MI RETIRO EN LOS SANTOS EJERCICIOS
18 de noviembre de 1892 (Parte 3 de 5)
Te doy gracias
por todas las ayudas que me has concedido hasta ahora y especialmente en este
último año de misión, en el que has hecho sentir palpablemente que eres Tú el
que obra, Tú el que hace todo, y yo no soy ni siquiera, como dicen los otros,
instrumento en tus manos, sino que Tú solo eres el que hace todo y yo no soy
más que espectadora de las obras grandes y bellas que Tú sabes hacer. Si Tú, oh
Jesús, no fueras un ser divino, sino un ser puramente humano, yo diría que eras
un gran misionero: así no podría darte una alabanza adecuada porque ni siquiera
la puedo concebir como debiera; por eso me contento con hacerte una petición:
haz que yo aprenda de Ti a ser una buena misionera. Esta oración intentó
renovarla con cada latido de mi corazón. Oh, que yo te sirva fielmente, Jesús
mío, correspondiendo a mi fin para el cual con tanta bondad quisiste sacarme de
la nada. Ese espíritu, Dios mío, que fue dando la vida en el caos de la masa
informe, venga ahora a las potencias del alma y las induzca a servirte como tú
quieres, en la mayor fidelidad y con la mayor entrega posible.
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