Para la fiesta del Espíritu Santo
(Primera parte)
La oración y
el silencio interior son de extrema necesidad para el alma, la cual, ocupada
exteriormente por mil preocupaciones, busca hablar, ver, oír y darse a
demasiadas cosas, aunque sean buenas; es necesaria para tomar ese descanso místico
que sirva para restaurar la debilidad que las ocupaciones le habían causado, y
adquirir nuevas fuerzas para obrar de modo espiritual como verdadera esposa de
Jesucristo.
En el silencio
y en el reposo se asimila bien la palabra y la inspiración divina, y esto sirve
para hacernos robustas, fuertes y animosas y avanzar así a grandes pasos por el
camino de la verdadera virtud.
Si yo me ocupo
sólo de cosas externas, por buenas y santas que sean, seré débil y enfermiza,
con riesgo de perderme si me faltan el sueño reparador de la oración y si no
intento descansar y dormir tranquilamente en el Corazón de mi amado Jesús. Dame,
oh Jesús, en abundancia este sueño misterioso, para que poseyéndolo sea menos
indigna de tu herencia: la gracia, la virtud, la perfección y la santidad.
El alma abandonada perfectamente en los brazos
del Omnipotente no desea ni gusta ya las cosas de la tierra, no se alegra más
que en Dios, y cualesquiera que sean las disposiciones de la Providencia sobre
ella, como se ha abandonado por amor, experimenta en aquellas disposiciones un
gozo purísimo, porque la naturaleza no toma parte, y en su pureza es excelente.
Encuentra ese gozo inefable que corre a torrentes deliciosísimos en su corazón,
siendo semejante dentro de lo posible, en esta tierra de destierro al gozo que
experimentan los bienaventurados del cielo al cumplir puntualmente la santa,
amable, adorable voluntad de Dios.
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