Capítulo 2:
“Liberaos y alzad el vuelo”
En el misterio de Dios
Cada día, en cada momento, nos
hallamos frente a la alternativa de tener que escoger entre el camino de la
vida y el de la muerte (cfr. Dt 30,15), amenazadas por las atracciones de una y
otra parte: “debéis observar y cumplir lo que os mandó el Señor, vuestro Dios,
no os apartéis ni a derecha ni a izquierda. Seguid siempre el camino que os
mandó el Señor, vuestro Dios, para que viváis, os vaya bien y se prolonguen
vuestros días en la tierra de la que vais a tomar posesión” (Dt 5,32-33).
Recorriendo el camino de Dios,
que implica una visión clara de su compromiso de amor, es donde nuestro corazón
no necesita volverse ni a uno ni a otro lado:
“¡Sí, hijas mías! que verdaderamente el buen
Jesús sea vuestro en todo: que vuestro corazón nunca se incline hacia otra
parte, ni sobre vosotras, ni sobre las creaturas. Las creaturas sin nuestro
Jesús no nos pueden servir, al contrario, perjudicar en caso de que vosotras os
guardéis uno solo de los preciosos afectos de vuestro corazón del cual Dios es
muy celoso. Vuestro corazón Jesús lo quiere todo o nada. Cuántas veces vosotras
os sentís tristes, atribuladas, melancólicas, preocupadas y no sabéis la causa.
Entrad en el perfecto silencio del alma y examinad vuestros afectos, vuestras
tendencias y sentimientos, siempre hallaréis que la causa es que os habéis
separado un tanto de la fuente de la vida, de vuestro Jesús, amándoos a
vosotras y a las creaturas”.[1]
Para Madre Cabrini es verdad que quién vive así,
es feliz:
“El camino del cielo es tan estrecho, rocoso
y espinoso, que nadie puede pasar por él si no es volando. Nadie puede volar
sin alas, pero estas alas no se adhieren al cuerpo, sino sólo al Espíritu. Así
pues, el espíritu para volar debe luchar con el propio cuerpo, con un desapego
absoluto de todo lo que a éste apetece. Desprendido de la tierra, el espíritu,
mediante una perfecta renuncia de sí mismo y un perfecto desprendimiento de sí
y de la propia complacencia, podrá volar libremente sobre el camino espinoso
sin sentir las punzadas, con gran alegría y perfecto gozo”.[2]
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