jueves, 27 de junio de 2019

Con la mirada en el futuro





Con la mirada en el futuro
Sr. Eliane Azevedo, MSC

Entrever el futuro de la Misión cabriniana en la Iglesia y en el mundo
es soñar con los pies en el presente, echando un vistazo al pasado
y con la mente, el corazón y la voluntad abiertos al mañana.

En tiempos de grandes cambios y ante los retos de un mundo complejo y plural, nosotras, Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús y los laicos/as cabrinianos, estamos llamados a dar una respuesta evangélica, redescubriendo el significado más profundo de ser “discípulos misioneros de Jesús en el carisma cabriniano para que todos tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).

Ante la realidad de cada país, hay preguntas existenciales y misioneras que tocan la esencia de nuestras vidas: “¿Qué mañana? ¿Qué futuro?” Preguntas apoyadas por la fe-palabra, por la fe-experiencia y por la fe-práctica. Preguntas que pueden abrir nuevos horizontes de vida en la misión, haciendo revivir el deseo de beber en las fuentes de la profecía, fieles a la centralidad de la Palabra de Dios como referente del camino hacia el futuro.

Religiosas y laicos/as que comparten el carisma cabriniano, necesitan hacer suyas las nuevas sensibilidades, en busca del verdadero significado de la vida dada, mediante la escucha de la Palabra de Dios y los signos de los tiempos.

Pero, ¿qué es el futuro?

La palabra “futuro”, del latín “futurae”, se refiere al intervalo de tiempo que comienza después del presente, y a algo que sucederá y que no tiene un fin definitivo. El ser humano, por naturaleza, es un ser futurista, proyectado hacia el futuro. La palabra “futuro” sugiere una línea de reflexiones sobre el pasado, el presente y el futuro mismo. Hacia el futuro está dentro de nosotros y nosotros somos el pasado, presente y futuro. Esta integración temporal es un punto de partida para las diversas reflexiones, y favorece una extensión de nuestra mente para el uso de las informaciones y las experiencias de vida que conducen a la toma de decisiones responsables en el presente con vistas al mañana.

Pero, ¿de qué futuro estamos hablando?

Un futuro que es el resultado de las decisiones del presente, teniendo en cuenta que siempre habrá una tensión entre el presente y el futuro. Pero el futuro implica planificar y actuar de manera responsable con el objetivo de que todos mejoren. El futuro depende de la imagen que la persona o la institución tenga de sí mismo y de los esfuerzos que haga para llegar adonde quiere llegar. Este es un proceso dinámico, creativo, que requiere el valor de abandonar una mentalidad de “posesión”, cerrada en estructuras del pasado, y comenzar un camino lleno de opciones y decisiones por encima de los intereses individuales.



¿Qué puedo hacer para que el futuro sea mejor?

Vivir el presente, aquí y ahora, con sabiduría, cultivando la capacidad de gestionar de forma inteligente el pasado y preparando el futuro con esperanza. Los sabios abren sus mentes a una amplia gama de informaciones, reflexiones y posibilidades, aprenden con humildad la manera de hacer opciones y tomar decisiones responsables que promueven la cultura del encuentro y una vida digna para todos.


Por último, conscientes de la situación político-social-religiosa-económica del mundo en el que vivimos y de las consecuencias que han provocado una cultura capitalista y una cultura del ser humano “desechable”, es urgente llevar a cabo acciones dirigidas a promover el desarrollo de la conciencia crítica, la lucha por los derechos humanos, la conversión pastoral y ecológica, la defensa de la vida en los diversos espacios de inserción misionera cabriniana.

El mundo de hoy está viviendo un momento de grandes transformaciones y cambios marcados por las nuevas plataformas de comunicación, las nuevas tecnologías y también por el individualismo, el consumismo y otros aspectos que influyen directa e indirectamente en la vida misionera cabriniana, desafiando su profetismo en la realidad actual.

El Papa Francisco en su Exhortación Apostólica confirma los valores que sostienen la vida de los cristianos en medio de tanta incertidumbre contradicciones, pobreza, exclusión, degradación ecológica y humana. Se dirige a religiosos y laicos con el deseo de despertar en ellos una respuesta evangélica con realismo y esperanza.

Así, con los ojos fijos en Jesús, se aprende a construir el futuro en el presente. Ciertamente, de este aprendizaje nacerán los frutos de la alegría del Evangelio que despierte al mundo a una sana convivencia que promueva una comunión mística.

Para el futuro es necesaria una base espiritual que recuerde el pasado con gratitud, que viva el presente con pasión y que abrace el futuro con esperanza.

Se han entregado muchas vidas, se ha avanzado mucho y, en el Año del Centenario Cabriniano, las Hermanas y los Laicos celebran con agradecimiento a Dios el carisma fundacional del Instituto de las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús; intentan crecer en el valor misionero del presente y esperan el futuro a la luz de la esperanza cristiana, conscientes de que de la muerte nace la vida, de la experiencia de la cruz brota la madurez, de la lucha surge la victoria, y de la oscuridad de la fe llega la luz verdadera.

Como cristianos, por el Bautismo estamos llamados por Dios a aprender a ver el futuro con fe, también para las personas que nos rodean, y con la esperanza profética que da frutos para toda la humanidad.

El Papa Benedicto XVI hablando de la esperanza cristiana, era consciente del poder antropológico de la esperanza; afirmaba que el verdadero objetivo de la esperanza no es la vida eterna, sino la vida feliz La dimensión divina y humana de Jesús expresa los valores de la fe, la esperanza, el amor y la felicidad como frutos de una experiencia de oración con el Padre y de una mirada contemplativa de la realidad. El camino que conduce al futuro nos invita a la alegría de vivir la experiencia de Dios y el encuentro con los hermanos, aprendiendo cada día a asumir la responsabilidad en la vida y en la misión.

Creo que el futuro cabriniano está tomando forma con la audacia de religiosas y laicos que desarrollan el Carisma y lo dejan como herencia a la humanidad. Esta herencia es un proyecto de vida que tiene como principio básico el amor misionero de Jesús, cuyo objetivo es el compromiso de la solidaridad evangélica, como expresión de una vida de fe en la acción del Espíritu de Dios y en la protección maternal de la Madre de todas las Gracias. Este futuro generado por este presente, llama a todos a recorrer el camino de la mística, de la profecía y de la esperanza creativa. De esta manera, el futuro así entendido ayuda a asumir una opción preferencial por los pobres, centrándose en relaciones fraternas humanizantes y en la creación de redes en continuo proceso de reconfiguración de la vida consagrada cabriniana y de maduración del sentido de pertenencia de los laicos en la actividad misionera del Instituto y de la Iglesia.
La misión, como razón de ser y de obrar del Instituto de las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús en el mundo, es compartir el amor de Jesucristo en el mundo, como discípulos misioneros comprometidos en la promoción de la vida humana y socio-ambiental. Este significado se expresa en los pensamientos de Madre Cabrini: “Si el Corazón de Jesús me concediera los medios para construir un barco, entonces fundaría sobre el mar la “casa Cristóforo” (portadora de Cristo) y surcaría todos los mares con una comunidad, pequeña o grande, para llevar el nombre de Cristo a todos los pueblos…”

Mirando la misión soñada por Madre Cabrini y su realización, nos damos cuenta de que ella era una mujer de su tiempo, contemplativa, de gran visión cristiana, que realizó muchos viajes que aún hoy dan frutos en la historia de la humanidad. Madre Cabrini supo mirar al futuro en busca de estrategias para generar las condiciones que pudieran traer beneficios a los inmigrantes y a todas las personas, proyectando una misión más allá de las fronteras, teniendo en cuenta la realidad, con objetivos realistas y buscando los medios para lograr lo que había programado. Pero no permaneció anclada en su presente. Entrevió el futuro y luchó para convertirlo en realidad. En su posición de líder del Instituto de las Misioneras del Sagrado Corazón, demostró su capacidad de motivar a las Hermanas y guiarlas en la comunión misionera; fue una promotora inteligente al presentar el proyecto del Instituto en diversos países con una mirada de esperanza. Por eso fue proclamada “Misionera de la Nueva Evangelización”.

Todo lo que Madre Cabrini realizó tuvo consecuencias para el futuro del Instituto: “Para la mayor Gloria del Sagrado Corazón de Jesús”. Todo lo que nosotros, religiosas y laicos, hagamos en el presente, tendrá consecuencias en el futuro de nuestro Instituto, en la Iglesia y en el mundo.

La visión -imagen del futuro deseado por el Instituto- es ser una institución religiosa misionera conocida por sus actividades de defensa y promoción de la vida (en el ámbito de la salud, educación cultura, proyectos sociales y pastorales), realizadas con fidelidad creativa al Carisma cabriniano e integradas en la Espiritualidad del Sagrado Corazón de Jesús.

Los valores fundacionales de nuestras acciones en el presente y para el futuro son “la misericordia y la compasión” el amor sensible a las necesidades de las personas; la “sencillez dialogante”; una manera de ser y de vivir más cerca de las personas, en busca de una vida mejor para todos. También es necesario vivir la “justicia solidaria”, tener una conciencia crítica de la realidad, promover una cultura de relaciones justas y fraternas, para contribuir a la unidad de todos. Y también: el “espíritu comunitario”, el compromiso de vivir y promover la experiencia de comunión en la diversidad, la ética en la construcción del bien común; la “responsabilidad” del don que recibimos de Dios para cuidar de lo que Él pone en nuestras manos.

De esta manera, inmersas en la realidad socio-cultural, caminamos hacia el futuro repitiendo el lema paulino, vivido por la Madre Cabrini: “Todo lo puedo en aquél que me da la fuerza” (Flp 4,13).

Confiamos que, “este es el tiempo favorable” (2Cor 6,2), y reconocemos el poder de la Palabra de Dios en nuestra vida y en la misión.  He aquí que estoy a punto de hacer algo nuevo” (Is 43,19). En todo damos gracias a Dios.



Con María cantamos un Magnificat cabriniano para el futuro:

El Señor ha hecho grandes cosas en nosotros, santificado sea su nombre.
El Señor fortalece nuestros pasos en la vida del presente para el futuro.
El Señor nos abre los ojos y los oídos para realizar acciones de solidaridad en apoyo de los que más sufren de la sociedad.
El Señor sostiene nuestros pies y nuestras manos para seguir adelante anunciando el proyecto de vida de Jesús misionero.
El Señor abre nuestros labios para cantar la alegría y la felicidad de anunciar la Buena Nueva a todos.
Nuestro corazón se alegra en Dios, nuestro Salvador y luz de nuestra vida en el pasado, presente y futuro.
El Señor ha hecho y hace en nosotros grandes cosas.
Bendita sea su presencia revitalizante en nosotros, religiosas y laicos en el carisma cabriniano, para compartir el amor de Cristo en el mundo en el que vivimos”.

