Prefacio a la
selección antológica hecha por Giuseppe De Luca de escritos de la Madre Cabrini
y publicada en 1938 con el título “Palabras sueltas”
La Beata no osó nunca llevar el diario de su alma. No
hablaba; imaginémonos, pues, si habría deseado escribir de su vida interior.
Escondió tan bien a Dios que, por lo que pudiese suponer de gloria para Él,
nunca fue posible, ni siquiera a sus hijas más cercanas, forzar la custodia y
entrever nada de su alma más profunda. Tibi
silentium laus, podría haber sido la divisa de su unión con Dios. No las
palabras, sino los hechos, deben dar testimonio de Dios. También las palabras,
como cualquier otra cosa, pero después de los hechos, y si fuesen necesarias.
La Beata Cabrini fue un alma esencialmente silenciosa.
Habló en la medida en que la acción verdadera lo permitía, es decir, muy poco y
en pocas ocasiones. Su palabra nacía en la acción, y en la acción moría. No se
sabe que hiciese la menor contribución a aquel relámpago de palabras que
iluminó y ofuscó siniestramente, retorciéndose como un infinito fuego de paja,
la anteguerra. No se hablaba más que de paz y estalló la guerra; no se hablaba
más que de la cuestión social y se desbordó el comunismo; no se hablaba más que
de bienestar y llegó la más dura depresión económica que el mundo había
soportado. Entre los católicos no se hablaba más que de ideales y estalló la
más hipócrita de las herejías, el modernismo.
La Beata Cabrini calló y actuó. No dijo nunca nada e hizo
todo.
Por tanto, nos resulta precioso por encima de toda
ponderación este manojito de propósitos, salvado Dios sabe cómo de la
destrucción a la que la Madre sometía todos sus papeles. Se halló en un cuadernito
que reproducimos textualmente, página tras página, sin osar hacer ninguna
alteración ni corrección, en las fechas ni en los fragmentos.
En estas páginas aparecen oraciones estupendas y algunas de
las expresiones más características de la Beata: “Con Dios haré cosas grandes”;
“Hazme el corazón tan amplio como el universo”; “¡Oh, mi Dilecto!, ¿cómo
estás?” El lector no debe dejarse desanimar, de buenas a primeras, por la
sencillez del lenguaje, por el tono modesto y corriente de las observaciones. Deténgase
a considerar y descubrir: encontrará, en palabras, la muestra de la vida
profunda de la Beata.
Ninguna otra vez escucharemos a la Beata cuando se habla a
sí misma y habla de Dios y de su alma. Además de éste, inmediato y probatorio,
no nos queda otro testimonio de su fervor de caridad. Quienes, aun hallándose
ocupados en su cotidiana crucifixión de la virtud por amor a Dios, llamados a
la vida cristiana y a la perfección de la vida cristiana, lean las pocas
descarnadas y robustas páginas de los Propósitos sentirán el deleite que
acompaña a la Gracia: pródromo de la virtud, fruto del amor.
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