MI RETIRO
En el segundo
día de Cuaresma
1883
Me parece encontrarme
como aplastada por una montaña de pecados, y esto me entristece hasta el punto
de no saber qué hacer. Ni en Dios ni en mis superiores me parece encontrar esa
fuerza que en tan tremendos instantes necesita mi alma. ¡Dios mío, qué
tristeza!
Pero en el
fondo del alma siento que mi Jesús me infunde continuamente una chispa de ánimo
y me dice con voz casi perceptible:
–Sígueme, que
yo estuve por ti triste hasta la muerte.
–Sí, Jesús
mío, quiero seguiros sometiéndome enteramente a vuestra justísima voluntad y
procuraré soportar estas penas internas para aliviar, oh mi amable Jesús, las
tremendas penas que vuestro dulce corazón sufrió en el Huerto de los Olivos a
la vista de los pecados de todo el mundo (Mc 14,33)
, y especialmente de los míos, que os
producirían más acerbo dolor por ser de un alma tan favorecida por Vos en toda
su vida, especialmente al elegirla como vuestra esposa. Me mostraré con todos
siempre alegre, ocultando mis penas por vuestro amor.
Sabré
compadecer y corregir con suavidad a mis Hermanas para hacerles más ligero el
suave yugo de vuestro servicio.
Soportaré con
gusto la gran pena que siento por tener que comer por obediencia cosas
diferentes a las de la comunidad, y esto para suplir los ayunos y las
penitencias que no puedo hacer.
Jesús mío, socorredme; liberadme de todos mis enemigos espirituales y modelad mi alma según vuestro beneplácito.
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