Marzo 1901 (Segunda parte)
Haz, ¡oh Jesús!,
que yo corra tras inmensos mares, que desaparecen ante el profundo, admirable
misterio de tu amor. ¡Oh Jesús, qué grande y admirable eres en tus obras de
amor! Ya no son nada los esplendores del cielo ni las riquezas de la tierra. ¡Oh
Jesús, oh Jesús!, ¿cómo eres Tú?...
Tú, ¡oh Jesús!,
por los méritos de tu preciosísima Sangre, me has introducido, tras haberme
creado, en tu Iglesia, y añadiendo gracia a la gracia, me has puesto en tu
casa, como en un santuario, como en un ameno jardín, donde corren las aguas que
suben hasta la vida eterna. ¡Oh inmensa y asombrosa bondad!... ¿Con qué moneda,
¡oh mi Jesús!, satisfaceré las inmensas deudas contraídas con tu eterno Amor?
¡Amor… con amor
se paga!... Haré, diré, sufriré todo por amor y con verdadero espíritu de amor.
No viviré más en mí, sino siempre oculta en Dios. Destruye, oh Jesús, todos mis
defectos con el fuego ardiente del amor tuyo. Haz, ¡oh Jesús!, que en la muerte
no tenga la tristeza y gran pena de haberte amado demasiado poco.
In odorem unguentorum tuorum,
currimus.
Pax vobis – Manete in dielectione
mea.
En mis acciones, palabras y padecimientos buscaré siempre la mayor gloria
de Dios. La misma perfección a la que por obligación debo incesantemente
aspirar procuraré con toda diligencia que esté siempre animada por el único y
nobilísimo fin de la gloria de Dios.
Soy una pobre y miserable pecadora, pero si por la bondad de Dios divisase
algún bien en mí, referiré todo a Dios, autor de todo don. Soy cenizas y polvo,
soy tierra y sólo, bendecida por mi Dios en Él, con Él y por Él, puedo ser el
campo místico de su gloria. Me conduce Él a su celda, me embriaga y me
transforma, porque Él es mi Dilecto y ha tenido compasión de mi miseria. ¡Oh,
mi Jesús!, dilata mi corazón, porque no es tal como yo querría por Ti.
Misericordias Domini in
aeternum cantabo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario