lunes, 18 de diciembre de 2017

"Pensamientos y Propósitos" de Santa Francisca Javier Cabrini - 75


EN EL RETIRO DE LAS HERMANAS DE NUEVA YORK

Desde Navidad 1894 a primero del año 1895 (Parte 3)

De pequeñas cosas derivan las grandes, y una de las primeras resoluciones sea la de atenerse a las pequeñas cosas, que son precisamente las que hicieron los grandes santos que ahora veneramos.
En la meditación es preciso que entre con toda mi alma, que permanezca sola con Dios y que salga totalmente distinta de la que entré.
El nombre SS. de Jesús es un compendio y un memorial de todas las perfecciones que le convienen en cuanto Dios, de todas las gracias y virtudes que en Él se encuentran en cuanto hombre y de todos los oficios que en cuanto Dios y hombre ejerce en las almas.
El nombre de Jesús es para mí sabiduría, justicia, santificación y redención. Él es mi Maestro, mi guía, mi piloto, mi pastor, mi médico, mi padre, mi juez y mi abogado, mi protector y defensor.
Yo lo tengo todo en Jesús amantísimo, querido Esposo, y Él es todo para mí. Si estoy enferma, Él es mi salud porque me sostiene material y espiritualmente; si tengo hambre, Él es mi manjar que tan suave y robustamente me sacia; débil, me vigoriza con su fortaleza; pobre, me enriquece; ignorante como soy, Él es mi sabiduría, y pecadora como soy, tan miserable, me purifica cada vez que me humillo y me eleva hasta su Divino Corazón, me abraza con su infinita bondad y me hace repetir: Omnia possum in Eo qui me confortat. Con Dios haré cosas grandes.
Jesús es mi fuerte y admirable consejero, padre del siglo futuro, príncipe de la paz; Jesús venció a los demonios; en Jesús todo fue nuevo y maravilloso, su doctrina está llena de admirables consejos; Jesús es el príncipe de la paz, es la abundancia de la perfectísima paz.
Vuestro nombre, oh Jesús, no es un nombre vano, sino un nombre seguro… Ay, obrad en mí todo lo que este nombre significa, para que yo pueda glorificarlo. Vos lo sois para mí todo, no deseo nada más, sino serviros y glorificaros lo menos indignamente posible.
Nadie puede decir dignamente “Jesús” si no es por la fuerza del Espíritu Santo, y mucho menos podré ponderar dignamente y entender con provecho lo que se encierra en el nombre Santísimo de mi amado Jesús si no soy prevenida y ayudada por el Espíritu Santo. A Él, pues, invocaré siempre.
Espíritu Santo, ven del cielo y del Tabernáculo, cielo mío, con tus rayos; ven, enciéndeme, ilumina mi mente y mi corazón. Sal a mi encuentro, oh santo Amor de mi Jesús, desde el amanecer, que yo quiero servirte como Tú quieres, Jesús…, Jesús…, Jesús…, oh mi amado Jesús…, quiero deshacerme de amor por Ti…, envuelta, consumada por tu santo amor, oh Jesús…

No pensaré ya en mí misma; despojada realmente de todo; no tendré otro pensamiento que Jesús, Jesús-amor. Amar a Jesús, buscar a Jesús, hablar de Jesús, hacer conocer a Jesús y sus perfecciones divinas, su Bondad infinita. Este será mi interés principal, el fin de todos mis pasos, de todas mis preocupaciones; de todo, en suma, lo que el cargo que ocupo me impone.



No hay comentarios:

Publicar un comentario