La esperanza en el mañana se realiza en la vida de hoy y, por lo tanto, ¡caminemos con los ojos fijos en Jesús! ¡Nuestro futuro está en las manos de Dios!





viernes, 21 de junio de 2019

Un mensaje de profunda espiritualidad





Santa Francisca Cabrini
un mensaje de profunda espiritualidad
Antonella Lumini

Un siglo después de su muerte, la comparación con una figura como la de Francisca Cabrini produce una especie de malestar, mayor aún si nos preguntamos qué tenemos que hacer en un mundo como el actual. ¿Cómo ir adelante? ¿cómo extraer de esta experiencia tan poderosa inspiraciones válidas para la realidad actual?
Es esencial profundizar en sus escritos, depositarios de lo que estaba detrás de su obra, las huellas vivas de todos los aspectos internos que sostuvieron su intenso camino de fe. Giuseppe De Luca observa: “La beata Cabrini fue, esencialmente, alma silenciosa. Habló en la medida en que la acción real lo requería, es decir, muy poco, entre los pocos [...] calló y actuó[1]. Como documentan María Regina Canale, Lucetta Scaraffia y María Barbagallo, autoras de sus principales biografías, la vida activa de la Santa está profundamente arraigada en su vida espiritual y de forma absolutamente inseparable.
Reconstruir la historia significa al mismo tiempo intentar trazar el intenso itinerario interior, indagando en la gran cantidad de páginas constituidas por las 2056 cartas que forman el Epistolario, las Memorias de la Fundación, las Strenne (publicaciones editadas a principios de diciembre); en los relatos de los viajes, escritos dirigidos a sus hijas, verdaderos cuadernos de bitácora que testimonian la riqueza de lo que puede, a todos los efectos, definirse como una experiencia mística; o bien los Pensamientos y propósitos, destinados a ella misma y nunca pensados para un público más amplio.
Lo extraordinario de su obra radica en su vida interior, se comprueba una vez más que, detrás de cada vida activa intensa, se esconde siempre una vida contemplativa igualmente intensa. Son dos planos, inseparablemente unidos, los que le permiten a la Santa superar los obstáculos, conflictos, peligros, encontrando en cada momento un nuevo equilibrio capaz de darle la fuerza para volver a comenzar. No se planteaba, en absoluto, renunciar para protegerse a sí misma; sino que lo normal era consumirse sin medida en las situaciones que se presentaban y que exigían respuestas. Ciertamente, no se trataba de activismo o eficientismo, sino de pura obediencia a una orden superior.
Su actuar “ardientemente y velozmente” brota de la liberación de todo apego y de una obediencia absoluta a la voluntad divina que le permite obrar como volando. La Madre Cabrini resume este estado interior con la famosa frase “liberados y poneos las alas[2]. Explicará que las dos alas que permiten a la hermana misionera volar “al monte sagrado de la perfección” son la humildad y la sencillez.
La voluntad divina es el orden inherente a la creación misma, el orden del amor. Penetra en la corriente de la fuerza creadora, en la onda de lo maravilloso donde todo es un milagro. Pide, por tanto, la sencillez y la humildad de la inocencia creatural. Pide que no nos detengan las resistencias y las complicaciones, es decir, los repliegues del amor propio que esclavizan y ralentizan el camino de la sanación y liberación. Como sabemos, la espiritualidad de la Santa está incardinada en la devoción al Sagrado Corazón de Jesús; pero, como señala Lucetta Scaraffia, va más allá de la relación basada principalmente en el celo. El Sagrado Corazón se convierte en “un instrumento de meditación, un camino místico hacia la santidad. [...] se convierte para ella en una especie de lugar místico, de celda monástica móvil, en la que retirarse para sacar fuerza y coraje[3].
Reinterpreta la devoción que implica la distancia del objeto amado, en una relación dinámica que tiende a la fusión: “El amor de Dios triunfa, sobre todo es un fuego que asume al objeto y lo convierte en fuego[4].
A través del Sagrado Corazón, establece una relación íntima con Jesús, siempre presente en su celda interior. Sor María Barbagallo deja claro el valor simbólico del corazón como centro, “fuente de la que irradia la energía[5]” que, en su dimensión cósmica se convierte en “el Principio[6].
Madre Cabrini capta explícitamente este significado: “Procurad mantener vuestro espíritu fijo en Dios, y haced cuanto esté en vuestra mano, que vuestro corazón esté centrado en Él[7]”. Y aún más: “Procuraré tener continuamente los ojos fijos en la presencia de Dios y mi corazón hará cuanto pueda, para perderse en ese océano de amor como en su centro[8]. La unión íntima de su corazón con el Sagrado Corazón de Jesús opera la transformación salvífica y redentora, purificando todas las distorsiones por el contacto con la fuerza del divino amor: “Oh adorable Corazón de mi Jesús, [...] eres el horno ardiente del Divino Amor y por eso te suplico humilde y ardientemente, que quemes todas las imperfecciones y miserias que me hacen indigna de ofrecerme como holocausto para tu amor[9].

