Capítulo 2:
“Liberaos y alzad el vuelo”
En el misterio de Dios
“Cuántos esperan en el Señor
renuevan sus fuerzas,
echan alas como las águilas,
corren y no se fatigan,
caminan y no se cansan”.
(Is 40,31)
Para encontrar a Dios en lo más
profundo del propio corazón es necesario un movimiento ascendente que involucre
a toda la persona para tomar las alas del amor y volar hacia los horizontes de
Dios. Es necesario trascender lo inmediato para hallar lo que es duradero, lo
que es particular para captar lo que es universal, lo que es transitorio por lo
que es eterno, lo que está ligado a nuestros intereses personales por los
intereses y gustos de Dios. Este movimiento Madre Cabrini lo expresa con una
frase sugestiva: “Liberaos y alzad el vuelo”.[1]
El significado más cercano al
espíritu de S. F. Cabrini para explicar su “liberaos y poneos las alas”,
que se produce con mucha frecuencia en su enseñanza, es ciertamente aquello del
“desapego”. Desapego de todo y de todos para poder volar libremente en
Dios:
“El alma
totalmente desligada de sí y de todo, vuela siempre en santa alegría”.[2]
Aunque todo el contexto del
desapego refleja el estilo ascético de la época, también hay un gran aliento
que este “volar” quiere significar. Es la trascendencia entendida como
un planear hacia Dios, atraído por una fuerza irresistible que genera una nueva
visión del mundo y de la vida e implica decisiones precisas que llevan el sello
de Dios:
"Haceos santas, desligándoos de toda
pequeña miseria que es como brea que os pega a la tierra, liberaos para poder
volar en el aire puro donde hallaréis la inefable bondad del querido y amable
Jesús”.[3]
“Sed puras, hijas mías, desinteresadas,
despegadas de todo y de todos, también de vosotras mismas, de vuestros deseos e
inclinaciones, y seréis entonces como un mar pacífico. Sí, seréis como un mar, porque
el alma pura se hace capaz de grandes cosas y su mente puede moverse libremente
en la infinitud de Dios; el alma terrena, llena de compromisos, es la que está
siempre retraída, empequeñecida, pusilánime, frecuentemente envilecida, que no
sabe lanzarse nunca a la amplitud del divino servicio. Ninguna de tales almas
quisiera ver entre mis hijas, ni siquiera entre mis amigos: quisiera que todos
tuvieran alas para poder volar y descansar en la feliz paz de un alma toda de
Dios”.[4]
[1] Cfr.
Entre una y otra ola, pág. 22
[2]
Cfr. La Stella del Mattino, pág. 29
[3]
Cfr. Epistolario, Vol. 2°, Lett. n. 648
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