lunes, 10 de octubre de 2016

"Pensamientos y Propósitos" de Santa Francisca Javier Cabrini - 18


IMAGEN DE UN ALMA (15ª Parte)

Prefacio a la selección antológica hecha por Giuseppe De Luca de escritos de la Madre Cabrini y
publicada en 1938 con el título “Palabras sueltas”


Quedan pocas huellas de su trabajo sobre sí, de su enfrentamiento, de su ímpetu. “Tendré el rostro siempre jovial[1]. “El camino del cielo es tan estrecho, pedregoso, espinoso, que nadie puede caminar por él sino volando[2]. Justamente así. Como las grandes aves que no saben caminar y abren de par en par las alas, ella ponía uno tras otro sus pasos laboriosos, pero pronto o se abandonaba al vuelo del Amor o el Amor la arrebataba y desparecía en lo alto por los aires, más allá de nuestra débil vista.
Nunca inerte, siempre voluntariosa, siempre confiada, diríamos que su don característico, el talento que la saca a flote y la distingue es la inmediatez. “Solicita demasiado la Pasión de Cristo para poder resistirse[3].
Inmediatez entre la inteligencia y la voluntad. No se paraba a idolatrar lo visto: quería lo que veía bueno. El bien visto y querido lo cumplía. No entremezclaba indagaciones, complacencias, desatenciones, dispersiones.
Y la misma inmediatez entre el éxito y Dios. Ninguna vanagloria, ninguna porción para sí, ningún empobrecimiento mezquino, nada de satisfacciones ineptas.
Esta inmediatez hizo su corta vida amplísima y tan plena como cien vidas. Rápida y no precipitada, logró quemar cuanto hay de desidioso, de lento, de duro, en nuestro organismo; cuanto de aislante, recurrente e indeciso hay en nuestra alma. La “nave Cristóforo”, que ella soñaba, fue ella misma, y su Congregación con ella.
No había más que un solo Dios, y no debía haber más que un solo amor. El resto es vano.
Como sucede con los santos, con toda su practicidad y concreción, la vida hizo a la Beata Cabrini una criatura no de este mundo. Iba y venía tal como se sale de casa en una noche tormentosa para despachar algún asunto, cuando se tiene mucha prisa por volver. Trabajaba, hacía, creaba, pero con sentimiento por la fugacidad del tiempo, por la precariedad del mundo, por la inconsistencia de esta vida que atemoriza y turba. Breve la vida, pequeño el mundo, no sólo no pueden contener a Dios, sino tampoco nuestra alma.
Del veloz y laborioso paso de la Beata por esta tierra nació, además de una sensación de grandeza y celeridad, casi de destello, una sensación de pesadumbre, casi de llanto, para nosotros, que todavía estamos en este crepúsculo matutino de la eternidad que es el tiempo; ¡y somos tan tardos, tan ineptos, casi entumecidos y semivivos!

Roma, 27 de octubre 1938.

Giuseppe de Luca

[1] Ibíd., pág. 143.
[2] Ibíd., pág. 136.
[3] Ibíd., pág. 153.

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