La unión mística pasa por este único centro que funde el corazón humano en el corazón divino de Jesús sumergiéndolo en el ardor del amor que santifica la humanidad de la criatura ofrecida, liberada de toda resistencia. Esta acción santificante, que se activa en la humanidad desnuda de cuantos se ofrecen, se convierte a su vez, en redentora porque se transforma en instrumento del amor divino, fuente de calidad que se derrama sobre todos los seres humanos: “El que no es santo, nunca santificará a nadie. Quien sea santo embalsamará el aire a su alrededor, y todos los que se acerquen, sentirán el aliento de algo que santifica[10]. Por eso, como subraya también la madre Barbagallo, “otra simbología que surge del Sagrado Corazón es la de los ríos de agua viva[11]”. El corazón traspasado se convierte en la imagen más elocuente de la misericordia. La divina humanidad de Jesús, por este acto de amor absoluto que ofrece todo, hasta la esencia contenida en el corazón, revela al mundo el amor infinito del Padre. El corazón traspasado del Hijo, del que fluyen el agua y la sangre, se convierte en manifestación cósmica de la fuente inagotable de la que brota la vida. En este acto absoluto de amor, la humanidad del Hijo da rienda suelta a toda la potencia del amor divino del Padre que, a través de esa transfixión, se derrama sobre todo el género humano siendo fecunda en los corazones de cuantos se abren y confían.
Es evidente que Madre Cabrini vivió esta experiencia. El rasgo originario que caracteriza su vida interior es, así, la experiencia mística. El contacto directo con la vida del Espíritu Santo le permite entregarse y abandonarse incondicionalmente: “Los misterios inefables que el Espíritu Santo obra en nuestras almas, nos están completamente ocultos, ya que son operaciones divinas impenetrables para el ojo humano y, a menudo, también para los de los ángeles. [...] El Espíritu Santo es un sol, cuya luz se refleja en las almas justas, es un océano sin fondo, sin orilla, cuyas aguas son hermosas, brillantes, cristalinas, vitales, y se difunde continua y abundantemente en las almas que por su parte no ponen obstáculos, no contradicen al Espíritu Paráclito[12].
La realidad de una fuerte vida interior se revela en Francisca desde niña y la forja en lo profundo madurando a través de las vicisitudes de una vida fuertemente probada. La sostiene la vida familiar, firme en la fe, que la educa en el amor desde la primera infancia. Señala María Regina Canale: “Es evidente que la acción misteriosa de la gracia se insertó en las disposiciones naturales de la niña y potenció su sensibilidad, ya orientada por los ejemplos familiares, y la guió a sentir las mociones del Espíritu en la búsqueda de Dios[13]. Pero influye también el sufrimiento por su mala salud, que pronto se convertirá en un sufrimiento interior, en la medida que Francisca siente la imposibilidad de realizar su sueño de vida misionera y luego también de vida religiosa. Los rechazos recibidos, teniendo en cuenta su especial sensibilidad hacia el misterio, se graban profundamente en ella en largos años de oscuridad, forjando su estructura interior y purificándola de cualquier sentimentalismo derivado del amor propio.
Scaraffia observa: “Su verdadero destino se abrió luego a través de continuas dificultades y decepciones que hicieron de esta primera parte de su vida una especie de preparación y purificación, antes del gran salto hacia su Instituto con todas sus Misioneras[14]. Había aprendido de los acontecimientos de la vida a no quejarse por el sufrimiento, soportándolo todo con paciencia y fortaleza. Así creció en ella la vida del Espíritu. A Sor Saverio de María le contó que lo experimentó por primera vez el día de la Confirmación: “¡Noté al Espíritu Santo descender sobre mí! - Entonces le pregunté: - ¿Qué sentiste? - Y ella contestó: - No sé, no lo puedo explicar, pero lo sentí[15].
La efusión del espíritu la abre a la experiencia mística. Relata también otro suceso ocurrido
el día de su profesión religiosa: “Nuestra alma se llenó de dones y recibió un nuevo bautismo todo de fuego divino. La alegría del espíritu Santo, que ya nos había alegrado abundantemente en el hermoso día de la Confirmación, se derramó generosamente para llenar de júbilo celestial nuestro corazón[16]. Cuando la vida del Espíritu obra en la humanidad desnuda, conforma las acciones a la medida creadora del Verbo volviéndola también creadora. Así se transforman las vidas personales de los individuos y, por ellos, el destino de los pueblos. “Nuestro espíritu sea puro, desinteresado, humilde, dócil, y así veréis qué hermosas son las acciones del Espíritu Divino en nuestros corazones. Es una obra que provoca éxtasis de admiración incluso a las inteligencias angélicas. Es una obra digna de la sabiduría y de la bondad infinita de Dios; este Espíritu obra, ora, lucha con nosotros, nos ilumina, nos instruye, nos anima, nos conforta con sus luces abundantes y eternas, con sus mociones e impulsos hacia toda su obra santa[17].
En conclusión, de este camino trazado por la Patrona de los Emigrantes, se puede afirmar que la misión, tal vez hoy más que nunca, nos pide encarnar la llamada del Espíritu y luego, ante todo, ponerse a la escucha. El Espíritu Santo habla en el silencio. Entrar en la celda interior es cada vez más necesario para oír la voz. Y esta voz habla en los corazones de los que se preparan para abrirse al amor encarnado de la divina humanidad de Jesús. Cultivar el silencio y la escucha interior abre a la experiencia mística, que no es sólo exclusiva de figuras extraordinarias, sino la vía directa ofrecida en el Evangelio para los que siguen los pasos del único Maestro y acogen el don de su Santo Espíritu. Cada creyente es en sí mismo un misionero si acoge en silencio la voz del Espíritu y va, en pura obediencia, donde siente que se le envía. Esta es la enseñanza de Santa Francisca Cabrini. Su caminar “ardientemente y velozmente” deriva de esta relación directa, sin mediación, con el Espíritu Santo que purifica, libera de todas las esclavitudes que atan y ralentizan la acción. Recuerda el “aquí estoy” del hombre bíblico, la respuesta inmediata, sin cavilaciones, cada vez más urgente y a la vez más difícil en un mundo donde es tan grande la fuerza del ruido y el caos. Recibe el empuje del amor ardiente que emana del corazón humano cuando se funde en el corazón divino y se une al momento eterno donde la obra creadora está siempre actuando.




