MI
RETIRO EN GRANADA
21
de febrero de 1892 (Parte 1 de 2)
Bajo la protección de mi Inmaculada Madre María Santísima y
del Ángel Custodio.
Una gracia importante deseo obtener de este santo retiro:
la de aprender a dar gran importancia a las cosas pequeñas, que no son pequeñas
en sí mismas, porque son queridas por Dios, grandeza infinita, pero que
llamamos pequeñas porque carecemos de esa luz de viva y verdadera fe de la que
estaban animados los santos.
Oh
María, mi dulce Madre, que dando importancia a todo llegaste a iniciar vuestra
santidad en la cima de la santidad de todos los santos; obtenedme un rayo vivo
de vuestra luz, a fin de que conozca bien mi camino y marche veloz por ella,
sin detenerme nunca. Ah, rociad nuestro monte de santidad, haced llover en mi
alma y en la de todas las religiosas del Instituto algunas gotas restauradoras.
Verted un poco de vuestro bálsamo en nuestros corazones, a fin de que nuestro
apetito pruebe siempre el buen sabor del misterioso y exquisito manjar de la
virtud a costa de cualquier sacrificio. Enviadnos frutos de vuestro huerto y
flores de vuestro jardín, para que podamos languidecer de puro amor de Dios y
éste nos haga insípido todo lo terreno y lo que nada tiene que ver con la
sublimidad de nuestro excelentísimo estado. Jesús dijo a sus Apóstoles:
Vosotros sois la sal de la tierra; pero ay si la sal pierde su sabor, porque
entonces sólo servirá para echar a perder todo lo que la rodea.
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