Capítulo 1:
“Levantar un templo en el propio corazón”
El camino de la interioridad
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También para Madre Cabrini la
presencia de Dios en nosotros "es el
sublime conocimiento de Jesucristo, nuestro Señor" (cfr. Flp 3,8a).
Por lo tanto, la experiencia de
Dios acontece en la interioridad y garantiza la fecundidad apostólica porque
Dios mismo establece su morada en nosotros, como el mismo Jesús ha prometido:
"quien permanece en mí y yo en él,
da mucho fruto" (Jn 15,5) y como se lee en el Apocalipsis: "Estoy a la puerta y llamo. Si alguien
escucha mi voz y me abre la puerta, yo vendré a él, cenará con él y él conmigo"
(Ap 4,20).
La relación misteriosa pero real
que se establece entre Dios y la persona interior, es fuente de profunda
alegría que supera cualquier otra alegría, pero es algo tan personal que sólo
Dios puede penetrar en ella. Y además es el fruto de aquel amor "vertido en el corazón por el Espíritu Santo"
(Rm 5,5) que produce frutos de amor, de piedad, de obras apostólicas. Sin
embargo, permanece aquella profunda nostalgia de Dios cuando no se logra
mantener vivo este "santuario
interior" que se convirtió en un hábito:
"Sí,
mi querido Jesús, quiero encerrarme totalmente en tu Corazón como en un
castillo; haré todas mis cosas exteriores porque es mi deber, pero no me dejaré
absorber nunca por ninguna de ellas dejando perder ese dulce pensamiento fijo
que continuamente quiero tener en ti, en tu santa unión que forma mi paraíso en
el destierro que me dejáis"[1].
El "encierro" al que
alude Santa F. Cabrini, es también llamado "dulcísimo foramen"[2],
en el cual el alma permanece escondida escuchando las enseñanzas con las cuales
el Maestro interior educa directamente. Y aquí emerge el aspecto de la luz,
común en toda la teología mística.
El estar recogidas en este "encierro" permite no "desviarse" del camino emprendido y establecer
la justa separación entre lo que es transitorio y lo que es eterno.
Escribe a una religiosa:
"Te
mando el modelo para no desviarte del camino de la perfección. Pon la memoria
de esta imagen en el santuario de tu corazón, ama la vida interior que florece
en el hablar poco, rezar mucho, sufrir bastante. Todo es breve, pero lo que
viene después, dura eternamente. El Santísimo nombre de Jesús con la fuerza de
su potencia te dé abundantemente todo cuanto anteriormente te he dicho y te lo
haga gustar derramando en tu alma como un aceite suave, todas las virtudes
propias de la verdadera Religiosa, de la perfecta esposa de Jesucristo. En la
mística de la Cruz está también María que quiere ayudarte y protegerte,
confíate a ella y todo será realmente suave como el aceite"[3].
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El capítulo completo lo encuentran en la carpeta "Material" o haciendo clic aquí.
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