[1] G. De Luca, Madre Cabrini, La Santa degli Emigranti, Ed. Storia e Letteratura, Roma, 2000
[2] F. Cabrini, Tra un’onda e l’altra, Roma, Centro Cabriniano, 1980, p. 22
[3] L. Scaraffia, Francesca Cabrini. Tra la terra e il cielo, Milán 2003, p. 87
[4] F. Cabrini, Pensieri e propositi, p. 143
[5] Itinerario di spiritualità cabriniana. Scioglietevi e mettete le ali, a cargo de Sor María Barbagallo, Codogno, 2011, p. 65
[6] Ibidem.
[7] F. Cabrini, Stella del mattino, Roma, Centro Cabriniano, 1987, p. 116, n. 12
[8] F. Cabrini, Pensieri e propositi, p. 142
[9] Ibid., p. 164
[10] F. Cabrini, Tra un’onda e l’altra, p. 96
[11] Itinerario di spiritualità cabriniana, p. 66
[12] F. Cabrini, Tra un’onda e l’altra, p. 229
[13] María Regina Canale, La gloria del Cuore di Gesù nella spiritualità di Sta. Francesca S. Cabrini, Roma, Centro Cabriniano, 1990, p. 117
[14] L. Scaraffia, op. cit., p. 16
[15] Sr. M. Regina Canale, op. cit., p. 118
[16] Ibid., p. 121
[17] F. Cabrini, Tra un’onda e l’altra, p. 97-98

jueves, 13 de junio de 2019

La monja de la maleta




La monja de la maleta
Lucetta Scaraffia

Su símbolo sería una maleta lo saben bien las Hermanas del Instituto fundado por ella hace apenas 137 años, y que han expuesto su maleta de cuero, gastada por mil viajes, en el museo que le han dedicado en la casa Madre de Codogno.


Porque son muchos los viajes que hizo esta mujer lombarda, frágil pero decidida, dedicando su vida a ayudar a los inmigrantes italianos que en esos años viajaban llenos de esperanza a las Américas.

Francisca Cabrini había recibido esa misión del Papa León XIII, y para realizarla se hizo una migrante entre los migrantes. Partió de El Havre (Francia) con siete Hermanas en 1889 -ella que no conocía el mar, como la mayoría de las mujeres y hombres amontonados en tercera clase- y ya durante la travesía comenzó a darse cuenta de las terribles condiciones en las que vivían los emigrantes. Al igual que ellos, pensaba encontrar un alojamiento cómodo y una ayuda al llegar a Nueva York, pero le esperaba una amarga decepción.

Los padres Scalabrinianos que la esperaban al llegar, comenzaron diciendo que no la esperaban tan pronto y que su alojamiento todavía no estaba preparado. Al día siguiente, después de haber descansado en condiciones insalubres en una posada, llevada ante el arzobispo Corrigan, se encontró con que la situación era aún peor: el Prelado les ordenó regresar en el mismo barco, porque los católicos irlandeses, a los que el pertenecía, no querían con ellos a monjas italianas.

Los irlandeses, de hecho, establecidos ya en América durante décadas, rechazaban la llegada de otros católicos pobres, sucios, ignorantes, como los inmigrantes italianos. Tampoco les permitían entrar en sus iglesias.

Esta experiencia sólo sirvió para confirmar aún más a Francisca Cabrini cuánto se necesitaba su presencia. Ella, sin protección y sin saber una palabra de inglés, se puso inmediatamente a trabajar para encontrar una casa digna, benefactores ricos que financiasen sus escuelas y sus orfanatos, aunque para ello tuviera que superar un muro de dificultades. Nada le era favorable, todo parecía conspirar contra su proyecto: pero en las dificultades y en las desilusiones, no veía obstáculos, sino pruebas espirituales para purificar sus intenciones y para poner unos cimientos más sólidos a su obra.


“Habían oído -escriben las hermanas en sus memorias- observaciones y opiniones que, de haberles hecho caso, habrían destruido la obra y, en general, la idea de hacer el bien a los pobres italianos. También se oía hablar del odio que se tiene aquí a los italianos y a sus escuelas, las grandes dificultades que habría que vencer… Si la reverenda Madre General hubiese sido una mujer de espíritu débil, ciertamente habría podido renunciar a todo y marcharse de inmediato”. Por su parte, Cabrini escribió: “Aquí no soportan ver a los italianos”. Pero, pasara lo que pasara, Francisca estaba segura de que, confiando plenamente en el Corazón de Jesús, en el momento adecuado no faltarían los resultados positivos: enseñaba a las Hermanas que “una misión irá muy bien cuando encuentra tanta oposición”.
Se movió en dos direcciones: por un lado, visitar a los pobres y comprender sus necesidades; por otro tratar de conocer a la sociedad estadounidense mediante reuniones específicas. Aquí nacieron sus grandes amores: los pobres italianos ignorantes y humillados, sin protección y sin ayuda; y también los Estados Unidos, un país al que enseguida vio lleno de perspectivas de realización, de apertura a los que llegaban. Por su actitud franca, porque iba directa a lo esencial, por su concreción, se hizo amar muy pronto por los estadounidenses. El camino para la redención de los inmigrantes italianos estaba claro: transformar un ejército de italianos ignorantes y pobres en estimados ciudadanos americanos. Así logró convertir a enemigos –como el arzobispo Corrigan- en benefactores, que la ayudaron en la construcción de los primeros orfanatos y de las primeras escuelas.

