Estación de Pérez |
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Teresa quería ser santa. Una Juana de Arco de la llanura pampeana. Una Margarita María Alacoque que hasta entonces, se conmovía sin saber por qué frente al cuadrito del Sagrado Corazón al que miraba y repetía:
-En Vos confío.
Ahora lo sabía. Quería la santidad y
en Él confiaba para alcanzarla.
Pero el secreto estalló en el pecho.
Aún no era momento de decir nada en su casa, aunque se hizo imperioso
compartirlo. Era el año 1946. Tener 17 era todavía pisar el terreno de la
última infancia. Sostener el descubrimiento le debió haber producido una
adrenalina desbordante.
Del otro lado de las vías, más cerca
de la parroquia, vivía con su familia la prima Inés. Era un poco mayor que
Teresa y ayudaba a su padre en el negocio de almacén. Allá fue con su secreto y
a escondidas, se confiaron una a la otra. Inés quería ser misionera. Escuchar
al sacerdote en esos días, debió haber reavivado el deseo.
Ser santa, ser misionera, abrazar la
vida religiosa. ¿Cómo es? ¿Cómo se hace? ¿Cómo se empieza? ¿Cómo es el
convento? ¿Cómo son las monjas?
El único que podía dar respuestas
concretas era el párroco, así que salieron de las conversaciones a escondidas,
tomaron coraje y fueron a hablar con él para ir aclarando las dudas.
El padre Tritta, párroco de Pérez,
celebraba misa algunas veces en Rosario para unas monjas que, les dijo,
- "Se llaman del Sagrado Corazón
y son misioneras",
y según él,
-no eran de esas que andan todas duras y almidonadas. Éstas tenían un velo simple, liviano, de una tela muy linda.
Con la información y el aliciente de que esas monjas, además de ser del Sagrado Corazón, misioneras y "poco duras", averiguaron la dirección y allá fueron.
-Me acuerdo- dice Matilde - que era un 9 de julio. Salimos de Misa y le dije a Flora (Inés por entonces), ¿vamos a conocer a esas hermanas? Las dos anunciamos en nuestras casas que nos íbamos a Rosario, pero sin dar mayores detalles. Llegamos, tocamos el timbre y nos abrió una Hermana que ahora no recuerdo quién era.
El 7 de Julio de 1946, dos días
antes, había sido la Canonización de Madre Cabrini. Madre Juana Urdinola junto
con otras hermanas había viajado a Roma para la celebración y había sido
recibida por el Santo Padre. Al acercarse a Pío XII le había pedido,
humildemente, que rezara por el Instituto y para que hubiesen muchas
vocaciones.
"Yo vivo nuestra ida de ese 9 de
julio y todo lo que había pasado desde la llegada del misionero a Pérez −dice Matilde−
como una respuesta a la petición de esta Hermana, de lo que ella le había
solicitado al Papa. Nosotras nos enteramos mucho después, pero eso me da la
seguridad de que la voluntad de Dios juega mucho antes de que nosotros
lleguemos a conocerla".
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