EN EL RETIRO DE LAS HERMANAS DE
NUEVA YORK
Desde Navidad 1894 a primero del
año 1895 (Parte 2)
Carga tu mano
sobre mí, oh Jesús, pero preserva al Instituto de tu Corazón y haz que en él
todos los miembros te glorifiquen del mejor modo posible.
La diligencia
en las pequeñas cosas es la que ha formado a los santos. Mucho gana una en
vencerse en pequeñas cosas más que en las grandes.
Todos los
pensamientos unidos en la profunda meditación de una sola máxima eterna
encienden una gran hoguera en el alma.
En gran
recogimiento y profundo silencio, como de noche tranquila, se debe hacer la
meditación, discurriendo con el entendimiento y ponderando lo que se aprende
para provecho del alma, abrazando con la voluntad lo que se aprende y
aplicándose luego a reformar la vida.
Los medios para el fin. Por amarga que sea la medicina para sanar espiritualmente en el alma, conviene tomarla con gran valor y no optar nunca por los caminos de la mediocridad. No dudemos en cortar, en quemar, con tal de hacer todo lo necesario para quitar de nosotros el defecto y alcanzar esa perfección a la que Dios nos llama.
Mi amado Jesús, Tú quieres que yo llegue de verdad al perfecto despojo de mí misma, y yo te prometo, oh Jesús dulcísimo mío, confiando únicamente en la bondad de tu Divino Corazón, buscar con toda la fuerza y con gran diligencia el perfecto dominio de mí misma, como te prometí en mis Ejercicios Espirituales. He dado algunos pasos con tu gracia y ahora continuaré con creciente energía hasta que, despojada enteramente de mí misma, sea poseída por Ti sin reserva. Jesús, yo lo quiero: corta, quema, consume; lo quiero, a todo estoy dispuesta, desconfiando de mí y confiando en ti plenamente. Omnia possum in Eo qui me confortat.
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