Francisca, de hecho, no buscaba la caridad, sino que sabía implicar a sus interlocutores proponiendo inversiones en obras de asistencia que, gracias a su habilidad como administradora, se convertirían en prósperas instituciones. El dinero se da más a gusto a quienes demuestran que saben usarlo bien. Sus obras, que unían siempre la dimensión caritativa y los servicios de pago, se gestionaban como empresas, y por tanto, con seguridad, obtendrían un beneficio que se invertiría inmediatamente en otras fundaciones.

Este tipo de integración en la sociedad americana -al principio casi no tenía cobertura institucional ni dinero-, era muy similar al que vivían los inmigrantes, y esta experiencia fue muy valiosa en el descubrimiento de estrategias para ayudarlos. Como revelan las palabras declaradas en una entrevista al diario “The Sun” unos pocos meses después de su llegada: “Nuestro objetivo es sacar a los huérfanos italianos de la miseria y de los peligros que les amenazan en la ciudad y hacer de ellos hombres buenos”.

Efectivamente, Madre Cabrini elaboró un modelo de integración para los inmigrantes -un modelo que seguirán ella misma y, por supuesto, sus Hermanas. En 1909 obtendrá la ciudadanía estadounidense. La nueva identidad estadounidense podía coexistir con la italiana originaria gracias a su pertenencia a la religión católica. Sólo la universalidad del catolicismo, según ella, garantizaba la continuidad entre la situación de partida y la de llegada.

Aunque la vida para los italianos y para los católicos en general, era bastante dura, Francisca aprovechó en el nuevo mundo las posibilidades reales de afirmación e integración, vio el lado positivo de la libertad y cómo la coexistencia de diferentes religiones garantizaba una tolerancia que Europa, enferma de intolerancia anticlerical, ya no aseguraba. De cada casa fundada por ella, partía una red de iniciativas hacia el barrio, que incluía la escuela parroquial y la visita a las familias. Las Hermanas no sólo llevaban comida y ropa a los más necesitados, sino que también animaban a bautizar a los niños, a regularizar los matrimonios en la iglesia y a la vuelta a la práctica de la religión católica.

Los inmigrantes en dificultades sabían que podían contactar con el convento para solicitar ayuda, sabían que las Hermanas ayudaban a los desempleados a encontrar un trabajo, acogían a los niños sin familia y aseguraban la asistencia jurídica a las familias pobres que lo necesitaban. Si era necesario también ayudaban a los que deseaban ser repatriados. En cada escuela había una secretaría que ayudaba a los inmigrantes a escribir a casa, a hacer los trámites burocráticos, a contactar con las instituciones del país de origen. El modo de intervención cambiaba según las necesidades y características del lugar de asentamiento. En Nueva Orleans, por ejemplo, donde un duro episodio de violencia había generado una ola de espíritu anti-italiano, la Madre logró recuperar la estima y la admiración de los ciudadanos amantes de la música, haciendo cantar Verdi durante una procesión.


Su estrategia era utilizar el italiano con los inmigrantes: en italiano eran los servicios religiosos y las representaciones teatrales en las escuelas; italiano era también el personal de los hospitales y, en parte, la enseñanza en las escuelas. Pero su constante preocupación era asegurar en cada escuela una buena enseñanza en el idioma local para facilitar la inserción.
Las religiosas cuidaban también a los presos, el grupo más desgraciado de los inmigrantes italianos: “Era una escena conmovedora ver a más de un centenar de hombres, rotos por todos los vicios, pendientes como niños de la boca de una monja humilde, para aprender lo que quizá nunca habían conocido, plantear objeciones y preguntar para comprender mejor y saber más”, escribió una cabriniana.

Ya fueran minas o cárceles, Madre Cabrini no tenía miedo de enviar a sus Hermanas -armadas sólo con su caridad- a lugares terribles donde pocas mujeres se atrevían a entrar. El hábito religioso no siempre era una defensa, pero conseguían ser aceptadas por estos desgraciados dirigiéndose a ellos en italiano, con dulzura y mostrando, con sencillez y paciencia, un sincero interés por sus almas. Para muchos mineros o presos, la voz de las Hermanas y su sonrisa eran el primer contacto humano después de meses de trabajo y humillaciones, de aislamiento y desesperación. Su objetivo era dar dignidad y esperanza también a esos grupos marginales de desesperados para quienes la emigración había sido un fracaso.

En algunos casos las cabrinianas lograron también obtener la revisión de los procesos con resultados favorables para los condenados, penalizados por el desconocimiento de la lengua inglesa que no les permitía defenderse. Para abrir una escuela, un orfanato o un hospital destinados a los inmigrantes, Madre Cabrini siempre elegía lugares bellos, edificios amplios y luminosos, al ser posible rodeados de amplios espacios verdes. Así, los últimos se convertían en los primeros. Pero también de esta manera quería disipar las voces negativas que pesaban sobre la comunidad italiana y la hacían poco aceptada y poco valorada por los otros grupos étnicos, especialmente por los irlandeses. Los hermosos edificios, el estilo con el que preparaban las fiestas de inauguración a las que invitaba a las autoridades religiosas y civiles para degustar especialidades italianas y escuchar música lírica, contribuyeron no sólo a reforzar su fama de valiosa mujer emprendedora, sino también a mejorar la imagen de los italianos.

