Matiguás |
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Llegaban a Matiguás voluntarios de todos los países y de las más variadas creencias e ideologías. La casa de la Comunidad era de puertas abiertas. Un muchacho italiano llegó también en ese momento. Marco Consolo cuenta cómo el contacto con aquella realidad y con las hermanas, le "cambió la vida para siempre".
Este es su testimonio:
"A través de amigos de la cooperación italiana conocí el proyecto de Matiguás. (...) Era una zona de frontera, difícil, (...) y yo era un joven internacionalista que quería vivir desde adentro la realidad rural. Fue así que hice una elección de la que jamás me arrepentí. Después de algunos días en Managua, ciudad que no me ha gustado nunca, me encontré subido a un viejo ómnibus repleto de gente, cerdos y gallinas, rumbo directo al norte, rumbo a ese pueblo que sería mi primer "escuela revolucionaria". (...) Habiendo ya bajado del bus pedí indicaciones para llegar a la casa de “las monjas” del lugar. La casa de las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús estaba justo delante del Instituto Técnico con orientación agropecuaria. Toqué la puerta y me abrió Matilde, la mayor de las hermanas de la pequeña comunidad cabriniana. Yo no tenía cartas de presentación, credenciales ni recomendaciones de ninguna jerarquía eclesiástica. Aún recuerdo la cara de incredulidad de Matilde al ver a ese muchacho que era yo, con una mochila al hombro y que un poco temeroso trataba de explicar, en un español muy elemental, que me había llegado hasta allí para dar una mano. Al principio me miró, seria y un poco estupefacta por mi aparición. Le expliqué mis intenciones y después de unos minutos, el entusiasmo le brotaba por los poros. Aún no sé si para ella eso fue una señal de la divina providencia, lo cierto es que inmediatamente me abrió la puerta de la casa, cosa que me dejó con la boca abierta. Fue así que de joven “mangia preti” (anticlerical), empecé a vivir con tres religiosas que me habían abierto su casa, su corazón, y me habían ofrecido un techo".
Marco no se equivocaba: la casa estaba abierta, como también estaba abierta la mente y la amplitud de espíritu. Matilde dice:
"Lógicamente, yo estaba en un momento de fe donde lo que más quería, era VER. Venían esos extranjeros, los italianos que eran del partido comunista, que llegaban y trabajaban; ayudaban con todas sus energías a salir de esas vidas. Vino una señora que era evangelista, pastora en Bélgica; ella también paró en casa. Llegó también un suizo... todos querían ayudar al pueblo a progresar y dejaban todo lo suyo para eso. La fe o la no fe no era impedimento, ahí todos éramos iguales. Ahí estábamos porque queríamos al hombre y, al fin y al cabo, queríamos a Dios. Comprendí bien a fondo que quien trabaja por la dignidad del hombre, trabaja para Dios. Lo dije más de una vez: yo nunca tomé un arma, no me afilié a los sandinistas. En nuestra casa nunca hubo armas a pesar de que corríamos peligro y había que defenderse si venían a atacarnos. No, nosotros estábamos ahí y estábamos en la línea de los sandinistas porque el sandinista estaba trabajando para el pueblo. Yo lo hablé con el Nuncio apostólico y él me lo dijo muy claramente: “Trabaje para el pueblo y no tenga miedo".
¿Qué diría la Santa Madre frente a
estas reflexiones controvertidas y, seguramente, "revolucionarias"
para muchos? En sus escritos hay infinitas respuestas que encajan perfectamente
y que hacen que el carisma legado sea tan maleable como lo son las necesidades
de los tiempos y las realidades históricas que las hermanas deben enfrentar en
cada misión, con sus particularidades. Ella, mucho antes que Medellín, ya
consideraba que la opción por los pobres de todo tipo, no solamente en lo que
respecta a lo económico, era más que una cuestión política o social, sino una
cuestión altamente teológica.
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