Capítulo 2:
“Liberaos y alzad el vuelo”
En el misterio de Dios
El fruto del “desapego”, o
sea, de lo que impide el camino a Dios, es la libertad propia de la Misionera
que debe estar siempre lista para volar:
“¡Qué hermoso ver almas que como palomas
vuelan sobre la tierra, beneficiándolas sin enredarse en las marañas de la
misma! Vuelan, vuelan con afán siempre nuevo de hacer el bien; vuelan sin
descanso, o diré mejor, sin darse cuenta del cansancio, aún cuando le faltan
las fuerzas materiales: una aureola de luz celestial las circunda a ellas y a
sus obras, y sus benéficos influjos son siempre de gran provecho, porque están
marcados siempre por la bendición de Dios”.[1]
No sería posible tratar en serio
del Reino de Dios, si el corazón se sintiera atado por lazos, que, aunque
sutiles, no fuesen evangélicos:
“Sí, ¡hijas mías!, apoyaos en vuestro Amado,
porque el alma abandonada en las manos de Jesús, en todos los momentos de su
vida, se ve no sólo sostenida por Él, sino llevada por el mismo Jesús. Y es de
esta forma precisamente como la Religiosa, sostenida y llevada por su Amado,
hace muchas y grandes obras con una rapidez y facilidad admirables. La
verdadera Esposa tiene alas en los pies, y sus manos están hechas al torno, por
la rapidez y la perfección con que obra para consolar a su amado Jesús y
procurarle mayor gloria con la salvación de las almas”.[2]
A menudo es necesario “volar”
porque esto evita encontrarse con las turbulencias y las intemperies:
“Sed palomas, hijas mías, pero intentad volar
hasta dónde llega el águila, la cual no se posa ni sobre los cerros ni sobre
los montes más bajos, sino que llega a las cordilleras y, allá en la roca viva,
se refugia de las turbulencias y de las intemperies. Unida siempre a Jesús, qué
bien se está y se trabaja sin cansarse, con todo el entusiasmo, como aquellos
que disfrutan de la verdadera libertad de los hijos de Dios que se han dominado
por completo a sí mismos”.[3]
Al mismo tiempo alivia de tantas
aflicciones:
“Volad, volad muy alto por caridad, dejad
los aires pesados de las miserias humanas que os oprimen el espíritu y vivid
siempre en Dios”.[4]
En los salmos se encuentra con
frecuencia la expresión: “me refugio a la sombra de tus alas” (cfr. Sal
17; 54; 60; 62; 67; 103), también en expresiones cabrinianas las alas son el
refugio en Dios que nos elevan de muchos problemas y tristezas de la tierra
para encontrar descanso en Dios:
“El alma generosa sale valientemente de sí
misma, se eleva sobre todas las miserias de la tierra, y vuela, vuela siempre
como paloma, siempre en alto hasta que finalmente se para y descansa en Dios”.[5]
Pero la referencia más cercana al
espíritu de Madre Cabrini es aquella de Isaías: “... cuantos esperan en el
Señor renuevan sus fuerzas, levantan las alas como las águilas, corren y no se
fatigan, caminan y no se cansan” (Is 40,31). Casi del mismo modo se expresa
Madre Cabrini cuando alude al “bello espectáculo de ver las almas que vuelan,
vuelan con ansia siempre nueva sin cansarse”, porque “vuelan sobre la tierra
sin entrometerse en los enredos de la misma”, porque están libres de tensiones
inútiles y emplean las energías correctamente. Estas personas consiguen tener
las alas del Amor que les hace volar sobre las miserias de la tierra:
“Amando fuerte y suavemente a mi Amado huiré
siempre del mal y me elevaré sobre el fango y la miseria de la tierra sin darme
cuenta de que paso por ellas, y siempre me encontraré en una vía luminosa de
paz y de dulzura”.[6]
[1]
Cfr. Entre una y otra ola, pág. 341-342
[2]
Cfr. Entre una y otra ola, pág. 411
[3]
Cfr. Epistolario, Vol. 3°, Lett. n. 848
[4]
Cfr. Epistolario, Vol. 3°, Lett. n. 1029
[5]
Cfr. Epistolario, Vol. 3°, Lett. n. 1192
[6]
Cfr. Pensamientos y Propósitos, pág. 125
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