Prefacio a la selección antológica hecha por Giuseppe De Luca de escritos de la Madre Cabrini y publicada en 1938 con el título “Palabras sueltas”
La santidad es siempre algo personal, como la salvación; si
no es posible sin amor al prójimo, siempre es cosa de un alma. Con los simples
reflejos sociales no se hace un santo, ni siquiera se hace un cristiano. Como
se sabe, la Iglesia es una sociedad de otra naturaleza, no como las más
sagradas y santas sociedades terrenales, las cuales siempre se quedan en el
límite de lo contingente y lo caduco.
El alma, y la santidad en un alma, no es per traducem, dijeron una vez los
filósofos. Es obra de Dios, una vez tras otra, de un hombre tras otro, un santo
tras otro. A nuestro parecer, es su alma, y Dios en su alma, el punto al que
hay que dirigirse, en el intento de alcanzar y ver y tocar con la mano –en
cuanto es posible– la santidad de un santo. El resto viene de aquí como de un
manantial.
Deum nemo vidit
unquam. Nadie vio nunca un alma. Per
ea quae facta sunt se reconoce Dios y se reconoce un alma creada a su
semejanza. Dios habla, el alma habla.
Hay un misterio en torno al alma, como en torno a Dios.
Para alcanzar y comprender a Dios no hay mejor camino que la pureza del
corazón. Los puros de corazón Deum
videbunt. Es un hecho que para conocer a los santos es necesaria su misma
pureza. Es un hecho que nadie conoce a los santos mejor que un santo o, a falta
de santidad, un buen cristiano. La propia experiencia dice que los humildes,
los sencillos, los buenos, son los conocedores natos de la santidad, los
amadores de los santos, los seguidores primeros. Quienes primero siguieron a
Jesús fueron los primeros súbditos y jerarcas de su pobre, errante Reino.
En este punto no nos quedaría sino rogar a Dios para que
nos diese a nosotros y a nuestros lectores la pureza de corazón, y dejar
nosotros de escribir y los lectores de leer: así veríamos mejor a la Beata
Cabrini en su intimidad abrasada y ardiente de Dios.
Pero hay conocimiento y conocimiento. Además del primer y
mejor conocimiento, que es éste de índole espiritual que hemos dicho, propio de
quien “dice la verdad”, y la conoce en la medida en que “dice la verdad”;
además de éste, hay un conocimiento lógico, dialéctico, que de las cosas conoce
la sombra en sus conceptos, sombras que abraza como cosas sólidas. Dios es otra
cosa que nuestro concepto de Dios; dígase esto de todo lo que existe. En
nuestro caso, faltos de la pureza de corazón de un santo, nos serviremos de
agudeza y la atención de la inteligencia para alcanzar y tener un concepto
exacto, una sombra perfecta de la santidad de la Beata Cabrini.
A tal fin, como en todo camino intelectual, tras haber
limpiado el camino de estorbos, veamos de qué ayudas nos podemos valer.
Sepamos ya que la Beata nos dejó pocas observaciones de su itinerarium mentis in Deum, pocas
noticias de su vida profunda, y las pocas que nos quedan, se conservaron contra
su intención y no revelan completamente el fervor de su alma. No sólo celó su
secreto, sino que despistó a quien quisiese espiarla y ver claro.
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