A menudo, en la preparación de los edificios para la nueva función asistencial tenía que luchar con barrios enteros que no querían que, una institución dedicada a los inmigrantes italianos, provocara el descenso del valor inmobiliario de las casas. En Chicago para obligarla a cambiar de opinión, sabotearon el hospital en construcción; pero Francisca no renunció a su proyecto, de hecho, decidió ingresar de inmediato a los enfermos: “No creo que nuestros enemigos quieran llegar al punto de quemar vivos a los enfermos”. Y los hechos le dieron la razón. En Seattle venció todas las dificultades que se le interpusieron y logró transformar un hotel de lujo en un bellísimo hospital.


Los movimientos migratorios en tiempo de Madre Cabrini se referían principalmente a los europeos más pobres que iban a América. En la actualidad, la participación de todos los países del tercer mundo ha convertido a Europa de punto de partida en tierra de llegada. Pero Francisca Cabrini ya había encontrado en el migrante al hombre nuevo: sin raíces, sin afiliaciones religiosas o de patria, que tiene que construir su propia identidad y su propia vida. La emigración se ha convertido en el problema de nuestro tiempo, y por esta razón la Santa, muerta hace cien años en 1917 en Chicago, es hoy más actual y más relevante que nunca.




jueves, 6 de junio de 2019

La educación cabriniana




Educación cabriniana:un proyecto de vida
para los tiempos actuales y para el futuro
Hna. Eliane Azevedo, MSC

La sociedad del tercer milenio, ante la velocidad de los cambios geográficos, políticos y sociales, caracterizada por las injusticias y desigualdades económicas, saturada por los desequilibrios Internacionales y la guerra entre los pueblos, amenazada por la destrucción del medio ambiente y la manipulación genética, influenciada por la cultura del bienestar y del usar y tirar, dominada por la globalización de la indiferencia y de la exclusión, caracterizada por los avances científicos y tecnológicos, entre otras peculiaridades, está viviendo un período de cuestionamiento de los valores éticos, estéticos, culturales y de la dignidad de la vida humana. Ante esta realidad, los educadores están llamados a transformar los centros educativos en un espacio geográfico, existencial, humano, interpersonal, de salvaguarda del planeta y del ser humano, que debe reflejarse en sus proyectos y en sus prácticas.
El Papa Francisco, en los últimos años, con las Encíclicas Evangelii Gaudium, Laudato Si, Amoris Laetitia y con sus acciones y declaraciones, invita a todos los pueblos a promover la cultura del encuentro y de la inclusión en una experiencia de fraternidad, teniendo en cuenta la primacía del ser humano y actuando como agentes de cambio en la sociedad con acciones de justicia y de paz, y cuidado de la “Casa común”. De este modo, subraya que la educación será ineficaz y sus esfuerzos estériles, si no se preocupa también de difundir un nuevo modelo para el ser humano, la vida, la solidaridad y la relación con la naturaleza. El Instituto de las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús, presente en varios países, culturas, condiciones socio-económicas y sistemas educativos diversos, desarrolla acciones para la defensa y promoción de la vida en el ámbito educativo, en la fidelidad al carisma heredado de la Madre Cabrini.
Durante los cien años de misión, después de la partida de la Madre Cabrini a la Casa del Padre, los educadores cabrinianos -Religiosos y Laicos- han seguido dando su vida por amor a los niños, jóvenes, familias e inmigrantes; también han sufrido las consecuencias de los cambios socioculturales, políticos, educativos y se han comprometido en dar una respuesta evangélica a las necesidades de cada tiempo, en el ámbito escolar y en otros espacios de inserción misionera (proyectos sociales, pastorales, movimientos sociales, hospitales, orfanatos, colegios, actividades en red con otras organizaciones, etc.).
El presente evoca el futuro, por lo tanto, se invita a los educadores cabrinianos del siglo XXI a promover una formación centrada en las palabras de Jesús: “He venido para que tengan vida” (Jn 10,10), a través de un proyecto de vida que favorezca el desarrollo integral del ser humano y la construcción de un mundo mejor para todos.



Algunos desafíos y la contribución de la educación cabriniana a un mundo mejor para todos.
En El siglo XXI y en el camino hacia el siglo XXII, los liderazgos educativos cabrinianos están llamados a asumir el reto de emprender un viaje que lleve a la humanización del conocimiento a través de un proyecto educativo que promueva el desarrollo de competencias, habilidades para la vida, actitudes y valores basados en la espiritualidad cristiana para la sociedad del presente y del futuro.
La sociedad está experimentando un rápido cambio histórico y las instituciones educativas están llamadas a dar una respuesta rápida y eficaz ante las necesidades económicas y los avances tecnológicos que determinan las prioridades educativas y generan cada vez más distancia entre el desarrollo económico y el desarrollo humano. En este sentido, la educación es fundamental para una revolución que pueda cambiar a mejor el mundo en el que vivimos.
El Instituto de las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús, inserto en la sociedad contemporánea, avanza en las labores educativas y contribuye a la construcción de una sociedad más justa y solidaria.
Las escuelas cabrinianas afrontan estos y otros desafíos en pro de una educación evangelizadora de calidad, en la que prevalezca una visión humanista de la educación y del desarrollo, basada en los derechos humanos y en la dignidad de la persona, en la justicia social, la inclusión, la diversidad cultural, lingüística y étnica, en la defensa y promoción de la vida y en la ciudadanía global. Por lo tanto, transformar la vida a través de la educación es un objetivo de la educación cabriniana.
La Institución Cabriniana, ante los desafíos de la realidad, responde con valor y ética a las exigencias de una formación que tenga como objetivo el desarrollo humano a través de sus proyectos y acciones. Religiosas y Laicos, conscientes de la importancia de una nueva visión de la educación que responda a las necesidades de la realidad sociocultural, continúan con el compromiso evangélico y profesional por una educación contextualizada, integral, inclusiva y evangelizadora.

en el Congreso Mundial para la Educación Católica, con el tema “La educación hoy y mañana: Una pasión que se renueva”, celebrado en el 2015 en Roma, Religiosas y Laicos que trabajan en el campo de la educación han participado en las reflexiones realizadas a partir del documento Gravissimum educationis y de la Declaración del Concilio Vaticano II, subrayando la labor de la Iglesia en el ámbito educativo. Así, la educación cabriniana se confirma en su misión, como parte de la Iglesia universal, como una presencia de fe para promover un conocimiento abierto a los valores trascendentes y al desarrollo de una cultura del encuentro para el bien común. En el Congreso se reiteró que la educación está hoy, más que nunca, en el centro de la dinámica social y que, claramente, proporciona los medios para la transformación de la sociedad.
La contribución de la educación cabriniana para el presente y para el futuro es de gran importancia y es, ciertamente, uno de los puntos clave para una vida mejor para todos los niños, adolescentes y jóvenes; y es la base para una sociedad humanizadora. Partiendo de los pilares de la Educación (UNESCO, 1996) “aprender a aprender (saber), aprender a hacer, aprender a vivir juntos y aprender a ser”, es tarea del liderazgo educativo tener una actitud de apertura y el valor para hacer cambios en el contexto escolar, saliendo de un paradigma tradicional para avanzar hacia un paradigma de prácticas transformadoras. Hoy en día, la educación debe integrarse en el mundo de los estudiantes y es esencial una nueva forma de enseñanza con estrategias adaptadas a los tiempos actuales, una formación del profesorado que responda a las fuerzas que están cambiando el futuro de la educación y que, al mismo tiempo, responda a la llamada de la Iglesia y de la sociedad.
En esta dinámica, la “Educación del Corazón”, como formación integral de la persona humana, encuentra en la espiritualidad cabriniana la fuerza impulsora para la realización de los proyectos educativos y pastorales. Los frutos, los resultados de este trabajo, se ven en los ojos y en los gestos de los niños, adolescentes y jóvenes, que aprenden a construir un proyecto de vida para que todos tengan vida.
La pastoral en los diferentes centros educativos lleva adelante una constante actualización del proyecto y acciones, reforzando el compromiso de la fe cristiana y el espíritu misionero de los estudiantes, docentes y familias fuera del entorno educativo. Con este fin, los programas deben ser sistematizados partiendo del principio evangelizador, formativo, transformador/misionero, del testimonio y de la celebración.

La Identidad educativa cabriniana se confirma en su misión: educar a los niños, adolescentes y jóvenes mediante procesos educativos y de aprendizaje de calidad, de acuerdo con las enseñanzas de Madre Cabrini, contribuyendo a la formación de ciudadanos comprometidos en la promoción de la vida.
Así, los valores de la compasión/misericordia, justicia, solidaridad, responsabilidad social y ambiental se integran en las diversas actividades desarrolladas en el ámbito escolar.

Tratando de sintetizar el Proyecto Educativo Cabriniano para nuestro tiempo y para el futuro, se plantea la siguiente propuesta:
§  La formación integral basada en una identidad institucional, que busca desarrollar, mediante el conocimiento y la experiencia, el equilibrio cognitivo, emocional, social, espiritual y físico, del estudiante para que pueda ejercer su condición de ciudadano.
§  El desarrollo de los estudiantes para que sean protagonistas de la historia y artífices de su propio proyecto de vida construido de manera responsable durante su periodo de formación.
§  La actividad educativa y evangelizadora basada en los principios pedagógicos de Madre Cabrini, mediante el anuncio del mensaje cristiano y la apertura ecuménica.
§  La formación de una comunidad educativa de profesores, padres, alumnos y empleados, llena del espíritu de cooperación para el bien común.
§  La preparación de ciudadanos informados y críticos, para la transformación de la realidad social, valorando la vida y la dignidad humana, guiados por el conocimiento y la ética.
§  La excelencia académica, la formación religiosa y la disciplina como puntos centrales de las actividades educativas.

En suma, una formación cabriniana que contribuya a un nuevo modelo de desarrollo sostenible para todos los pueblos y que facilite el diálogo intercultural, el respeto a la diversidad, la justicia social, la ética de la información, de la ciencia, de la tecnología y del medio ambiente para una civilización universal.
La actualidad del carisma de la Madre Cabrini nos impulsa a abrir constantemente los corazones, las mentes y las estructuras, en un proceso de responsabilidad compartida, para revelar a todos el rostro amoroso de Dios y para realizar el ideal cabriniano de “educar la mente y formar el corazón” para el ejercicio de la ciudadanía.
Las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús y los Laicos cabrinianos están invitados a mirar hacia el futuro con coraje y esperanza, confiando en la continua actualidad del Carisma en la educación, en la misión de ayudar a los niños y jóvenes en el proceso de construcción de un proyecto de vida para un mundo solidario; confiando en la importancia de la presencia esperanzada entre los niños, adolescentes y jóvenes, familias y otros colaboradores, y en la búsqueda continua de educar en el amor y en la felicidad.
La invitación a poner en práctica un nuevo modelo educativo que dé prioridad al desarrollo de las habilidades cognitivas, socio-emocionales, habilidades para la vida y la contribución a la ciudadanía global que está presente en las palabras qué Madre Cabrini dirigió a los estudiantes del Magisterio en 1916: “La vida de la sociedad futura está en vuestras manos”.