IMAGEN DE UN ALMA (10ª Parte)
Prefacio a la selección antológica hecha por Giuseppe De Luca de escritos de la Madre Cabrini y publicada en 1938 con el título “Palabras sueltas”
Obediente a Dios, concorde con muchas otras, la voluntad de
la Madre Cabrini se educó a través de toda una formación de naturaleza
particular. Quiso, para sí y para sus hijas, un severísimo desapego de todo lo
que constituye el vano espectáculo del mundo. Todo lo que en el mundo pudiese
dar testimonio de Dios y ayudar el alma hacia Dios, bien venido. Pero el mundo
se convierte bastante a menudo en un facilísimo cómplice de rebelión contra
Dios; por lo menos, de olvido; cooperan con él la carne o la soberbia. Mejor y
más seguro es ignorarlo.
Separó, pues, su voluntad de la fascinación de los
sentidos. Pero la liberó también de los más íntimos y tremendos lazos de los
sentimientos. Esa vida oscura o a media luz de nuestros sentimientos, que se
esconde en nosotros, súbita, intrincada, potentísima, logró dominarla en sí
misma y la quería dominada en sus hijas. No estudiada, que es tarea de
moralistas y artistas, y tampoco erradicada, que sería culpa y es imposible,
pero sí dominada. El corazón de la mujer, más sujeto a la enfermedad de los
sentimientos, es más capaz, si quiere, de dominar y sanar éstos. No toleraba
ninguna capitulación ante este otro mundo secreto, pero vivísimo, que hay en
nosotros y que a veces nos seduce más que el mundo exterior. Fuera blandas extravagancias,
fuera pesadas tristezas, fuera complacencias sentimentales, bastante más graves
que las complacencias sensibles. Fuera las nostalgias, las vueltas sobre sí
mismo, las indagaciones sobre sí mismo. Fuera, incluso en la plegaria y la
mortificación, esas mórbidas ternuras que nos hacen tan amables a nosotros
mismos, tan dignos de admiración y de solemne piedad. Innumerables pasajes de
sus escritos y actos de su vida nos hablan de la prontitud con que la Beata
cortaba de inmediato, en su primer palpitar en el exterior, estos estados de
ánimo hechos de meros sentimientos. Una Hermana a la que llevó consigo a
América, al saludar a los suyos en el puerto, les explicaba de qué buen grado
hacía el sacrificio de la partida. La Beata la oyó y la interrumpió: “Quédate,
hijita, quédate. Dios no quiere que lleves contigo sacrificios tan graves”[1].
Y la hizo quedarse. La sola sombra en su incauta Hermana de un sentimiento que
la impulsaba a tenerse por sacrificada le pareció indigna de Cristo, que hace y
no echa en cara.
Por este lado, si fuera posible estudiarla como es debido,
la fuerza de la Beata Cabrini tal vez se nos aparecería como fría a nuestro
común sentir. Pero gran parte de la crucifixión cristiana, necesaria a un
cristiano si quiere santificarse, está aquí, y la Beata Cabrini no pretendía
hacer zalamerías o retórica espiritual en el gobierno y el dominio de los
sentimientos. Las hijas suyas que la conocieron hablan de con qué resolución y
exactitud les sorprendía en una pequeña debilidad de este género y cómo la
cortaba inexorablemente, incluso duramente.
La Beata sabía que los sentimientos son una fuerza, una
dulce fuerza, a veces infinitamente poderosa, pero tienen que servir y no
tiranizar el alma, y jamás, en ningún caso, deben alzar la voz.
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