Madre Cabrini hace la Vestición (inicio del noviciado) en la “Casa de la Providencia”, junto
a cinco jóvenes.
Cambia el nombre por “Hna. Javier Angélica del Niño Jesús” (en esa época era
costumbre el cambio de nombre).
El mismo día, es nombrada “Maestra de
Novicias” por el P. Piero Giulini, delegado del Obispo Diocesano (es decir que
es Novicia y Maestra de novicias al mismo tiempo).
Dice Segundo Galilea en el libro "El poder y la fragilidad"...
"Francisca vivió seis años en
la Casa de la Providencia de Codogno. Guardó siempre, de palabra y por escrito,
un gran silencio en torno a ese período crucial de su vida. No será difícil
descubrir la causa de esta tenaz reserva.
El camino cristiano está
marcado por Dios que nos llama a una misión, a una tarea, a una vocación, y por
Dios que está constantemente purificando la misión y la vocación que él mismo
nos ha dado por gracia. Dios quiere que nos demos enteramente a él, y no
simplemente a nuestra realización personal y a la consecución de proyectos. La
vocación cristiana-tanto como la vocación a la vida religiosa- no consiste en
conquistar a Dios, sino en dejarnos conquistar por él y en dejarnos conducir
por su amor.
Para ello, nuestras búsquedas
demasiado personales, el protagonismo que constantemente queremos asumir en la
conducción de nuestras vidas y del bien que hacemos, deben ser purificados.
Deben pasar por el crisol del fracaso, de la frustración, de la contradicción y
de la cruz, para ser recuperados de una manera
nueva, transparente, donde dominen la fe abandonada y el amor a Dios y
al prójimo...
En la Casa de la Providencia,
Francisca fue bien recibida. Además de las señoritas Tondini y Calza, había
cinco muchachas que deseaban hacerse religiosas, con más de veinte niñas
huérfanas...
La
situación de Francisca fue desde el principio incómoda y ambigua. Se suponía
que Tondini y Calza eran monjas (o algo así), pero carecían de vocación. Lo que
era peor, se suponía que eran las superioras de Francisca y de las cinco
jóvenes, las que comenzarían pronto su noviciado. ¿En qué clase de comunidad
religiosa había sido metida Francisca? Ella, que se hacía una idea tan alta,
tan sublime de la consagración a Dios… ¡Por cuánta perplejidad y dolor tuvo que
haber pasado!
Pero los acontecimientos
tenían que seguir su curso, y llegó el día en que Francisca y las otras cinco
recibieron el hábito e iniciaron su noviciado. Eso sí, el delegado episcopal,
padre Giulini, consciente de la situación, procuró salvarla lo mejor posible:
nombró a la misma Francisca maestra de novicias de la peculiar comunidad.
Esta, en el momento de recibir
el hábito y de adoptar su nombre de religión, había conservado el propio y
agregado el de Javier, como recuerdo y devoción al gran misionero y patrono de
las misiones. El hecho está cargado de
sugerencias. Nos revela que la vocación misionera de Francisca continuaba
intacta, si no acrecentada. Nos revela que en su experiencia espiritual,
vocación religiosa y vocación misionera iban unidas. Nos revela que su deseo
infantil de ir a China continuaba vivo como mujer adulta. (San Francisco Javier
había muerto a las puertas de China, su gran frustrado objetivo misionero.) Y
explica las muchas semejanzas que se advierten en la vida de ambos.
El período del noviciado,
siendo ella misma maestra de novicias, ha sido sin duda una de las pruebas más
difíciles en la vida de la hermana Francisca Javier. No es que más adelante le
faltaran continuas y duras pruebas, pero serían pruebas que afectarían su
apostolado y sus proyectos misioneros. La prueba de Codogno, en cambio,
afectaba a la realización del deseo fundante de su vida: su vocación religiosa.
En efecto, la ahora hermana Cabrini, que había hecho de su ardiente ansia de
consagrarse a Jesús un puro amor; que había visto frustrar su vocación en dos
ocasiones al no poder ingresar en las congregaciones de su elección, se
encontraba ahora como novicia en una comunidad que las circunstancias-y no
ella-le habían asignado. Una comunidad cuyas superioras carecían de vocación y
no tenían interés en noviciados. Una comunidad que carecía de tradición, de
carisma y de futuro. Francisca Javier, que ardía en deseos de santidad y de
hacerse misionera, y que no concebía la vida religiosa sino como vida santa, se
encontraba encajonada en una situación de tal ambigüedad, que podía ser más
frustrante que los dos fracasos anteriores.
Como siempre acostumbrada en
situaciones análogas, la hermana Cabrini fue extremadamente reservada con
respecto a sus sentimientos durante la época de la Casa de la Providencia. Pero
aquí su silencio, que cubre un período de más de seis años, revela más que las
palabras su patético calvario. Aunque nunca dijo nada, era un secreto a voces
en Codogno la hostilidad y oposición de las señoritas Tondini y Calza hacia la
flamante maestra de novicias. Francisca Javier era vigilada, menospreciada y
regañada continuamente, víctima de murmuraciones. Las mismas novicias sufrían
por esto, y su maestra hacía milagros para mantener su ánimo y su fervor. “Tengan paciencia-les decía- vendrá el día en
que iremos a las misiones. Este es el premio, lo que nos da ánimo; el motivo
para prepararnos a la vida religiosa con una virtud fuerte, viril, con un gran
espíritu de sacrificio”.
En una carta que escribió al
padre Dedé, desliza una de sus pocas confidencias (aunque solo implícitamente)
sobre su estado de espíritu: “Dios mío, si
supiera al menos sacar mérito de tanta desventura… Sin embargo, me conforta el
pensamiento de que usted, a diferencia de los inhumanos y casi querría decir
crueles, alienta un Corazón digno de un verdadero buen pastor”.
Venidas de ella, estas
palabras son patéticas. Nunca sabremos bien de la cruz que sor Francisca Javier
Cabrini cargó durante los primeros años de su-hasta ese momento extraña-vida
religiosa. Es seguro que al cargarla en unión con el Corazón de su Jesús,
arraigó en ella para siempre el secreto de la santidad.
En
medio de todo, la hermana Cabrini y sus cinco discípulas terminaron sus tres
años de noviciado. En 1877, a los veintisiete años, Francisca Javier hizo su
profesión religiosa..."