lunes, 3 de octubre de 2016

"Pensamientos y Propósitos" de Santa Francisca Javier Cabrini - 17


IMAGEN DE UN ALMA (14ª Parte)

Prefacio a la selección antológica hecha por Giuseppe De Luca de escritos de la Madre Cabrini y
publicada en 1938 con el título “Palabras sueltas”

Jesús había fundado el Instituto, Jesús lo gobernaba, Jesús lo difundía. Jesús, Jesús, Jesús, siempre resuena Jesús en sus páginas, como resonaba en su alma enamorada. Se ha echado la cuenta de las veces que San Pablo nombra a Jesús; esta divina obsesión de Jesús es el secreto del poder y de la confianza de Pablo. “Vivo, pero no yo; vive Cristo en mí”. De este temple era la Beata Cabrini: vivía, pero no vivía ella: vivía Jesús en ella.
He aquí el premio del amor que lleva a Jesús: una desmesurada confianza en Él; su presencia en el alma amante; su omnipresencia, que oscurece cualquier otra presencia, hasta la del alma.
La Beata Cabrini no se sintió a sí misma más que como pecadora. Sus pecados eran no nuestros grandes pecados, que a ella le habrían parecido inconmensurables traiciones y delitos, sino su infidelidad, sus fallos, la insuficiencia de su amor de Cristo. Se sentía como un grumo de materia y de sombra en la gran luz de Cristo; un pequeño ser ininflamable e irresoluble en el gran fuego; un punto de peso, de resistencia, casi de rebelión. Más se daba, y siempre quedaba algo por dar: le parecía que su amor propio no estaba nunca domado de pleno, siempre allí, agazapado, siempre dispuesto a lanzarse contra el Amor. Y se volvía hacia este amor propio como contra el peor enemigo del Amor cada vez que tornaba a estudiarse en los retiros, en los ejercicios, en las meditaciones.
No ya tristeza ni fastidio de sí, ni siquiera confianza sentía hacia sí. La tristeza y el fastidio de sí son amor propio. No hacía de su humanidad como una persona trágica, de inmensa infelicidad: no actuaba, no se dirigía a sí misma como una actriz que de su culpa representada hace su gloria.
Hoy los escritores más grandes (y más alejados de Dios) son grandes por haber sabido dar a nuestra humanidad un aura de dolorosa actriz, en medio de lo creado, desesperada de su inútil dolor. Casi reprochan a Dios tanta tristeza de los hombres, su pecado, su miseria incurable, su muerte.
Pero estos escritores no conocen a Dios y no lo aman. La Beata Cabrini lo hacía bastante mejor que ellos. No se dolía de ser mísera, no sentía celos de Dios, no quería ser Dios contra Dios. Vivía de la gloria de Él, como una esposa. Y por amor de la gloria de Dios tenía alegría, no despecho, de ser pobre, enferma, inútil, pecadora.
De aquí la indecible ternura de Jesús. Aunque se contuviese, se le escapan expresiones reveladoras: “Vuestro nombre, ¡oh Jesús!, no es un nombre vano, sino un nombre seguro”[1]. En este grito está toda la alegría del amor inmenso, que sabe que no se pierde, sabe darse a Alguien que es “seguro”.
Amaba vivir “en gran recogimiento, en profundo silencio de noche tranquila”[2].
Jesús era su alimento, vivía de Jesús. “Tan suavemente y fuertemente me sacia”[3], decía de Jesús, que la ajustaba y desordenaba. “Jesús, este sol divino”, dice en un punto en el que también habla con una audacia de expresión nueva de “plegaria de intelectuales”[4].
En realidad, nos vemos obligados a renunciar a cualquier indagación o intento de indagación acerca de su vida mística. “Envuelta, consumida por tu santo Amor, Jesús”[5]: este compromiso, esta consumación, permanecen y permanecerán siempre ignorados por nosotros.
* * *

[1] Esta obra, pág. 151.
[2] Ibíd., pág. 149.
[3] Ibíd., pág. 151.
[4] Tra un’onda e l’altra, o. c., pág. 275.
[5]  Esta obra, pág. 152.

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