MI RETIRO ESPIRITUAL
EN LOS SANTOS EJERCICIOS
Año del Señor 1889
19 octubre
(continuación 31-40)
Invocaré, pues,
a menudo al Espíritu Santo para que infunda sus dones en mí y en todas las
almas queridas que me pertenecen, suplicando a Jesús y María que muevan nuestra
voluntad a practicar las más hermosas virtudes de nuestro excelentísimo estado.
El mejor regalo
que puede hacer Jesús a su amada es el de darle la gracia de imitarle en los
sufrimientos.
Gracia grande
es la cruz; no miremos de qué madera está hecha; bástenos saber que nos viene
de Jesús.
No pensaré
nunca en las aflicciones que me puedan venir, ni me compadeceré de mí misma, ni
trataré nunca de ser compadecida por los otros, y ni siquiera lo desearé. A tal
fin procuraré mantener viva la presencia de Dios y estar unida al Corazón de
Jesús, estudiando sus deseos. Cuando falte en esto, señalaré el defecto en mi coronita,
humillándome profundamente y reconociendo mi miseria.
La verdadera
amante de Jesús padece gozando, se alegra en las penas y siente deseo de padecer
más.
El padecer es
un tesoro escondido que el Corazón de Jesús revela a las almas humilladas
plenamente abandonadas a Él.
La diligencia
en ciertas cosas pequeñas atrae la mirada del amado Jesús sobre el alma amante.
Lo que podemos
hacer hoy no lo dejemos para mañana. Para mañana Dios le ha preparado otras
gracias al alma fiel.
El estado
religioso es una cruz muy querida de nuestro Jesús, que buscan con afán todos
los predestinados. Las reglas son los vínculos que nos ligan a Él. Los votos
son los clavos que nos sujetan perfectamente a Él.
La pérdida de
la libertad que sufre un alma abrazando el estado religioso es muy valiosa porque
hace renuncia de ella en el mismo altar sobre el que se sacrificó Jesucristo,
su Esposo amado.
La religiosa
ferviente persevera en la cruz, y aunque pudiera descargarse de este peso tan
duro para la naturaleza inmortificada, no quiere hacerlo. Por amor a su amado
se ha privado de la libertad, y por puro amor persevera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario