Uno de los días más hermosos que
ha habido
El hermoso día de la Inmaculada de
1903
MI RETIRO ESPIRITUAL EN SEATTLE,
WASH (Trigésima parte)
Exhortación a la oración
¿Deseáis vos, hijas mías, caminar
hacia la perfección religiosa en la vida que habéis elegido? He aquí el medio:
recitad todos los días con diligencia, fervor, atención y gran devoción
vuestras oraciones, recordando que la oración es la clave de todas las gracias
que del cielo descienden para consolar la tierra. La oración acerca vuestras
almas a Dios, y Dios a vuestras almas; es por medio de la misma como Dios desea
efectuar sus admirables fines en vuestra salud y santificación. La oración es la
misteriosa escala de Jacob, que desde la tierra se eleva hasta el cielo y por
la cual ascienden y descienden los ángeles destinados a nuestra asistencia;
transmiten a Dios nuestros votos, gemidos y suspiros, y luego descienden de
aquel altísimo Trono con resultados de gracia y misericordia para nosotros. Sí,
la oración abre los cielos, cierra el infierno, abre las cárceles del
purgatorio, abre los tesoros celestiales, detiene el desdén de Dios, calma su
cólera, lo hace bondadoso y clemente con sus criaturas. La oración atrae hacia
la tierra las celestiales bendiciones, cambia la suerte humana, hace felices y
prósperas a las naciones y sostiene a las familias religiosas. Con la oración,
la Misionera del Sagrado Corazón puede hacer el bien a todos y cumplir
fielmente su Misión. No mengüe el fervor de vuestras oraciones porque es el Corazón
amantísimo de vuestro Jesús el que se anticipa con su amor, llamándoos así
desde las primeras horas de la mañana. El mismo os halaga, os invita, os atrae
suavemente a su altar, donde vosotras con devoción le rogáis y atraéis sus
gracias. Ved, pues, que la oración es un tesoro inmenso para vosotras. Sus
riquezas no tienen número, sus gemas son inestimables, sus margaritas son brillantísimas;
recoged todas y que ninguna se os caiga nunca de las manos: sabed atesorarlas.
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