Capítulo 2:
“Liberaos y alzad el vuelo”
En el misterio de Dios
Como dice San Pablo también Madre
Cabrini invita a “caminar en el Señor Jesucristo... arraigados y edificados
en Él” (Cfr. Col 2,6).
Es un camino de conversión que,
en la experiencia mística de quien quiere entrar en el amor de Dios, necesita
la purificación necesaria por la que se pierde interés por muchas cosas, por
las cosas “de la tierra”: “si habéis
resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo
sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la
tierra” (Cfr. Col 3,1-2).
“Sea el alma fiel a las incesantes
iniciativas del amor divino, sumergiéndose en Dios en el perfecto desasimiento
de todo, y pronto no correrá, sino que volará, por el recto y seguro camino de
esa perfección, que es alegría inefable para el alma que por él se adentra”.[1]
A este respecto se ve con
claridad que, en el proyecto espiritual de Madre Cabrini, el desapego es
imprescindible para “penetrar” en los misterios de Dios. Tal desapego ayuda a
elevarse sobre otras miradas e intereses haciendo eficaz la acción misionera:
“Destacaos de todo y más de vosotras mismas,
de vuestro modo de ver, de vuestras ideas, para poder ser dignas, en la
verdadera humildad, de penetrar en los sublimes misterios del amor divino que
ha llegado a sacrificarse de tal manera por nosotras. Elevaos al amor del
Corazón de Jesús, quemaos por él y buscad la manera de que se inflamen también
todos cuantos os rodean, entonces no llevaréis en vano el nombre de Misioneras
de este Divino Corazón”.[2]
Sin embargo, aunque para Madre
Cabrini la experiencia del “desapego” es radical, semejante a la noche
de la que hablan los autores místicos, la connotación más expresiva de esta
experiencia es el “volar” para hacer lo que Dios quiere, e incluso en
sus visiones interiores, Madre Cabrini describe sus deseos de acercarse al
misterio de Dios:
“Otra vez se vio como transportada por su
Ángel custodio a un extenso campo de luz, desde donde se veían las puertas del
cielo formadas por otras tantas luces resplandecientes, y entendió que, para
acercarse a ellas, necesitaba volar sobre algunas nubes a una belleza
extraordinaria sin pisar la tierra, que no se veía desde allí; y con tal visión
quedó muy iluminada la mente de esta persona y comprendió que, para llegar a
aquellas puertas bienaventuradas, era necesario desprenderse absolutamente de
todo, purificar cada vez más los afectos del corazón y padecer voluntariamente,
identificándose en todo a la santísima voluntad de Dios. Hubiera querido
después explicar cuanto había visto, pero hubo de decir con Pablo: “Vi cosas
que el ojo humano no vio nunca; entendí cosas que la mente humana no puede
concebir”. Sólo decía sentirse dispuesta a cualquier sacrificio por amor a su
amado Jesús”.[3]
[1]
Cfr. Entre una y otra ola, pág. 102 y también, La Stella del Mattino, pág. 110,
n. 29
[2]
Cfr. Epistolario, Vol. 2°, Lett. n. 693
[3]
Cfr. Pensamientos y Propósitos, pág. 56-57, n. 14
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