Parroquia Ntra. Sra. del Carmen, Pérez |
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Antes de que ese julio determinante
llegara a su fin se celebraba en Salta la reunión Nacional de la Acción
Católica. El padre de Teresa era ferroviario; trabajaba en los talleres y por
ser empleado tenía, él y su familia, pasajes gratis para viajar en tren a
cualquier parte del país. Con otras tres muchachas del pueblo, también hijas de
ferroviarios, planificaron el viaje y allá fueron, a Salta. Debe haber sido esa
una experiencia muy fuerte, aunque no tanto como la que vivió cuando regresó a
su casa.
Mientras Teresa estaba de viaje, dos
hermanas de la congregación se llegaron hasta Pérez directamente a hablar con
el párroco, el Padre Tritta. Querían cerciorarse de la verosimilitud del
interés mostrado por las dos primas durante la visita al convento. Esa visita
había sido un secreto entre Teresa e Inés y es posible que tampoco el párroco
se hubiese enterado. Así fue que el sacerdote llamó al padre de Teresa, le
informó de la venida de las Hermanas y de la posible vocación de su hija. El
padre no pareció asombrado por la noticia y le contestó al sacerdote que sí,
que podía ser.
Lo largo del viaje de regreso desde
Salta, el frío y el cansancio, hicieron mella en el físico de Teresa y volvió
afiebrada. Era domingo y la familia estaba, como de costumbre, en torno a la
mesa, almorzando. Apenas abrió la puerta, Elsa (quién después fuera la Hermana
Luján), a boca de jarro le dijo:
-Acá vinieron unas monjas diciendo que
vos querés ser religiosa. ¿Qué hay de cierto?
Teresa, cansada por el viaje y
debilitada por la fiebre, pensó: -¡Acá, sonamos!
Sin embargo no escapó a la respuesta; le dijo que sí, que era verdad, pero Elsa, que estaba cursando el colegio como interna con las hermanas Franciscanas de Alberdi, en Rosario, y conocía desde adentro la vida que llevaban las mujeres consagradas, le dijo con tono firme y casi de reproche: -¿Vos sabés lo que es eso? ¿Sabés lo que es ser religiosa? ¡Nunca estuviste en un convento y con eso, no se juega!
Pero había algo más que marcaba las
costumbres de la época y de las familias profundamente católicas. Blanca, la
mayor de las hermanas estaba de novia, y el novio, presente en la reunión
familiar de ese domingo, manifestó su opinión:
-La primera que tiene que salir de la
casa paterna es Blanca, porque es la mayor. Si te querés hacer religiosa, vas a
tener que esperar.
Teresa, tal vez ayudada por su
malestar físico y con la paciencia ya agotada, le contestó muy directamente:
-Y bueno, entonces casate rápido.
Elsa, que había abierto el fuego,
salió también a replicar:
-¡Eso no tiene nada que ver, ni lo de la mayor ni lo de la menor, porque a Dios se le da la juventud, y no ... "lo otro"!
El padre puso fin al altercado y
pidió que dejaran a Teresa tranquila, que lo mejor era que se fuese a
descansar.
Marta, una de las hermanas menores,
al recordar aquellos días del comienzo asegura que ya se veía que Teresa tenía
todas las condiciones para ser religiosa; que cuando Elsa dijo que también se
haría religiosa sí, fue más sorpresivo, pero lo de Teresa no. Tal vez, este fue
el motivo de la respuesta del padre al sacerdote, sin asombro ni
cuestionamiento.
La familia Giovagnoli se había
instalado en el barrio de Alberdi, al norte del centro de la ciudad de Rosario,
recostado sobre la ribera del Paraná. El papá, en su niñez y juventud había ido
al colegio de las Hermanas Franciscanas, pero no pudo seguir porque lo
expulsaron por travieso. Blanca y Elsa, las dos hijas mayores, fueron como
pupilas. El padre había vendido su casa en el barrio y se había mudado a Pérez
para que ellas tuvieran educación religiosa. Elsa terminó sexto grado y se
quedó dos años más, pero en un momento volvió al pueblo. Algo se debatía en su
interior. Pareció que le gustaba un muchacho y si en algún momento había
pensado en abrazar la vida consagrada aquí, la idea quedó relegada. Lo que no
había desaparecido en la muchacha era la conciencia de qué cosa significaba
seguir el camino de la vocación. Por eso, todo el tiempo le repetía a Teresa:
-¿Vos sabés lo que vas a hacer? ¡Mirá
que con eso no se juega!
El día después del regreso de Salta
fue definitivo. Teresa, y se verá a lo largo de su vida, no era una mujer de
postergaciones. Se acercó a su padre y le pidió saber qué había pasado. Él, con
toda sencillez y naturalidad le contó que habían estado las Hermanas hablando
con el párroco y que éste lo había llamado para informarle y consultarlo. Con
la misma naturalidad y sencillez, ella le dijo que sí, que su intención era consagrarse.
No sin tristeza, al escuchar a su
hija hablar sobre su vocación le dijo que lamentaba mucho no haber imaginado
que ella querría ser religiosa. De haberlo sabido, se habría ocupado para que
ella también pudiese formarse adecuadamente yendo a estudiar con las religiosas
de Alberdi. Teresa no lo vio como un problema, es más, pensó que:
-Para ser santa no era necesario un
título más. Mi objetivo era la santidad...
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