo; Ignacio de
Loyola: Ejercicios Espirituales.
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